33. Sin culpa

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Viajar en micro no fue tan traumático como Danielle pensó, y porque José Alonso acertó en la parte en que a esa hora la gente normal no andaba por allí

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Viajar en micro no fue tan traumático como Danielle pensó, y porque José Alonso acertó en la parte en que a esa hora la gente normal no andaba por allí. Así que, apenas llegaron a la avenida, un desconfiado chófer de bus se detuvo a recogerlos en un paradero. Arqueó la ceja, y mientras el vampiro le pagaba, los pocos que estaban más o menos sobrios dentro del micro se rieron por lo bajo, o tomaron fotos con disimulo.

Los tres se sentaron en los asientos de al fondo, al menos ella y su primo se mantuvieron en silencio, llenos de vergüenza. Solo Alonso andaba tranquilo, y cuando un borracho se acercó  a preguntarles por qué rayos estaban vestidos así, este respondió que iban a una fiesta de disfraces.

—Y ella va de Carrie —le dijo al tipo, que de pronto la miró fijo.

—Pues le falta sangre, no va a ganar. ¿Es concurso? No importa, no va a ganar.

—Lo de la sangre lo podemos arreglar al rato, gracias por el consejo —bromeó José Alonso, lo que acabó haciendo reír al borracho, y a los otros curiosos del bus.

Mientras, el micro siguió avanzando sin problemas, ni tráfico que esquivar. Y conforme se acercaban a La Planicie, quedaron ellos al último. Por supuesto, nadie que viviera en ese lugar tan exclusivo andaba en micro.

Cuando al fin bajaron, Dani calculó que eran más de las tres de la madrugada. Había un largo camino por seguir para llegar a la mansión, y ella ya estaba harta de caminar descalza. Se había lastimado la planta de los pies en el bosque, y ni hablar de los otros golpes que se dio y no percibió hasta estar en calma en el bus.

Se escondieron en las sombras, evitando las cámaras de seguridad que podían delatar su presencia. Y cuando entraron a la zona del lago, esquivando a los guardias y demás oficiales, tuvieron que moverse a la velocidad que habían ganado como cazadores, una que de a ratos superaba a la de José Alonso. Cuando al fin vio la mansión Bautista, supo de inmediato que algo andaba mal. De hecho, llevaba pensando en eso desde que entraron a La Planicie. Más luces, más seguridad, incluso una patrulla de policía. Eso no era frecuente en un lugar donde los ricos pagaban por protección sin recurrir al inútil gobierno.

—Creo que ya lo saben —comentó Lanslet conforme se acercaban—. Las luces están encendidas.

—Ya me di cuenta —dijo ella. Lo confirmaron poco después, cuando al cruzar las rejas de la mansión, vieron varios autos y furgonetas estacionados. Eran de sus dos familias.

Caminaron apenas un poco más antes de que los guardias le salieran al encuentro. Aunque se mostraron sorprendidos por su apariencia, los reconocieron sin problemas, e incluso quisieron detener al vampiro.

—Tranquilos —dijo ella, levantando la mano en un gesto autoritario como el que solía hacer su padre—. Está con nosotros y bajo control, es asunto mío ahora.

—Si, ya lo escucharon. Nada de encerrar al vampiro en la jaula —continuó Alonso, imitando su tono de voz. Lanslet le dio un empujón, del tipo que se daban para dejar claro quien manda, y el vampiro trastabilló un poco—. Si, mi amor. Ya entendí, no seas violento...

Frontera de cazaWo Geschichten leben. Entdecke jetzt