12. Bebe

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Regresó a casa satisfecha

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Regresó a casa satisfecha. No diría que fue un festín como los de antaño, pero ¿dejar dos cuerpos secos? Sin duda la mejor comida de la semana, y es que esos perros se lo merecieron. Dos violadores, que además alardeaban, y que sin duda estuvieron dispuestos a destruir a otro niño como lo venían haciendo desde hacía varios meses.

Otra cosa buena de vivir en los barrios altos: La mierda de la ciudad era más fácil de encontrar, y también de desaparecer. No iba a decir que las zonas acomodadas no tuvieran lo suyo, y en una escala igual de vomitiva, pero no era igual de fácil dejar seco a un rico banquero que a un par de estúpidos sin oficio ni beneficio. Ah, en fin. La labor social del día.

Así que Aliz volvió contenta a casa, esperando que todo estuviera en orden. Diego había salido, se suponía que a buscarle algo de ropa a Danielle. Y era muy temprano para José Alonso, quien sin duda ya se estaba aburriendo de tener que salir con sombrilla.

Y bueno, debió adivinar que los días no podían ser perfectos, pues cuando abrió la puerta lo primero que vio fue a José Alonso con un ojo morado, y Danielle sentada con las piernas cruzadas en un rincón de la decadente sala. Alonso bebía de su sangre con una cañita en forma de corazón, y ya casi terminaba. Lo supo cuando hizo el clásico ruido de sorber las últimas gotas.

—¿Y a ti qué te pasó?

—Me pegó el angelito porque le dije que me iba a comer a su primo Lanslet —contestó este, con la boca mojada por la sangre.

—¿Tú vas a hacer qué?

—Es que está bueno, Aliz, no sabes. Así da gusto que te claven la estaca. En fin, no sabía que los golpes de cazadores duraran tanto tiempo.

Aliz frunció el ceño. Bien, eso tenía sentido. Los golpes que le dio el fallecido padre de Danielle tampoco se recuperaron tan fácil. Lo que tal vez era algo preocupante era hecho de la chica perdiendo el miedo y el respeto por quien se suponía la vigilaba.

—¿Y tú? —preguntó, mirándola—. ¿Piensas quedarte allí todo el día? —Danielle no respondió, pero Aliz vio el celular que le llevaron tirado a un lado—. ¿Para eso me pides regalos si no vas a usarlo?

—No me gusta.

—Es que es Android, o algo así dijo —murmuró José Alonso. Carajo, lo que le faltaba.

—¡Y es robado! —exclamó molesta la muchacha—. ¿No pueden dejar de ser ordinarios al menos por un día?

—Tampoco comió sus sagrados alimentos —añadió el vampiro, y señaló con la cabeza a un lado. Si, allí estaba la copa con su sangre que se suponía debió tomar para empezar el proceso de transformación.

—Suficiente. Tú, afuera —le ordenó a José Alonso.

—Pero el sol...

—¡Toma tu maldita sombrilla y largo de aquí! Ahora me encargo yo.

Frontera de cazaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora