18. Dulce escape

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Extendió todas las cosas que encontró dentro de la caja

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Extendió todas las cosas que encontró dentro de la caja. Las colocó con cuidado sobre el escritorio, y luego se dedicó a limpiar y organizar antes de guardarlo otra vez.

Frascos con veneno para vampiros que debía empezar a beber. Según le dijeron, eso evitaba que una mordida llegara más lejos. Si algo así llegaba a pasar en medio de una cacería, el vampiro en cuestión podía morir atragantado, y si era más viejo, solo le parecería un sabor desagradable y no querría beber de ella.

También tenía una recopilación de hechizos simples. Las cazadoras no eran brujas, pero fueron creadas por una, así que podían hacer cosas como invocar protección y barreras. En la caja también había estacas empapadas con venenos y reforzadas con metal que dañaba a los vampiros. Y, por supuesto, su familia le entregó un revolver y balas que mataban vampiros jóvenes, y dejaban fuera del juego a los más fuertes. Al menos así ganaría tiempo antes de usar la daga.

Danielle no estaba segura de qué tanto podrían servir esas balas con Aliz, suponiendo que cuando la volviera a ver tuviera el valor para atacarla. O si tendría esa oportunidad alguna vez, pues los Bautista estaban convencidos de que la única forma de atrapar a Aliz sería hacerlo en grupo, y quizá ella no podría acercarse lo suficiente para clavar la daga.

Tampoco quería pensar mucho en eso, así era mejor. Tenía otros asuntos importantes pendientes, como su herencia y todo lo demás. Al fin, después de lo que supuso fueron rencillas que pasaron a mayores entre los Bautista y los Montagny, estos aceptaron devolver el cuerpo de su padre para que pudieran darle la sepultura que merecía. Por supuesto, la muerte de un hombre importante en el país tuvo que anunciarse a sus socios y otras personas de la sociedad, pero el resto se manejó con discreción.

Lo llevaron al mausoleo de la familia, fue una ceremonia privada. Dani estuvo en silencio la mayoría del tiempo. No sabía qué decir, pero tampoco quería llorar. Aunque sabía que no estaba mal desahogarse, se hartó de que una parte de ella pensara que llorar le hacía débil. No, ya no iba a llorar sobre la tumba de su padre. Si estaba allí era para prometerle que le haría justicia, y sería la cazadora que estaba destinada a ser por su legado.

Así que Danielle cerró su caja y respiró hondo. Tenía en la mano ese veneno que le haría daño a Aliz si intentaba morderla otra vez, y Arabella le insistió que no dejara de tomarlo. Solo que, una vez más, no pudo hacerlo. Lo sostuvo en silencio, intentando tomar el valor para beber. Y casi lo logra, si no fuera porque el teléfono de su habitación empezó a sonar.

—¿Si? —dijo ella apenas contesto.

—Señorita, ya llegó el pedido que estaba esperando —le avisó el mayordomo de la hacienda—. ¿Desea que se lo llevemos?

—Oh, no. Yo voy, quiero caminar un poco.

—Perfecto, la esperamos.

Dani se puso los zapatos y cruzó media hacienda solo para recibir la caja con su nuevo celular. Ya tenía su ropa de vuelta, incluso la mansión en la que se crio era suya, pero no quiso volver aún. Papá siempre tuvo un testamento donde ella era la heredera absoluta de cada centavo y negocio de Raimundo Bautista, incluidas las acciones de la empresa de la que debería empezar a hacerse cargo. Maldita sea, ¿y cómo? Si se suponía que ese era su año sabático antes de irse a estudiar al extranjero. No tenía idea de nada, y solo el quedaba confiar en los administradores.

Frontera de cazaWhere stories live. Discover now