32. Fugitivos

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Era casi como ahogarse, no podía definir la sensación

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Era casi como ahogarse, no podía definir la sensación. Sabía que su cerebro daba la orden para moverse, que su voluntad así lo quería. Pero estaba inmóvil, sintiendo como si todo el cuerpo se le resistiera. A su lado, José Alonso gruñó y gritó lleno de frustración. Y Lanslet no tuvo de otra que soltar sus espadas, ni siquiera podía sostenerlas. Lo único que les quedó a los tres fue ver como se llevaban a Arabella, Almeric, y Aliz.

"Aliz". Fue la seguridad de saberla en peligro lo que la empujó a correr como una desquiciada por ese bosque que empezaba a incendiarse, perdiendo la otra pantufla en el camino. Pero cuando llegó fue muy tarde, ella había caído en las garras de los enemigos. Incluso sus primos fueron atrapados, y de verdad que no soportó ver a la fuerte Arabella desmayada, vulnerable en las manos de ese... Ese... ¿Qué demonios se suponía que era? ¿Un brujo?

Para cuando al fin reaccionó y el cuerpo dejó de dolerle, ellos ya no estaban. Cuando pudieron moverse, los tres se cayeron por la fuerza que hicieron todo ese tiempo por intentar resistirse. Todo dentro de ella gritaba que tenía que ir tras los enemigos, hacer algo, lo que sea necesario. Pero el incendio estaba cada vez más cerca, una parte del techo casi se derrumba sobre ellos. Y las sirenas de los bomberos se escuchaban con claridad.

—¡Tenemos que irnos! —gritó Lanslet, haciéndose oír en medio de todo ese ajetreo.

—¡Pero tienen a mi madre! —respondió Alonso, desesperado—. ¡No puedo irme sin ella, no voy a dejar que la tengan!

—¡Si no escapamos ahora, no podrás hacer nada! ¡Vámonos! —respondió su primo, tomando al vampiro de un brazo y empujándolo a un lado.

Lanslet recogió sus espadas, y sin saber bien qué hacían o a dónde iban, empezaron a correr. Sin sentido al inicio, y luego solo con la certeza de que se perdían en lo profundo del bosque de los olivos. Lejos de todo, de las casas, de los testigos. Dejando atrás un desastre sin explicación, y cada vez más lejos de las personas que amaban. "¿Amaban? Claramente hablas de Arabella", dijo una parte de ella. Tampoco había tiempo para reflexionar en esos detalles. Solo corrían, y corrían. Tan lejos que pronto ya no escucharon nada. Al fin parecían estar a salvo.

Se detuvieron, cansados. Respiraron hondo, se miraron a sí mismos. José Alonso tenía sangre en la ropa, pero no parecía herido. Lanslet lucía bien. Y ella... Ella si estaba hecha un desastre. En medio de la adrenalina por escapar apenas había sentido dolor en sus pies descalzos. La bata se le había desatado, y tenía medio cuerpo desnudo al descubierto. Apenas fue consciente de eso, se cubrió, llena de vergüenza.

—Tranquila —le dijo José Alonso negando con la cabeza—. No me interesan las tetas, acá somos plancha quemada.

—¿Somos...? —miró de lado a Lanslet, este apenas se dio cuenta que hablaban de él.

—¿Yo qué...?

—Mi "Cabro-metro" nunca falla —añadió Alonso, muy orgulloso—. Y no te hagas, que acá triunfó el homosexualismo. Literal los tres somos unas cabras descarriadas.

Frontera de cazaWhere stories live. Discover now