Las profundidades de su océano

856 83 31
                                    

Batacazo.

La primera vez que le vi caminaba cómo si fuera a tropezarse en breves instantes. Eso fue exactamente lo que hizo. No decepcionó mis expectativas y en segundos, un traspiés había nacido. Se levantó con restos de resignación en sus gestos. Pero la agilidad que debería haber obtenido con la experiencia de haber besado el suelo muchas veces, no asomó.

Continuó caminando, prosiguiendo sus andares desiguales con la promesa latente de que ese anterior hecho, pronto se repetiría. Sin embargo, cuando le volví a otear no reaccioné. No me llamó la atención ni relacioné su gorro negro de nadar con el chico torpe de esa calle de hace dos años. 

Ahora, siempre que su nombre burbujea en una conversación, mi mente lanza a la superficie las dos únicas imágenes que tengo de él. Una de ellas es la anteriormente mencionada, representante de su vida con los pies en la tierra y la cara muchas veces pegada a ella. 

La otra consistía en un fotograma de un martes o jueves cualquiera en la piscina. Él posaba, inconsciente de que yo estaba memorizándole, con el agua a la altura de los hombros y las gafas bien caladas, ocultando sus ojos.

Tras la segunda semana de ir a natación con él, me di cuenta de que yo ya le había visto antes. También encontré su alma gemela en las tortugas del zoo. Él resultaba atípico y nervioso en el suelo pero se encontraba a gusto y feliz dentro del agua. Pasaba de sobrar, a pertenecer completamente en cuanto le cambiabas de hábitat.

Hubo una vez en la que haciendo unos largos con viraje nos chocamos en su momento de realizar la voltereta. Se encontró tan desorientado que su mente se ofuscó y se agarró fuertemente a mí, tratando de permanecer seguro. 

Yo sabía de sobra que él no le tenía miedo al agua, ni mucho menos. Solo hacía falta verle la sonrisa en la cara al mojarse o la forma en la que su cuerpo parecía protestar cuando le sacabas de tal líquido. Comprendí que no actuó por simple ansia de contacto físico o miedo irracional. Simplemente que por mucho amor que él le tuviera a su liberación, el agua no le había provocado más que problemas.

En muchas ocasiones, el entrenador le gritaba mientras le lanzaba cosas, tratando de hacerle ir más rápido. No parecía ver que él tan solo quería hundirse despacio y quedarse dentro de su fuerte. 

Solo quería protegerse de las bolas que le lanzaba la gente. Estaban hechas de nieve y palabras que le quemaban, producían heridas impregnadas de un veneno del que no  se podía curar solo.

Jamás le vi saltarse un entrenamiento.

Supuse que sin su píldora; esta hora en el agua, adictiva y vigorizante, nunca llegaría al final de la semana. Si algún día faltara, las peleas, broncas y duras frases que le dedicaban, acabarían venciéndole. 

Lo que más me llamó la atención fue que era el que  menos aguantaba buceando, y yo sabía que él era capaz de muchísimo más. Siempre sacaba la cabeza a los pocos metros, pero nunca cogía aire agobiado, ya que él no parecía necesitarlo para vivir. Simplemente volvía a la superficie con el miedo brillando en sus ojos. 

Temía la agresividad de la regañina si se quedaba mucho tiempo en su lugar seguro, lo que le reprocharían si se dejaba hundir hasta tocar el fondo. Pero lo que él no comprendía era el hecho de que si se quedaba debajo del agua los minutos suficientes y se olvidaba de la luz, no tendría que volver a la superficie y así ya no habrían más broncas. 

No se había dado cuenta de que si se quedaba para siempre en el fondo, no habría consecuencias más allá de no tener un billete de vuelta al exterior. Pero eso no le vendría mal del todo.

¿Debería comentárselo?

*Hola soy Just-a-tornado y quería deciros algo. Si en algún momento al leer mis historias tenéis cualquier duda sobre lo que pasa o curiosidad sobre algún detalle, mandadme un mensaje y estaré encantada de aclararos las dudas. Me ha pasado ya varias veces que la gente no entiende parte de lo que escribo. A veces resulta muy complicado poner con palabras y de forma clara el lío tan gordo que es mi cabeza. Gracias por todo y hasta otra*

CUADERNO DE BITÁCORADonde viven las historias. Descúbrelo ahora