Una alegría de alergia

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Érase una vez un chico joven.
Joven como todos los que salen en las historias. Porque la vitalidad es lo importante, lo que llama la atención. Porque nadie se espera que los abuelos hagan locuras, aunque sí que las hagan. Pero eso ya es otra historia.
Él tenía alergia a las mariposas. Al igual que cuando tu cuerpo reacciona mal ante algo tan necesario como el aire o las proteínas, era aparatoso y le hacía daño constantemente. Con el tiempo, se había acostumbrado, pero al principio lo pasaba muy mal.
Cuando era muy pequeño, se enamoró una vez y no acabó bien. Estas pequeñas criaturas aladas dentro de su estómago, le hacían la vida un infierno. Lloraba cada noche, preguntándose a la vez, porque hacía esto. Aún no lo comprendía. Con cada mirada de su amada, los aleteos de estas mariposas aumentaban y sudores fríos le recorrían de arriba a abajo. Cuando conseguía controlar sus temblores y rozar su piel con la suya, el vuelo de estos animales le impulsaba a irse corriendo a vomitar por el terror.
¿Por qué no podía amar? ¿Qué había de malo en él? A nadie más le pasaba eso, y saber que su corazón no se podría llenar sin que el mismo muriera, le mataba por dentro.
Fue al médico. La revisión anual se convirtió en una revelación. Le metieron pequeñas cantidades de varias sustancias en su corriente sanguíneo, y reaccionó inesperadamente ante una. Normalmente esa no la solían suministrar, nadie le tenía alergia a eso. Pero él sí. Le salieron enormes granos que formaron la silueta de una mariposa. Tenía alergia a las mariposas. A esas mariposas que aparecen en el estómago por las miradas traviesas, la gente interesante, las almas bonitas, los roces sinceros, las nerviosas primeras citas y los besos en los portales mientras afuera llueve.
Por eso, él llevaba gafas de sol y evitaba mirar a los ojos directamente. Por eso, él se alejaba de las chicas con camisetas de bandas de heavy metal, con vidas emocionantes y que tienen algo que contar. Se acercaba tan solo a aquellas Barbies que tenían tanto trasfondo, como el de una figura plana. Por eso, él elegía almas de las cuales era fácil enamorarse y olvidarse. Almas superfluas, volátiles, anodinas. Bueno, no se enamoraba. No lo había vuelto a hacer, pero se acercaba y actuaba como si lo estuviera. Por eso, él saltaba por encima de los roces sinceros, de las primeras citas y de los besos, y pasaba directamente al sexo fuerte pero sin sentimiento.
Vivía su vida como cualquier chico normal. Bueno, no del todo. Él no sentía ya mariposas. Había comparado las reacciones alérgicas con el amor, y la balanza se había inclinado hacia la frialdad.
Un par de veces, a gente de confianza les contó su secreto. Nunca le creyeron. Pensaron que solo era otra original excusa más de un mujeriego, que iba de chica en chica como abeja de flor en flor.
Quizás algún día lo arriesgue todo. Quizás algún día derribe su barrera y deje de temer a los estornudos y a los sarpullidos. Pero sobre todo de tener miedo a la decepción y al dolor del desamor.
De momento, él sigue igual. Vive viviendo, pero sin vivir. Gracias a esquivar hábilmente las mariposas, no está triste. Pero tampoco está feliz del todo.

CUADERNO DE BITÁCORADonde viven las historias. Descúbrelo ahora