Madres de un lugar llamado mundo(2/5 Maratón)

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Al acabarse la leche de su vaso, Mario berreó acompañando estos ruidos vocales con repetidos golpes a la mesa delante de la cual estaba sentado. No era que el frigorífico estuviera demasiado lejos, ni que no hubiera más leche en toda la casa o que dependiera de ese líquido para sobrevivir; al contrario, en realidad a Mario le costaba cada día sus 15 minutos diarios para decidirse en lanzar ese asqueroso brebaje por su garganta, era porque deseaba oír los apresurados pasos en el pasillo atendiendo a su ruidosa demanda.
-Mamá, mamááááááa, veeeeeeeeeen- se le oía desafiar a los aullidos más desconsolados que se escuchaban en el piso de arriba por parte del maltratado perro del vecino.
«Este chiquillo chilla más que una locomotora-pensaba Clara, la cansada madre del pequeño- ni que su padre hubiera sido maquinista en vez de banquero aunque, en verdad, a juzgar por la rapidez con la que se fue el condenado cuando le dije que esperaba un niño, bien podía haber sido un tren a toda velocidad. ¡Encima todos los juguetes tirados por el pasillo, a la espera de alguien con prisas como yo para hacerle caer a traición»
Díjose así y se agachó a recoger el largo rejero de criaturas hechas de plástico chillón que parecían formar un camino hasta la puerta de la cocina. Párose un momento antes de asomar su cabeza en el umbral cargando con tal ingente cantidad de cachivaches que sus brazos protestaban y ella dudaba:«Y ahora, ¿me atrevo yo acaso a enfrentarme a esta bestia furiosa? A saber qué mal le ocurre ahora y si está en mis pobres manos arreglarlo»
En esto avanzó sus pies por el suelo pegajoso de anteriores peleas para que su hijo se alimentara como Clara consideraba adecuado, ideas que no solían coincidir con las del menudo mal comedor.
-Hijo mío, no dejes tus juguetes tirados en el suelo, te lo he dicho muchas veces.
-Prrrr- una pedorreta interrumpió el discurso de la madre mientras dos pequeños bracitos se cruzaban delante del pecho de un retoño privado de su capricho del momento.
«Este chico necesita una educación, un buen maestro que le enseñe a no poner caras, no contestar y a ser un poco más parecido a un decoroso humano antes que a la criatura sin modales en la que se está convirtiendo ya- razonaba Clara mientras dejaba los tratos de sus manos en una silla y trasteaba en la nevera para encontrar algo más de leche con la que contentarlo- Pero, ¿Cómo hallar a alguien dispuesto a librarme de este engorro?¿Será Don Nicolás el que vive en la esquina de la Tía Ernesta un candidato viable? No le he visto yo aceptar niños en un largo tiempo, pero seguro que ante mis súplicas sucumbe y puede transformarlo en pocas semanas»
Clara acudió al teléfono y, como buena vecina que estaba hecha, procedió a contarle a María Luisa, habitante del quinto puerta 10, sus nuevos planes para la educaión de su hijo.
-Luisaaa, cariño, que no sabes la grandiosa idea que se me ha ido a ocurrir hace un ratito
-Luis, cielito, no me muerdas y vete un momentito a jugar con Ana que ahora la mamá está al teléfono, luego te cuento ese cuento que te gusta tanto, ¿de acuerdo?- se oyó a Luisa hablar en su casa antes de poder coger bien el teléfono y disponerse a hablar con su amiga.-¿Qué es eso tan genial que quieres contarme, Clara?
-Voy a educar a Mario al fin, voy a mandarle a casa de Don Nicolás todas las tardes de la semana para que aprenda modales, a reprimir sus instintos y a dejar de tratarme como a su criada personal. ¡Ay, si nuestro Señor no le ha castigado aún ha sido porque confiaba en que yo hiciera lo correcto y le enderezara!
-Oye, ¿y no crees que Don Nicolás podría acoplarse con un par más de discípulos? Los míos están también irascibles a más no poder y no me dejan ni respirar, además, como ya sabes, mi querido Antonio tampoco es que ayude demasiado en esta casa. Muchas veces me pregunto porque debe ser él quién trabaje fuera y yo aquí cargándome la espalda y la nariz a recoger niños y vómitos.
-Lo preguntaré hija, lo preguntaré. Aunque, también es cierto que ese sentimiento del que hablas muchas veces lo he tenido yo. Ya veremos lo que se puede hacer de esta situación.
Clara se lo comentó a su hijo y, aparte de unos cuantos gritos y patadas bien dirigidas, la cosa no fue tan mal como ella había esperado. A la tarde siguiente empezaron Mario y los dos hijos de Luisa a atender las clases de Don Nicolás que él, acosado por las dos excitadas mujeres, no había sido capaz de denegar.
«No ha sido esto muy buena idea- se recriminaba Clara mientras aguardaba la llegada de su hijo mientras cosía un par de calcetines rotos- Este dinero será malgastado y volverá  a casa tal y como ha salido hace tres horas: maleducado, demandando todo lo que existe y por haber y sin una pizca de compasión por mi cuerpo cansado.»
El timbre sonó y Clara se levantó a abrirlo. Ya se adelantaba para recoger la cartera de Mario, tirada para irse corriendo a jugar cuando le sorprendieron estas palabras:
-Buenas tardes, querida madre. ¿Ha sido placentero este rato sin mi compañía? Lamento el retraso, Don Nicolás es un caballero muy interesante y me he entretenido conversando con él. ¿Necesitas mi ayuda en alguna cosa?

CUADERNO DE BITÁCORADonde viven las historias. Descúbrelo ahora