Veces imposibles

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Esto era una vez, un niño que jugaba a no pisar las rayas de las baldosas. Con cinco años se enamoró de su amigo imaginario. Él no había oído hablar de los amores imposibles pero conocía de sobra las miradas extrañas que le dirigían cuando paseaba con él de la mano.
Érase otra vez, en la que el mismo niño no se reflejaba en los espejos porque pensaba que le mentían. Desde el día en el que se miró y no se reconoció, la superficie aparecía siempre vacía. Era un adolescente y huía de los espejos, eran su peor pesadilla. Una vez llegó incluso a romper todos los de su casa. Al día siguiente estaba castigado, sus padres nunca lo entendieron. Por eso, se alegraron cuando años después se compró un gran espejo de cuerpo entero para su residencia universitaria.  Cada vez que pasaba sonreía y sacaba la lengua, su reflejo le repetía ahora visible.
Érase y no era, un adulto ya crecido que paseaba para encontrar el caldero de oro al final del arcoiris. Corría a través de senderos en la montaña con un ojo dibujado en el dorso de la  mano como única guía. La gente siempre le dijo que su forma de ver la vida era extraña. Él seguía pensando que le parecía más bonita de esa manera y que eso era lo importante.
Hubo un viejecito que soñaba con perseguir fuegos fatuos después de salir de la escuela de Niños Perdidos. Allí enseñaban aviación para humanos pero él era solo un principiante. Aún deseaba que Peter Pan entrara por su ventana. Pero en vez de aventuras interminables, solo quería que le diera las buenas noches y un último beso en la frente.
Los polvos mágicos de las hadas ya harían el resto para endulzar su final.

CUADERNO DE BITÁCORADonde viven las historias. Descúbrelo ahora