Mira al cielo

198 24 4
                                    

Aún recuerdo cuando solo eras una pequeña nube.
También recuerdo el inocente vuelo de prácticas que estaba realizando yo cuando eso ocurrió. Era mi primera vez con un reactor, aunque sí que había probado con otros aviones. En el ejército tienes que acostumbrarte a cualquier situación y a ser capaz de maniobrar con todas las armas o transportes. En cuanto pienso en ese día, mi mente me ofrece una imagen tan nítida que parece de hace tan sólo unos minutos.
En esa época, yo era una joven llena de esperanza, con ganas para todo y mucha imaginación. Mi madre siempre me decía, entre risas y reproches, que era la viva imagen del Principito. En casi todo, era verdad. Yo no era más que una cabeza hueca, que surcaba el cielo con la intención de acabar envuelta en aventuras tan maravillosas como las que contaba Antoine Saint-Exupéry. Siempre había querido hacer un amigo tan interesante como el que se encontró el piloto tras accidente de motor. Había practicado tanto el arte de dibujar corderos para poder complacer a ese futuro compinche, que era ya casi lo único que sabía plasmar en un papel.
Por eso, siendo como era yo por aquel entonces, lo que pasó no hizo menos que complacerme enormemente. Yo no lo sabía, pero la humedad, altitud y velocidad de mi vuelo, habían creado las condiciones perfectas para que tú vinieses a este mundo.
Al principio, veías todo oscuro y no sabías dónde te encontrabas. Rápidamente empezaste a oler esa esencia de aceite que yo ya llevo impregnada en la ropa. Luego, luz. Mucha luz que se añadió al repentino gusto de agua en tu boca. Esa sensación de humedad que te acompañaría el resto de tu vida. Sentiste el viento entre tus partículas y oíste el ruido que producía mi avión al cortar el aire. Cada vez más lejos. Porque allí te quedaste, alejándome yo metro tras metro de aquel pedazo de horizonte dónde reposabas, formando una línea recta.
Tu nacimiento fue obra mía, pero estupefacta, no me quede más de lo necesario y tú pronto encontraste una familia más de tu estilo. Creciste rápido, cerca del océano y enseguida llegaste al tamaño de tu padre. Llevabas en tus entrañas el viento de la aventura. Al poco tiempo ya suplicabas ir a lugares donde hubiera corrientes más fuertes, cielos más amplios y horizontes más abiertos.
Fue entonces cuando el rechazo de tu familia apareció. Despotricaron acerca de ti y de todas aquellas nubes creadas por los dichosos aviones que surcaban el aire en esos tiempos. Decían que eran nubes que no servían para nada, que solo buscaban divertirse y que no tenían verdaderamente en cuenta su cometido de regar la tierra y los ríos. La generación perdida os llamaban.
Tu protestabas diciendo que no pretendías dejar de llover. Solo querías hacerlo en otro lado. Lugares exóticos que ellos desdeñaban y sueños que juzgaban de temerarios.
Ellos no te comprendían, yo sí.
Eras la rosa del Principito. Dulce, frágil e inocente criatura a la cual los demás quieren proteger. Desean ponerte una campana de cristal y alejarte de los corderos sin bozal que pueden devorarte. Pero tú querías romper el cristal e ir a explorar otros planetas donde florecer.
Saca tus espinas, que nadie te detenga.
Recuerdo todo esto ahora porque estoy haciendo mi último viaje por el cielo. Estoy manca y el sonido de los disparos se ha convertido en la banda sonora odiada de mi vida. Ya no sonrío tanto como antes, pero sí lo hago cuando te veo un par de kilómetros hacia delante.
El cielo está despejado y allí destacas tú. Te reconozco gracias a tu pequeña marca de nacimiento. Una parte de ti es gris oscura y nunca cambia a pesar del tiempo que haga. Polución, me digo a mí misma. Es la marca que muchos de tus compañeros de edad comparten. Pero tú no tienes pérdida.
Estoy llegando ya a tu altura, y te cruzo por el medio partiéndote en trozos. Miro hacia atrás, deseando que no haya sido una verdadera molestia y que te recompongas en poco. Tú seguramente no me reconoces. Tan solo soy otro cachivache de metal que molesta en vuestro reino. Por eso suelto una risa cuando veo lo curioso de tu descomposición. Tus piezas han formado dos puntos y una curva con los bordes hacia arriba.
Quizá tú sí que te acuerdas de mí como yo de ti.
Quizás sí encontré al final a mi compinche de aventuras.

CUADERNO DE BITÁCORADonde viven las historias. Descúbrelo ahora