La oveja negra de la familia

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Me crucé con él en una calle cualquiera. Era una esquina con una alcantarilla grande debajo de sus enormes pies, y una farola iluminaba nuestro encuentro. La luz bajaba pálida entre los barrotes negros que cubrían el foco y apenas podía verle la cara y menos el cartel de la pastelería azul que estaba a sus espaldas. Pasaban a toda prisa algunas otras personas por nuestro lado, no dándose cuenta de nuestra inacostumbrada falta de movimiento, ya que solo nos mirábamos el uno a otro esperando que ocurriese algo más. Ellos iban con prisa, preocupados por las nubes oscuras que se agolpaban furiosas por encima de nuestras cabezas, amenazando con dejar caer su carga.
-¿Cuánto dinero necesitas?- le pregunté.
-Todo el que puedas darme.
Me lo pedía sin mirarme a los ojos, dirigiendo su mirada a la sucia calle en la que me había dicho que debíamos reunirnos para discutir asuntos de sumo interés. Yo normalmente no voy, no camino, ni paso por casualidad o pienso en esta clase de calles. Son oscuras, llenas de edificios con ropa vieja colgando a secar, como si aún le quedase a esos trapos viejos alguna vida más que otorgar a sus dueños. Sus dueños que tienen estómagos de barco atacado por los cañones enemigos. Sus tripas rugen y crujen, demandando reparos de su viejo casco de vigas roñosas a base de comida que no se pueden permitir. Las madres llevan faldas largas para ocultar sus rodillas raspadas de tanto trabajar y cargan con retoños en brazos en busca de algún lugar en el que descansar. Pero él vive aquí.
-Te daré todo lo que necesites para recuperarte. Pero no aquí, acaba de pasar un gato negro y el olor que proviene de esos escombros no me da muy buena espina.-le digo, acusando a las sombras de mi propia incomodidad ante el hecho de estar rodeado de tanta suciedad y por la posibilidad de ser encontrado con tal calaña alrededor.
Me gustaría que fuéramos a una de las calles principales. La Calle Colón es una de mis preferidas, tan llena de tiendas y luces por el día que incluso de noche, conserva parte de su esplendor. Allí hay grandes edificios, oficinas y largos escaparates llenos de objetos que hacen brillar mis ojos al pasar. Acabo casi siempre por calles de ese tipo asustado de los callejones y con ganas de oír los ruidos de  la gente paseando y decidiendo que es lo siguiente que van a comprar.
Hace muchos años, cuando yo era tan solo un niño en tu regazo vivíamos bien. No teníamos una casa tan grande como la mía, con enormes ventanales y cinco habitaciones, pero disfrutábamos de ciertas comodidades de las cuales tú ahora careces. Ahora vives en un ámbito de putrefacción debido a aquel accidente que tuviste mientras ibas bebido.
-¿Por qué tuviste que hacerlo, Papá?- susurro entre dientes recordando todo el choque, la sangre y toda la consecuente publicidad y reporteros persiguiéndoles por todos lados.
Tuve que dejarte de lado, a pesar de mi larga infancia contigo cuidándome, tu desliz tuvo mucha difusión y podía haber afectado a mi carrera en despegue y a mi reputación impecable. Por eso te busqué un lugar apartado y dije que habías muerto. De vez en cuando te llamo para preguntar cómo estás, pero procuro no acercarme demasiado no sea que me relacionen contigo. Además el móvil no lo tienes casi nunca cargado ni con saldo y prefieres no hablar conmigo a no ser de que necesites urgentemente dinero. Siempre acabamos discutiendo sobre nuestras vidas. Me llamas superfluo y gritas al aire con la cara roja que la hipocresía no es una cualidad que me enseñaste a tener. Yo te contesto airado sobre lo mucho que me asquea lo bajo que estás y acabo tirando algún jarrón de mi larga colección al suelo. Tú entre aspavientos me dices que mi mujer me está engañando con otro. Yo te digo que no pasa nada, que casi es lo que se espera de una pareja y mis palabras se mezclan con las tuyas hablando de tu definición del amor.
Tú, mi propio padre, desprecias mi modo de vida y yo el tuyo. Mis calles preferidas son tu tortura, mucha gente y entre ninguna eres bien recibido. Tampoco me extraña, cada vez cuidas menos tus cabellos y cada vez pareces más un loco suelto al que deberían apresar. Sobre todo si te oyeran hablar de la importancia de la sinceridad cuando por unas mentirijillas puedo conseguir millones.
-¡Qué asco me das¡- pronunciamos los dos a la vez como despedida, después de darte yo el dinero.
Mismas palabras, diferentes razones, diferentes vidas. Me gusta la mía y como la tuya apesta, me quedo con la de ahora, bonita y brillante.

*Hey, soy Just-a-tornado Gracias por todos los votos y las visitas, dentro de nada esta obra llegará a 1k de leídos. :) La novela en la que estoy trabajando aún me llevará algo más de tiempo, pero en Navidad empezaréis a saber más de ella. Este relato es uno que traté de hacer siguiendo las características del Realismo. Espero que os guste.
Be your own hero*

CUADERNO DE BITÁCORADonde viven las historias. Descúbrelo ahora