Custodia compartida

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-¡Tu madre cero y yo 365 días!
Esa fue la frase que oyó Rubén el día de su quinto cumpleaños y la cual se le quedó grabada. Tan solo tenía 5 años, pero ya había oído hablar de eso de padres separados y findes de semana en casas diferentes. Doble de regalos, de libertad, de abrazos... en realidad la cosa no pintaba tan mal. Rubén sabía eso de primera mano debido a su mejor amigo Lucas, que vivía en un hogar con esas circunstancias.
A pesar de ello, la frase que su padre gritó después de que él soplara las velas, se le pegó al cerebro de tan injusta que le pareció. Se le quedó quieta sobre los pliegues internos de sus órganos y ni frotándo se iba. Una mancha oscura que empujó su bilis y le obligó a vomitar una respuesta.
Más que una respuesta, fue un argumento de justicia. Una balanza que quejarosa, había pesado 0 y 365 y no conseguía ponerse horizontal. Rubén había aprendido el arte de compartir desde corta edad y pensaba equilibrar las cifras a base de partir en trozos más pequeños su merienda.
Cualquier ilustrado se habría admirado ante la valentía con la que defendió la Igualdad con su Libertad de palabra y la Fraternidad como término que no conocía pero que sonaba estupendamente.
Esa pequeña discusión de 5 minutos terminó con el acuerdo de que Rubén podría ir a ver a su madre un día al año. El resto, debía pasarlo con su padre.
A Rubén le extrañó mucho lo que su papá hacía. Cuando llegaba ese día tan señalado en su calendario, su padre no le acompañaba. Le llevaba donde vivía María, pero no entraba, no saludaba, no miraba directamente, ni le traía flores y regalos como hacía antes. Papá se excusaba diciendo, con la mirada apuntando al infinito, que no quería estar hablando a la nada. Señalando con eso la utilidad que él creía que le daría esa conversación. A Rubén le molestaba que sus padres ya no hablarán, pero dado que aún podía disfrutar de su mamá 24 horas, callaba alegre.
Rubén estaba al lado de María. Podía ver como las hojas  caían lentamente hasta llegar al suelo. Era una mezcla de sus lapiceros favoritos: aquel marrón que le prestó a Lucía ayer y que aún no se lo ha devuelto, el verde con el que pintó un césped la semana pasada y el naranja, con el que quería probar a dibujar el atardecer que ocurría ahora cuando llegase a casa.
Pero en este momento se centraba en lo que él le estaba contando a maría. Le encantaba quejarse a ella sobre papá, los profesores... sobre todos en general.
-Es que papá no me deja bañarme en la piscina. Dice que tengo que esperarme hasta hacer la digestión.¿Y sabes cuánto es eso mami? Son más de 2 horas-decía el pequeño, con los ojos airados  ante tan grande cantidad de tiempo- ¿Pero qué pasa si quiero comerme un helado mientras me mojo los pies?¿ A que tú me dejarías hacerlo mami?¿ A que sí? le preguntó a maría.
Ella le acarició la cabeza suavemente como una brisa y se rió con dulzura, como el ruido de la hojarasca al correr por el suelo. Rubén se cruzó de brazos, consciente de que su madre si le dejaría. Pero, desgraciadamente para él, le había tocado vivir la parte mala.
Otro año pasó y Rubén volvió otra vez. Los colores del bosque eran los mismos, ya que seguía siendo otoño. Siempre iba a casa de María en la misma fecha, aunque no sabía por qué. Nunca nadie le había propuesto ese día en concreto, pero ahora ya se había hecho a la idea y relacionaba tal fecha con la imagen de su madre. Ahora el naranja, marron y verde ya no le parecían tan bonitos. En esos momentos prefería el azul y el rosa, colores pastel, dulces y suaves.
Rubén lloraba. Aquella mañana les habían dado las notas y un número 4 destacaba por entre los otros números. Nunca antes se había percatado de ese número, de lo mucho que podía llegar a odiarlo, de su importancia, de que se diferenciara de los otros. Sin embargo ahora todo parecía estar organizado así. En su mente los pájaros se juntaban de cuatro en cuatro y cantaban cuatro melodías acompañadas de cuatro ráfagas de viento.
Cuatro lágrimas cayeron dibujando un  surco entre los guijarros del suelo. María le abrazó y le consoló. No hace falta decir que aquel suspenso no fue el último. Pero si fue una gran lección que Rubén, acostumbrado a la indiferencia de su padre, tuvo que aprender gracias a ella. Su padre se pasaba el día en el trabajo, Rubén casi no le veía la cara y cuando lo hacía, él nunca estaba de buen humor. Por eso, era un gran consuelo tener a alguien como María que, aunque en un solo día, le dedicaba todo su cariño y atención.
Pasaron los años y Maria veía crecer a Rubén. Verle solo cada año era una tortura pero ella comprendía que Rubén tenía que seguir con su vida normal, al lado de su padre. Como debía ser.
Por eso, se fijaba en su crecimiento: los centímetros que aumentaban, el pelo que se alargaba, la cara que se afilaba, la mente que maduraba... En una de esas visitas Rubén vino y se fue, como siempre, contándole sus pesares y alegrías. Pero esta vez se dejó su juguete de atrás. Se lo había traído consigo, dado que era su favorito, pero ahora reposaban al lado de maría y Rubén ya estaba en el coche camino de su casa. María suspiró y se lo guardó. Se lo daría la próxima vez, o quizás no. Quizás se lo guardaría hasta que se lo pidiera, porque sabía que lo haría. Porque no era otra cosa que su infancia. Su infancia se le había caído del bolsillo y se la había dejado olvidada. Un juguete perdido, un dibujo que antes adornaba la nevera pero que ahora está hecho trizas...la infancia tiene muchas formas. La suya era un tren de plástico, de colores vivos. María aún podía ver el humo imaginario con el que Rubén soñaba que el tren llegaba a tierras lejanas. Rubén ya no lo veía.
-Dice que va a ser muy guapa, qué tendrá los mismos ojos que yo y que jugará a lo que yo quiera-le confesaba Rubén a su madre.
Su padre le había dado la noticia de que iba a tener una hermanita. A Rubén no le parecía mal, aunque con ya 13 años, no se imaginaba el hecho de tener a una criaturita de edad 1 vagando por casa.
Le caía bien la pareja de su padre. No se podía comparar con María, pero era maja. Su relación era más para llamarle tía, pero ella se empeñaba en que le llamara mamá. Pero el término mamá era para María, ¿no? Rubén se lo dijo a María, le confesó sus dudas acerca de como la misma palabra podía significar a la vez una persona a la que amaba tanto y una señora que vivía en su casa pero que era medio desconocida.
Todo eso dejó de importar cuando Rubén la visitó el año en el que había cumplido 18. No supo cómo decírselo con delicadeza a su madre, así que se lo dijo simplemente intentando no hacerle llorar. No demasiado.
‎-Me llaman para ir a la guerra-habló Rubén.
María se horrorizó. Ni siquiera preguntó de qué guerra hablaban ni que bandos combatían en ella. Para su mente eran tan solo batallas sin sentido que destrozaba la paz que ella quería para su hijo. Gente matando a gente que, si no fuera por unas diferencias absurdas, serían las mismas con las que uno puede hablar del tiempo mientras sube en ascensor.
Se despidieron con un abrazo. María le dijo a Rubén que no se preocupara de que no iba a verla en algún tiempo. El tiempo es relativo y si no pensaba en eso y se concentraba en sobrevivir, pasaría más rápido. Que pronto se volverían a encontrar, a salvo y podría seguir con sus charlas.
Así fue.
‎Rubén volvió a casa de María. A aquel lugar en medio del bosque frío de otoño. Se acercó al sitio en el que normalmente se sentaban a hablar y miró alrededor, al cementerio vacío. Entonces, con las heridas recientes de la guerra y como queriendo hallar su paz, gritó la verdad al silencio que le rodeaba.
Entre sollozos gritó que la risa de su madre era de verdad las hojas, que sus caricias el simple viento. Confesó a la nada que las largas horas que cada año habían pasado hablando, habían sido él hacía el vacío aire. Su padre había hecho bien el dejarle venir solo uno. Torturarse con su ausencia le mataba pero tenía también miedo de olvidarle. Todas las palabras de consuelo que se había imaginado habían sido solo eso, imaginadas.
‎-Duele tu eterna ausencia, duele tu muerte-dijo ante la tumba de su madre, que estaba metros bajo tierra desde que sopló aquellas malditas velas.

*Hey. Soy Just-a-tornado Acabo de empezar un proyecto con Charloski242. Consiste en que uno le dice 7 palabras al otro y esa persona escribe un relato con esas ideas y viceversa. Este es el primero que yo hice pero están las palabras y todo explicado en mi libro SWS. Pasaros por el mío si podéis y por el suyo para ver su parte, os la recomiendo enormemente.
Gracias. Be your own hero
(^^)*


CUADERNO DE BITÁCORADonde viven las historias. Descúbrelo ahora