¡Al ladrón!

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-Les prometo que no he sido yo, policía-recalcaba Martín, por quinta o sexta vez ya desde que el interrogatorio había empezado.-Me pidieron que les ayudara.
El capitán de policía del distrito B-32 negó con la cabeza, secándose el sudor de la frente con un pañuelo. Llevaban ya más de una hora y, siendo un verano caluroso y en apariencia un caso tan fácil, no comprendía porque seguía encerrado con ese mengajo de nueve años que se empeñaba en decir que no era culpable.
-A ver, déjame recapitular. Por ver si he comprendido bien lo que pasó, ¿de acuerdo?- pedía el policía con un tono condescendiente, mientras repasaba los apuntes que había tomado de mala gana en su libreta.
-Vale- contestó Martín, poniéndose recto en su incómoda silla y recuperando parte de su aplomo. Él sabía lo que había pasado, lo había visto con sus propios ojos y no iba a dejar que un incrédulo señor le contradijera, por mucho uniforme que llevase.
-Tú estabas en el museo del Doctor Carrasco, tu padre, ¿no? Porque estabas con lo últimos efectos de una gripe y no te podían dejar solo en casa.
-Sí, es mi padre. Pero papá tampoco me hizo mucho caso allí.
-Tu padre estaba enseñando a unos directivos importantes las obras y te dejaron a ti campando a tus anchas por la zona del cuadro.-explicaba el policía, no haciendo demasiado caso del comentario del niño.
-Se llama "Bol de frutas 1918", lo estuve mirando mucho rato porque tenía hambre y no había desayunado.
-Así que estabas con fiebre, hambre y sin supervisión adulta. Qué bonita combinación, ¿no te parece?
-¿Estás intentando insinuar algo? Ya lo he dicho fueron las hormigas, yo no tuve nada que ver.
-¿No tuviste nada que ver?
-A ver...fui yo quién descolgó el cuadro de la pared pero ellas ya habían preparado la huida y todo. Además, solo fue porque estaba muy alto para ellas, si no ni me habría metido en el asunto. Lo pidieron muy amablemente, todo hay que decirlo.
-Vaya, ¿solo descolgaste el cuadro? Entonces no hay nada más que hablar, búscame 1000 esposas diminutas y déjame cien años para perseguir a esas robonas por todos los hormigueros de la ciudad.
-¿Por qué no sé lo cree nadie?
-¿Qué por qué no se lo cree nadie? No sé yo, ¿podrías acaso identificar a tus sospechas, Martín?
-Pues sí claro, eran pequeñas, de color oscuro, con diminutas patitas, se movían rápido-enumeraba el chico, recordando su encuentro de esa mañana.
-Martín acabas de describir a cualquier grupo de hormigas que uno puede ver. No tiene sentido, son hormigas, no saben lo que es robar.
-Sin embargo lo han hecho, capitán. Y muy bien además.
-Mira, no me vengas con estupideces. ¿Qué razón tendrían ellas para robar uno de los cuadros más famosos de Picasso?
-Es un poco largo de explicar, tampoco creo que me creas.

Esa mañana Martín había llegado al museo con su padre al lado, algo dormido y con dolor de cabeza por la fiebre, tal y como testificaría después en el interrogatorio.
Su padre había saludado al secretario como cada día y Martín había huido lo antes posible a buscar algún pasillo vacío en el que pasar su jornada.
Se había paseado delante de infinitas obras que ya conocía de memoria hasta que eligió un bonito banco para sentarse.
Distraído, había pisado una solitaria hormiga que paseaba por el suelo. Se preguntó cómo, con tanta seguridad que ponían para contratar las personas que entraban en el edificio, habían permitido la entrada de insectos.
Por eso, Martín se asustó cuando vio aparecer a muchas más. Subió los pies y se sentó de rodillas en el banco mientras el suelo se cubría a velocidad increíble por una masa marrón oscura. Las hormigas avanzaron y se acercaron a su mochila, entrando dentro de ella y volviendo a salir transportando una de las libretas del chico.
Él, asombrado, no podía hacer nada más que esperar a ver adónde llevaban todos estos acontecimientos. Sabía que las hormigas eran muy fuertes, capaces de levantar veinte veces su peso, pero nunca lo había presenciado y ahora estaba pasando delante de sus ojos.
Ellas prosiguieron su pequeña danza ante sus ojos como platos, sacaron un boli de la mochila y escribieron un soneto.
¡¿Una soneto?! Martín no sé lo creía, con lo que a él le costaban los relatos que mandaba su profesora de Lengua y aquí este grupo de pequeños animales había escrito un poema sin tener ni pulgares.
Martín se acercó a leer los versos y ellas se desperdigaron un poco, dejándole espacio.
Nuestra reina se ha muerto, mucha ayuda
necesitamos mucha comida también.
Nuestra reina se ha muerto, los humanos
pequeñas nos llaman pero somos muchas.

Dominar el mundo no queremos, solo
tranquilamente vivir debajo de él.
Nuestra reina se ha muerto, atrapada
por gigantes, no la hemos vuelto a ver.

Su hija es muy pequeña, aún llora
por las noches, teme a la oscuridad.
Una reina valiente necesitamos.

Un cuadro con todas las frutas del mundo
nos llama y nos ofrece la solución.
Matarte o no depende de si ayudas.

Una gran sonrisa adornaba el final. Pero fuera de inspirar simpatía a Martín, al estar después de la última frase, el olor de peligro le empezó a inundar las fosas nasales.
Las hormigas se volvieron a manifestar en cuanto percibieron que el niño había comprendido claramente el mensaje. Formaron un gran signo de interrogación en el suelo mientras Martín pesaba en una balanza los problemas que ser cómplice de un robo le podía acarrear y su curiosidad respecto a todo ese asunto.
Se dice que la curiosidad mató al gato, pero él también sabía que esa razón la única manera de no morir de aburrimiento esa mañana. Así que descolgó el cuadro de la pared y lo tendió a sus nuevas amigas del subsuelo. Ellas devoraron el marco y enrollaron el papel dibujo hasta que pasó fácilmente por el agujero de un rincón.
Después de eso Martín volvió a estar tal y como había estado al principio del día, solo que con un espacio vacío en la pared de enfrente suyo.
Las alarmas retumbaron por toda la sala pero él estaba tranquilo, las hormigas no habían dejado huellas. Por eso, cuando los policías entraron en el museo y uno de ellos preguntó dónde estaba el cuadro él tan solo suspiró y dijo:
-Con la nueva reina, dónde debe estar.

Una tarjeta de Navidad con un hormiguero y un gracias enorme le llega a Martín por el correo. Es su reconocimiento.
Martín sonríe y sale al recreo, el centro de menores por un par de meses no era una mala consecuencia de esta historia. Total, no tenía otra cosa que hacer.

CUADERNO DE BITÁCORADonde viven las historias. Descúbrelo ahora