Cascos

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Voy caminando por la calle. Miro alrededor.
Con cada uno de mis pasos las baldosas resuenan y las alcantarillas lanzan al aire un sonido metálico. Delante mío camina un señor mayor moviendo los pies lentamente, pero al ritmo del bajo. A mi izquierda aparecen dos trabajadores esforzándose en la obra de un edificio. Él pone las columnas metálicas de soporte y ella las clava, con fuertes golpes. Cada golpetazo que da, es el inicio de un verso. Me cruzo a un grupo de amigos que hablan animadamente. Se quitan unos a otros la palabra de la boca, pero yo oigo sus voces como una sola. Dicen lo mismo una y otra vez, un estribillo que tarareo mientras sigo por Colón hasta llegar a la estación.
Despedidas y encuentros se ven a simple vista, pero yo oigo más. Se escuchan gritos de amor, solos de guitarra y todos bailan al compás. El techo de largas vigas tapa las nubes que fluyen con el ritmo de la música.
Salgo fuera y presencio una pelea entre dos chicas jóvenes. Sus gestos me cuentan un problema de amor. Probablemente luego se arrepientan de estar gritando con la cara roja en medio de la calle. Una llora, se nota que está rota. La otra, aunque suelta palabrotas, sigue teniendo esas chispitas en los ojos que hacen saber que en realidad solo quiere abrazarla y pedirle perdón enseguida. Esa trifulca no es más que un baile contemporáneo con gran sentimiento hoy. Hoy todo tiene otro significado, todo se mueve y se respira energía.
Me encuentro a un amigo y le saludo. Me quito los cascos e intercambiamos un par de frases. Se va y me paro unos segundos antes de volver a ponérmelos en las orejas y darle al play otra vez. Miro la calle que me rodea. El ritmo ya ha parado, no más Sharif, no más Twenty One Pilots, no más La Raíz, Paradise Fears no Lukas Graham.
Ahora se oyen las conversaciones lejanas, el ruido de los coches y el ligero viento que me sobrevuela. Ando varios pasos, aún dudando si volver a mi aislamiento anterior. Era más entretenido, todo más bonito, más paz.
Pero empieza a reconocer una especie música. Todos los ruidos se unen y mis pensamientos entonan la melodía. Mi reloj me indica que "Vida" está en el minuto 840 del día 5475 y que falta aún mucho para los acordes finales. O eso parece.
Guardo los cascos y apago mi móvil. Camino tranquilamente hasta casa, voy andando despacio
Ya era hora de escucharme a mí mismo.

CUADERNO DE BITÁCORADonde viven las historias. Descúbrelo ahora