Recuerdos en blanco y negro

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La, fa, sol, mi, fa, re, mi.
Toco la pieza delante de todo el auditorio. El piano reverbera con los sonidos y sonríe vanidoso porque se sabe el centro de todas las miradas. Pulso la nota final.
Con los ruidosos aplausos de la gente nadie oye cuando un coche rompe la pared, entrando el morro en la sala. Tampoco nadie lo ve. Solo yo.
Mientras inclino la cabeza para saludar, veo por el rabillo del ojo a la chica en el asiento del conductor. Tiene una herida en la cabeza pero sonríe orgullosa. Cojo mis partituras para irme y la imagen se desvanece. Abandono el escenario.
En seguida se me acerca mi prima. Aunque no sabe tocar ningún instrumento, le gusta la música clásica y había venido a verme. Me pregunta con curiosidad por qué he elegido una pieza tan poco conocida y de un estilo tan diferente al mío habitualmente. Yo le cuento lo que pasó el día en que me enseñaron la partitura de la pieza y ella lo considera una respuesta más que válida.
Yo estaba sufriendo, tratando de tocar una pieza de Debussy. Mi profesora me hizo parar, apartó esa pieza y me dió dos minutos para hacer primera vista de algo que me acababa de poner en el atril. A la vez que yo tocaba, ella me contaba la historia de la última persona a la que enseñó a tocar esa partitura en la academia.
Mientras yo luchaba por acertar las alteraciones y que sonara a una tonalidad decente, me habló de una chica de 20 años que tenía un problema. Mientras yo empezaba a coger el ritmo, mi profesora me explicó lo positiva que ella era a pesar de todo y las ganas que tenía de que le enseñaran a tocar el piano. Que le enseñaran a tocar la pieza que ahora me estaba enseñando a mí.
En un trozo de baja dificultad oí las risas que compartieron y sus mejorías, tanto en el instrumento como en su enfermedad. Sin embargo el tono pronto se oscureció. Mientras mis dedos modulaban a una tonalidad menor, su sonrisa desapareció y su voz se volvió más grave. Yo miré al último pentagrama y, sin dejar de tocar tragué saliva al verlo muy complicado.
En unas corcheas que cogí temblorosas, a destiempo y equivocadas me contó la primera vez que la chica salió en coche con el carnet recién sacado. Ninguna acabamos bien esta parte. Mientras yo me paraba para tratar de arreglar mis anteriores fallos ella derrapó y se estrelló. Fallé la nota final y su corazón también acabó fallando.
Mi profesora había terminado de hablar y la primera vista había concluido sin mucho éxito. Me miraba con ojos interrogantes, a la espera de que yo diera el veredicto de si quería tocarla o no. Corrí al cuarto de la impresora para fotocopiarla. La chica nunca llegó a aprenderla de arriba a abajo, la dejó incompleta. Y alguien tenía que completarla.
En vez de un minuto de silencio, yo quería dedicarle aquella banda sonora de su muerte que nunca llegó a comprender del todo.

*Hey. Una simple apreciación. La pieza que aparece arriba del todo no es en la que me inspiré para escribir esto. La "original " es Sacro-Monte de Joaquín Turina pero no concordaba exactamente con el tono triste del relato por lo que decidí poner este estudio de Chopin en la parte de arriba. Es una de mis piezas favoritas. Gracias por todo y espero que lo hayáis disfrutado.*

CUADERNO DE BITÁCORADonde viven las historias. Descúbrelo ahora