Capítulo 3

1K 117 9
                                    

«—Hija, ven aquí. ¿Recuerdas a mi viejo amigo Joseph Levinson? —Niego al intentar hacer memoria.

Mi padre se la pasó presentándome esta noche a cada uno de sus socios internacionales. No recuerdo a ninguno y no me interesa hacerlo tampoco. Sé cómo son estos bailes de aburridos y es increíble que la gente gaste su tiempo al venir. Cada uno se vuelve más tedioso que el anterior y lo peor de todo, es ver cómo mi madre se esfuerza en encontrarme marido aún cuando tengo solo veinte años.

—Emerson, has crecido mucho. —El tipo me da una repasada indiscreta de arriba abajo y decido dejarlo pasar—. Aún recuerdo que tenías unos diez años cuando corrías con Patrick por todos lados.

Y me acordé. Los americanos. De pronto y como si lo hubiera invocado, un hombre alto y de cabello rubio aparece justo al lado del socio de papá. Sus ojos son azul cielo y una sonrisa ladeada surca su perfecto rostro. No tengo que escarbar mucho en mi memoria para saber que se trata de Patrick Levinson, pero adulto; qué bien le sienta la madurez. Hago un esfuerzo enorme por apartar mi interés de su perfecta cara, y sin despedirme o presentarme, me doy media vuelta y entro en el primer baño que encuentro. Genial, en este momento deben pensar que soy una maldita loca y quizá hasta tengan razón.

Tardo más de lo necesario en repasar mi maquillaje para luego salir de mi escondite improvisado. Cuando atravieso la puerta, me arrepiento al instante. Esos orbes azules de nuevo, Patrick está justo afuera del baño como un acosador. Paso por su lado sin detenerme, pero en menos de cinco segundos, lo tengo frente a mí. Su imponente cuerpo me bloquea el camino por completo y cuando alzo la mirada para enfrentarlo, sus labios se acercan lo suficiente a mi oído y puedo sentir cómo la piel se me eriza al instante.

—¿Sabes? —Su mano se dirige hacia el mechón rebelde de mi cabello y lo toma entre sus dedos—. Tu madre me rogó que te invite a salir.

Una risa suave escapa de su boca y, al mismo tiempo, roza mi piel, hace que un calor bastante conocido se extienda por mi cuerpo. En este momento vulnerable, deseo que me trague la tierra por la vergüenza. Asimismo, quiero patearle las bolas a este rubio presumido.

—Algo realmente innecesario porque no te he quitado los ojos de encima en toda la noche.

Se aleja de mí lo suficiente para mirarme a la cara y veo una sonrisa dulce llenar su rostro. Parece estar nervioso de repente y creo que es algo muy poco común, pues estaba muy confiado hace unos momentos.

—Bueno, mi madre no decide por mí. Así que te apartas o te aparto, tú decides. 

Volteo los papeles en menos de lo que él se esperaba. Puedo distinguir la sorpresa en esos preciosos ojos y aún no sé cómo salieron esas palabras de mi boca. Siempre fui una chica tímida cuando del sexo opuesto se trata, soy de la vieja escuela. Me gusta que se tomen el tiempo para planear algo bonito si en verdad les interesa salir conmigo, no pretendo una cena costosa ni bailes prestigiosos como este. Prefiero una caminata, buena compañía y una estimulante conversación.

Patrick parece sopesar sus opciones y con una pequeña sonrisa, se aparta y me da el espacio solicitado. Me permito suspirar en forma de alivio, cuando hay más de medio metro de distancia entre nuestros cuerpos. El chico es apuesto y está buenísimo, pero él ya lo sabe, así que deberá esforzarse un poco más conmigo.

—¿Te invito una copa? —Hace un ademán hacia la barra.

—De hecho, me siento bastante cansada ya. ¿Quieres llevarme a casa? Apuesto a que mi madre le encantaría.

Busco a Beatrice Lowell por el prestigioso salón y la encuentro muy divertida mientras observa el espectáculo que monto.

—Eso me encantará más a mí que a ella.

Patrick se muerde el labio inferior y un brillo salvaje se apodera de su mirada.

—Tranquilo, no soy esa clase de chica —suelto. Entretanto, comienzo a caminar hacia la salida.

—Créeme, lo sé.

Y lo demás, como dicen… es historia».

Se levanta de forma lenta y se acerca a mi cama. Es como si tuviera miedo de decirme algo o incluso de mirarme. De nuevo, pienso en la terrible imagen que proyecto a los demás y, por primera vez en meses, si puedo detectar lo que hay en su mirada, porque es pena, como la que está en todos los que han venido a verme. Antes no era así, podíamos pasar horas hablando de tonterías sin sentido. Sin embargo, eso cambió de forma tan brusca e inesperada que no lo pude tolerar. Lloré tantas noches por no poder ser suficiente para él, eso era lo que más me repetía, que no era lo que él esperaba y, con simpleza, me cansé. Cuando terminé con él, enloqueció por completo y me prometió que iba a cambiar; ya era tarde y yo ya no anhelaba su cambio.

—Hola, Em —emite apenas un susurro de terciopelo, tan suave que puedo notar cómo mi piel reacciona y se eriza por completo.

—¿Qué haces aquí? —Mi voz suena más fuerte y segura de lo que en verdad me siento.

—¿Estás jugando? Te asaltaron y violaron. Es claro que estoy aquí para apoyarte y, más que nada, ayudarte a salir adelante.

Patrick vuelve a aparecer tras esa máscara de ternura que tenía en el momento que desperté, no hay cambios, sin importar las circunstancias. Todo será igual. Patrick se desploma en la silla frente a mí e intenta tomar mi mano, pero la aparto al instante.

—Em, no hagas esto, estoy aquí para ti.

—No necesito que lo estés, Patrick.

Sé cómo sueno, mas debo cortar esto de raíz.

He sufrido mucho los últimos meses por su culpa y no me permitiré a mí misma seguir así. No es justo para ninguno de los dos y espero que él también logre darse cuenta.

—¿Entonces así será? —Patrick suelta una pequeña risa, escalofriante podría decir, ve a la nada por unos cuantos segundos antes de fijar sus gélidos y azules ojos en mí—. ¿Se acabó?

—Mucho antes de que sucediera todo esto, Patrick. Lo siento, pero debo pensar en mí ahora.

Él se levanta sin decir una palabra y se acerca aún más a mí haciendo que mi cuerpo se tense de terror. No nota mi temor en lo absoluto, cuando pega sus labios en mi frente. Un suspiro entrecortado abandona mi cuerpo y hace que el alivio sustituya el miedo. ¿Acaso tendré que lidiar con esto toda mi vida? No quiero tener que esconderme detrás de una muralla ni sentir esta paranoia constante.

—Lo siento, Em.

Y sin decir nada más, solo sale de la habitación. Eso fue más difícil que ver a mis padres sufrir por mi situación. Patrick fue mi novio por dos años, hasta nos comprometimos, pero mi corazón no estuvo dispuesto a estar con el suyo por el resto de nuestras vidas y no porque no lo quiera, lo quiero muchísimo. No obstante, el amor no es suficiente y hoy lo sé más que nunca.

—También lo siento.

Un par de golpes en la puerta de mi habitación me hacen desviar la vista de mi libro, hoy no es un buen día y le pedí a Sandy que no me pasara ninguna visita que no sea mi madre. No sé cuánto tiempo debo estar aquí, pero, al parecer, será hasta que no haya ningún tipo de riesgo con la fractura que sufrió mi costilla.

He intentado no pensar porque cuando me dejo llevar por el camino oscuro de mi mente, caigo en un vacío en el que se me hace difícil respirar. No quiero sentir miedo, tampoco rabia, pero ¿cómo hago que eso pare? He evitado a mi padre y aún no comprendo del todo la razón. Quizá tengo miedo de las consecuencias que traiga esto a su reputación como uno de los empresarios más respetados del país o tal vez la simple presencia masculina me estremece más de lo que quiero admitir.

No repetí el episodio de inseguridad con mi hermano y eso me parece más que satisfactorio, porque no quiero crear ese monstruo en mi ser. Quiero pelear contra él, mas hay días que simplemente me vence y yo dejo que lo haga.

—¿Lowell?

Asiento a la mujer de túnica blanca que me deja en claro que trabaja aquí. Me regala una pequeña sonrisa y cierra la puerta a sus espaldas.

—Soy Sharon Cold. —Curioso apellido—. Psicóloga.

Genial.

No me malinterpreten. No obstante, no esperaba esto tan pronto. Sé que cuando salga de aquí tendré que seguir un tratamiento psicológico y eso me asusta más de lo que puedo explicar. Es algo obligatorio y está más que claro que funciona, pero me avergüenza de algún modo tener que compartir ciertos detalles de lo que me pasó para poder avanzar en esto.

—Es un placer —digo después de unos cuantos segundos.

—Comenzaré diciendo que no estás obligada a decir nada con lo que no te sientas cómoda. —Asiento—. Estarás aquí por un par de semanas y me gustaría seguir tu caso en este tiempo.

—¿Y luego?

—Bueno, yo solo estoy autorizada a brindar mi servicio a pacientes que se encuentran internados en este hospital, pero hay muchos colegas calificados allá afuera y no tengo problemas en recomendarte alguno cuando te den de alta.

Vuelvo a asentir y dejo mi libro a un lado para poner toda mi atención en Sharon.

—Me comentaron que no querías visitas hoy, ¿puedo saber la razón?

Niego con la cabeza sin mirarla.

—¿No quieres decirme?

—No sé la razón —musito con sinceridad.

—Entiendo. ¿Has sentido eso cada día? —Vuelvo a negar con la cabeza—. Quiero que intentes describirlo a tu manera, para yo poder evaluar lo que estás sintiendo.

—Es raro, pero hay días que simplemente quiero estar sola. Cuando desperté después de todo, agradecí a Dios por estar viva y luego me di cuenta del precio que pagué para seguir con vida.

—¿Te sientes culpable de haber sobrevivido?

—Me siento incompleta. —Sharon asiente para que prosiga—. Algo perdí esa noche y no volveré a recuperarlo nunca, no sé qué es y mi cabeza se siente como un rompecabezas de un millón de piezas. Imposible de armar.

—Difícil de armar —me corrige—. Imposible es una palabra limitante que no define todo lo malo del mundo. Tu rompecabezas de un millón de piezas será difícil de armar, cada persona tiene su propio proceso de sanación y depende de uno mismo cuánto deseamos seguir adelante aun con ese dolor calando en el fondo.

—¿Pensaré siempre así? ¿Tendré siempre días sin visitas?

Sé que Sharon comprendió mi metáfora a la perfección y su asentimiento me desconcertó un poco.

—Tus pensamientos no siempre serán tus aliados, pero si encuentras la base de ellos, puedes controlarlos a tu favor. En cuanto a los días en los que necesitas estar sola, es completamente natural y lo que más importa es en qué gastas tu tiempo a solas.

—No comprendo.

—No es bueno que te encierres en un cuarto a cuestionar lo que pasó, pero puedes invertir el tiempo a solas haciendo algo que te guste. Te recomiendo escribir un diario personal, eso ayuda más de lo que imaginas porque no estás contando de frente lo que te pasó; lo estás contando y verás lo bien que le hace eso a tu corazón.

—Escribir no es lo mío —confieso.

—Ejercicio, lectura… —Señala el libro—. Toda actividad que mantenga tu cabeza ocupada es funcional.

—¿Lo olvidaré así?

Sharon vuelve a negar y se acerca hasta tomar mis manos entre las suyas.

—Jamás lo vas a olvidar. Lo que te recomiendo es para que tus pensamientos se concentren en otras cosas menos relevantes para que, de a poco, vayas dejando eso atrás. No es olvidar, es aprender a vivir con ese recuerdo sin dedicarle el tiempo para revivirlo.

Sopeso sus palabras y la palabra imposible comienza a retumbar de nuevo en mi cabeza. Todo lo que me acaba de decir parece un montón de disparates y lo más loco es que deseo intentarlo.

FIGHTOVE © 《DISPONIBLE EN AMAZON》Donde viven las historias. Descúbrelo ahora