🌑 Prólogo 🌑

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Cuando era niña me contaron el cuento de Caperucita y el lobo, una niña que va a ver a su abuelita enferma y se encuentra con una engañosa criatura que solo deseaba comérsela

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Cuando era niña me contaron el cuento de Caperucita y el lobo, una niña que va a ver a su abuelita enferma y se encuentra con una engañosa criatura que solo deseaba comérsela. Nunca entendí cómo historias tan sangrientas podían ir dirigidas a niños, hasta que el cuento se volvió más real de lo que me contaron.

Uno nunca espera desaparecer, o borrarse del mundo. Tampoco es que fuera fanática de las rutinas, pero mi vida tenía su ritmo, y estaba conforme con él.

Pero todo se borró, sin previo aviso. Sí, porque uno se ciñe a su rutina, pero nunca sabe cuando ésta llegará a su fin, solo no se lo espera, y menos de manera tan abrupta.

Me sumí en una horrorosa oscuridad, con apenas unos momentos de lucidez donde todo lo que veía eran unas garras salvajes y unos afilados dientes, cubiertos en sangre, que solo podían pertenecer a una criatura sacada de las más profundas pesadillas de la sociedad. Los ojos de mi depredador no mostraban ni una pizca de piedad, eran oscuros, infectados de rabia. Y por supuesto, su rostro y su cuerpo tenían la morfología de lo que yo describiría como una bestia.

Solo sabía que quería vivir, pero quizás así se sentían las gacelas cuando caían en manos de un león.

Solo me quedaba entregarme al pensamiento de que era una pesadilla, sin embargo el dolor se sentía demasiado real como para tratarse de un sueño.

Y no disminuyó.

Mi cabeza era incapaz de hilar un solo pensamiento coherente, todos mis instintos estaban concentrados en el insoportable dolor que sentía. Mis músculos ardían, como si mi cuerpo estuviera siendo consumido por un abrazador fuego, que calaba hasta mis huesos. Podía escuchar los acelerados latidos de mi corazón retumbar en mis oídos, y me faltaba el aire.

Es difícil medir el tiempo en la oscuridad y más cuando estas viviendo una tortura, pudieron pasar días enteros o unas cuantas horas, mi conciencia iba y venía tal como mis ganas de luchar y sobrevivir. A veces parecía más fácil entregarse a las tortuosas sombras, y otras veces el anhelo de seguir respirando me hacía batallar contra ellas. Siempre perdía, fuera cual fuera el caso.

Hasta que finalmente encontré descanso.

Abrí los ojos lentamente, mis párpados pesaban de sobremanera y la luz del cuarto incomodó a mis pupilas, parpadeé un par de veces e intenté acercar mis manos a mi rostro, entonces descubrí que estaba inmóvil. Inmediatamente la sorpresa me provocó un estado de alerta, miré en todas las direcciones, y descubrí que estaba en una cama, dentro de una habitación extraña que parecía una pieza de hospital, todo se veía limpio e inmaculado, las paredes y el piso eran de un blanco invernal y una ventana frente a mí me anunciaba que me encontraba lejos de la sociedad, a juzgar por el paisaje verde de afuera.

Mis extremidades estaban amarradas a los bordes de la cama, una mirada bastó para ver que mis brazos estaban lastimados, largas líneas rojizas recorrían mi piel, aún cicatrizando.

SelenofobiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora