🌑Capítulo 41🌑

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Finn me acompañó hasta la entrada de su habitación, caminaba como si estuviera flotando sobre las nubes, notablemente feliz de haberme puesto de su parte.

Sin embargo, su alegría duró muy poco, ya que en cuanto abrió la puerta, nos encontramos con Angus esperando del otro lado, con una expresión de pocos amigos.

—¡Reade! —exclamó Finn.

—¿Se puede saber qué están haciendo? —preguntó.

—Pues si aceptaras mi propuesta podríamos contarte —respondió su primo—. Pero, ya que insistes en mantenerte al margen, no puedo.

—No me salgas con eso de nuevo, Finn.  Sabes que no estoy interesado en tus ideas anarquistas, que no llegarán a ningún lado. Y deberías dejar a Kenzie afuera, no la metas en más problemas.

—Kenzie tiene voluntad propia —interrumpí.

—No, Kenzie, tú no tienes idea en lo que te estás metiendo —Me advirtió Angus.

—¿Cómo esperas que tenga idea si tú siempre te esfuerzas en ocultarme todo? —espeté.

—Solo estoy intentando ayudarte —argumentó—. ¿No querías regresar a casa? Esta la única manera.

—Esta es tú manera de hacer las cosas, Angus, pero ya sabías de la Lágrima. ¡Nunca podré retomar mi vida mientras esté ligada a ella! ¡Lo sabías y me lo ocultaste!

Mis palabras lo dejaron helado.  Así es, lo había descubierto.  Acababa de perder el control de la situación y no le gustaba el giro de los acontecimientos. Miró a Finn, con la rabia reflejada en sus ojos.

—Yo solo le conté la verdad, ella tomó la decisión por su cuenta —Se defendió el acusado.

—Kenzie, tienes el poder de anular —Me dijo—. Tu transformación no se manifiesta porque has usado la Lágrima para detenerla.  Puedes volver a casa y fingir que nada pasó si mantienes el efecto.

—Y me van a perseguir donde sea que esté, ¿no?

Angus guardó silencio. Sabía que tenía razón, estaba atrapada y no había nada que pudiese hacer para liberarme.

Me habría gustado que la realidad fuese distinta, pero ahora que la verdad me había golpeado, no me quedaba de otra y estaba intentando asumirlo de la mejor manera posible.

Y ya no podía soportarlo.

—Permiso —murmuré, antes de pasar por su lado. 

Ya conocía el camino, mi cuerpo avanzó casi por inercia, como si una fuerza externa lo estuviese dirigiendo hasta la salida.

Solo encerrarme en mi habitación y no salir jamás, sabía que no sacaría nada evadiendo la realidad, debía salir y darle la cara, pero para eso, primero necesitaba refugiarme en algún lugar donde pudiese descargar todas las emociones que me estaban consumiendo.

Los pasillos estaban desiertos, los alumnos se encontraban en clases y dentro de poco sería la hora de almorzar, pero yo me encontraba inapetente.

Cerré mi puerta y agradecí que Aby estuviese en cualquier otro lugar menos en nuestra habitación.  Me tiré sobre la cama, el colchón hizo que mi cuerpo diera un par de saltos, al recibir el impacto de todo mi peso.

Estar triste a estas alturas no tenía sentido, ya sabía de antemano que Angus me ocultaba información, pero aún así, me dolía que hubiese mantenido en secreto algo tan importante, porque yo había intentado obedecer, seguir su consejo, porque en cierta manera estaba agradecida con él. 

Ahora me sentía totalmente usada, como una herramienta o una cosa sin voluntad que Angus movía de un lado a otro, sin enterarme de nada.

Lo peor era que estaba plenamente consciente de lo que hacía y no lo detuve.  Le permití moverme a su gusto, dejando a un lado mi promesa de ser fiel conmigo misma.

Era una idiota, esta vez, había dejado que me hicieran daño.

Sin embargo no me sentía totalmente desvalida, porque sabía que volvería a ponerme de pie y daría la pelea por lo que creía que era mejor. 

Tal vez ya venía asumiendo desde mucho antes la idea de que no podría huir de esta prisión, aunque no me daba cuenta de lo que mi subconsciente pensaba. 

Estaba en la mejor parte de mi reflexión cuando la puerta se abrió de un golpe.

—¡Kenzie! ¡Qué bien que estás aquí! —exclamó mi compañera de cuarto.

—¿Dónde más puedo estar? —pregunté.

—No lo sé, desapareciste de pronto, y estábamos muy preocupados.  Ni siquiera fuiste a comer, el encargado de la cocina no quiso darme tu porción.  Lo siento.

—No te preocupes, no tengo hambre. 

Sin embargo, fui traicionada por mi estómago quejumbroso.

—¡Vamos! Puede que Eddie tenga algo de chatarra en su habitación —propuso Aby.

—No, en serio, no quiero comer nada.

Me quedé en la cama, sin mover un solo músculo. Podía sentir la mirada de Abigail penetrando mi espalda, pero no me importaba. 

—Está bien, volveré a clases —resolvió.

Guardé silencio.

Aún sin verla, pude imaginar dentro de mi cabeza su expresión decepcionada.  Escuché sus pasos, dio media vuelta y caminó en la dirección contraria, rumbo a la puerta.

—Espera —La llamé. Al instante, sus pies se detuvieron.

Quería pedirle que tomara notas por mí, pero de inmediato me arrepentí de la idea, ya me había hecho demasiadas veces el mismo favor.

—Iré contigo —dije al final, solo por no dejarla esperando. 

Ni siquiera tenía ganas de aparecer en clases, actuando como si todo estuviera perfecto, cuando en realidad, nunca nada ha ido bien desde que llegué, solo que lo ignoraba.

Me levanté, luchando con mis deseos de quedarme y recogí mi mochila del suelo, ni siquiera me preocupé de revisar si llevaba todo lo necesario para una aburrida y eterna jornada, pues poco me importaba a esas alturas.

—Si no quieres ir, puedo tomar apuntes por ti —ofreció Aby al notar mi desánimo.

Negué con la cabeza. 

En algún momento, los estudios habían dejado de ser la mayor de mis preocupaciones y sin embargo, era de las pocas cosas que podía hacer sin depender de nadie, sin secretos, sin ayuda.

—¿Qué tenemos ahora? —inquirí.

—Matemáticas —contestó mi compañera con una sonrisa. 

—No sé cómo puede gustarte —suspiré.

—Tal vez porque los números no traicionan, las personas sí.

Se me escapó una ligera sonrisa al escuchar su reflexión.  No estaba segura si realmente lo sentía así o solo quería hacerme subirme el ánimo, pero presentía que había un consejo implícito en sus palabras.

—Bien —resolví—. No puedo con mis propios problemas, así que veré cómo me va con los problemas numéricos.

SelenofobiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora