🌑 Capítulo 22 🌑

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Busqué a Eva por todos lados para encargar mi vestido, hasta que me enteré que estaba con licencia, por encontrarse enferma.

Fue tragicómico, pues francamente, solía actuar como mi mensajera personal de malas noticias y ahora que, por primera vez deseaba verla, no se encontraba disponible.

Pensé en ir a visitarla, pero no conocía el lugar donde dormían los funcionarios, ni tampoco sabía qué iba a decirle al encontrarla descansando en cama. Además, tenía mucho que estudiar y mi compromiso con los estudios la iba a ser tan o más feliz que una visita.

Sin embargo, ella misma fue quien llegó a mí, como si la hubiese invocado, mientras repasaba en la biblioteca.

Su rostro estaba pálido, tenía la nariz roja y su voz gangosa, aunque debía darle mérito por esforzarse en usar sus usuales tacos, que le doblaban la altura, a pesar de su estado de salud.

—Tienes trabajo —me informó.

Parecía estar a punto de desvanecerse, así que le ofrecí la silla contigua.

—No debiste haberte levantado de la cama —señalé.

—No puedo decirle que no a Angus Limerick —dijo.

Abrí mis ojos y levanté las cejas. Así que obedecerle a los estudiantes del sector este era una política general, que no se aplicaba únicamente en mí.

—Está bien, vuelve a la cama —pedí.

—Cuando termines ve a verme. Soulen Limerick me ha pedido que te ayude a escoger tus ropas para el baile —Su voz fue decayendo a medida que hablaba.

—Descansa —Le ordené, como a una niña pequeña.

Eva hizo un gesto que difícilmente podía interpretarse como una afirmación.

—Ve con Angus —exigió.

Al ver que no me quedaba más remedio que hacer caso a su petición, recogí los cuadernos esparcidos en el escritorio y los guardé en mi mochila, en una clara señal de obediencia.

Me sentí mal, pues sabía que cuando Aby llegase, iba a encontrar una mesa vacía y probablemente mi ausencia la lastimara. Era una persona sensible.

Sin embargo, Eva no me dejaba opción.

Pasé por su lado, intentando demostrar mi reticencia en cada paso que daba, como una protesta silenciosa.

Escuché el sonido de sus zapatos siguiendo mis huellas, miré de reojo a la bibliotecaria, esperando que hiciera algún comentario o, que al menos, le ordenara pisar más despacio, sin embargo la mujer ni se inmutó. Era increíble. Nadie se esforzaba en disimular ni un poco los privilegios de unos pocos.

Ya conocía el camino, y se lo hice notar a mi tutora, quien al ver que sí tenía intenciones de cumplir con mi deber, se retiró. La vi alejarse, temiendo que en cualquier momento cayera desmayada y tuviese que cambiar mis planes para poder ayudarla. Por fortuna, el peor de los pronósticos no se dio, pues ya podía imaginar la cara de enfado de Eva al enterarse que incumplí con Angus por llevar su moribundo cuerpo a la enfermería. Lo cual, no sería mi culpa, pues nadie la mandó a pasearse por ahí enferma.

La puerta de Angus se encontraba entreabierta, y una canción que no conocía se escuchaba desde adentro, toqué por educación y luego entré sin esperar respuesta. Estaba en su cama, leyendo un libro, desinteresadamente.

Aunque estaba sorprendida que me hubiese llamado, no quería demostrarlo.

—¿Cómo es que puedes contactar a mi tutora con más facilidad que yo? —interrogué, sin saludar.

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