🌑 Capítulo 12 (parte I)🌑

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Shiomara Resendiz era una mujer alta, con un largo cabello castaño recogido en una perfecta cola de caballo, que incluso llegó a dolerme. Su rostro era serio y firme, estaba decidida a hacer su trabajo. Pude ver un agotador destino frente a mi.

Nos encontramos en la cancha que quedaba cerca de los dormitorios, era la más pequeña de las tres que poseía el recinto, pero también la más privada, gracias a las rejas que la rodeaban, de modo que solo habían dos entradas.

Desde afuera no se podía ver lo que había dentro, ya que las enormes graderías de rodeaban el recinto no lo permitían. A un lado, había un pequeño edificio con las típicas señales del baño, y al otro se encontraban los camarines.

Me agradaba.

Shiomara se tomó la molestia de consultar si tenía alguna duda antes de comenzar, ante mi negativa, comenzó su entrenamiento sin más.

Partimos con algunos estiramientos y un suave calentamiento, luego me envió a hacer algunos abdominales, mientras yo me preguntaba cómo iba a ayudarme la actividad física. Es decir, no me quejo, tenía buen estado físico, en mis días como estudiante común y corriente solía estar en el equipo de volleyball y fútbol, también salía a andar en bicicleta los fines de semana y en general, mantenía una vida muy activa, por lo que no me complicaba seguir sus instrucciones.

Ella no decía nada más que lo necesario, no recibía elogios por mi bien desempeño ni nada por el estilo, solo se limitaba a explicar los ejercicios y corregirme cuando lo consideraba necesario.

Su frialdad no me molestaba, de cierta manera era agradable, no tenía reparos en fingir que le importaba, no quería hacerme sentir bien ni adularme por ser un joven lobo, ella quería hacer su trabajo y punto y me gustaba que se mostrara tal cual era. Sabía que en sus manos encontraría la solución a mi supuesto problema de transformación.

Al cabo de unos minutos me llamó para hacer algunos ejercicios de meditación, era pésima, no estaba acostumbrada a quedarme quieta, pero hice el esfuerzo.

Me hizo mirar un punto fijo, de modo que pudiera vaciar mi mente, pero acabé repitiendo internamente la misma frase, una y otra vez: «No pienses en nada, no pienses». De modo que acabó siendo todo un fracaso.

Luego de unos minutos se dio cuenta que era mejor rendirse, por ahora.

Se puso de pie y se dirigió a los camarines, pero antes de abandonar la cancha me dio una última instrucción:

—Trota al rededor del perímetro —sugirió—. Te hará bien.

Me asombré de oír aquellas palabras emerger de su boca, luego de mostrarse tan severa, su preocupación más bien se me hacía ilusoria. Sin embargo, obedecí. A esas alturas ya me había dado cuenta que me era sencillo seguir sus órdenes, no porque fuese sumisa, sino porque me agradaba ella.

SelenofobiaWhere stories live. Discover now