🌑 Capítulo 38🌑

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Los dormitorios para hombres quedaban en el mismo edificio que los de mujeres, solo que en distintos extremos.  No había guardias porque a nadie le importaba realmente si alguien se colaba sin permiso, a diferencia de la zona contraria, donde tenían vigilancia las veinticuatro horas para que pudieran dormir en paz.

La ausencia de guardias no significaba que pudiésemos pasearnos libremente por las noches, cualquier ruido atraería a un inspector  y cada cierto tiempo, una persona se paseaba asegurándose que todo estuviese en orden.  Nuestros castigos eran considerablemente más duros.

Nos adentramos en los oscuros pasillos con cuidado de no ser descubiertas. Aby se cercioraba de mirar en todas las direcciones antes de dar un paso al frente.  Yo solo quería llegar rápido a la habitación de Eddie antes que al inspector se le ocurriera pasarse por el pasillo.

Me pregunté cómo es que Aby sabía dónde se encontraba el dormitorio de Eddie. La respuesta llegó por si sola, en realidad, no tenía la menor idea, solo avanzó hasta una escalera en espiral, que se encontraba al otro extremo del extenso pasillo.

—Me alegra que no se perdieran —murmuró Eddie, quien se encontraba esperándonos en aquel lugar.

Lo seguimos escalera arriba, pisando suavemente los escalones para no hacer demasiado ruido, aún así, bajo su guía caminé mucho más rápido que cuando seguía a Aby.

Debimos subir unos tres pisos antes de abandonar la escalera y seguir por otro pasillo similar al anterior.  Eddie se detuvo en la quinta puerta y la abrió para nosotras.

Su habitación no era muy distinta a la que compartía con Aby.  Incluso estaba casi igual de desordenada.  Dos camas, una ventana, dos armarios, algo de ropa esparcida por el suelo, y una ligera capa de polvo en los muebles.

Reconocí a Dani de inmediato, se encontraba conversando animadamente con un chico de nuestra edad, de cabellos claros y piel cubierta de pecas. 

—Hola chicas —saludó Dani—. Él es Varicela.

—¿Varicela? —repetí.

—En realidad, se llama  Gastón Marcone, pero nadie lo conoce por su nombre real, solo por el artístico —explicó Eddie—.  Es mi compañero de habitación.

—¿Gastón? —preguntó Dani—. ¿En serio así te llamas?

—No pensarás que mis padres realmente me pusieron Varicela, no son tan crueles —respondió el aludido.

—Es una pena, me enteré muy tarde, ya mandé a hacer tu camiseta para el torneo —Se lamentó el capitán.

—Déjalo así —suspiró el chico-pecas con resignación.

Sentí un poco de lastima, se notaba que había debido rendirse y aceptar su apodo por las buenas.

—Pónganse cómodas, vamos a iniciar la reunión —pidió Eddie.

Nos sentamos en la cama que quedaba disponible.  El nerviosismo de Aby contrastaba con la confusión en mi rostro.

—Tenemos que hablar sobre lo que teníamos pensado para este aniversario —Introdujo Dani.

Instintivamente miré al desconocido cubierto de pecas.

—Tranquila, Kenzie —Me tranquilizó el dueño de la habitación—. Varicela es confiable.

—¿Me confiarías tu alma? —preguntó el muchacho, creo que me tomaría un tiempo llamarlo Varicela.

Daniel se echó a reír al escuchar la malévola propuesta.

—¿Quién diría que detrás de tu angelical rostro se escondían deseos tan oscuros? —comentó.

—Tú ya sabes que mi alma y mi corazón tienen dueña —contestó Eddie.

SelenofobiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora