🌑 Capítulo 35🌑

21.1K 2.4K 55
                                    

Me dejaron reincorporarme a clases ese mismo lunes, me sentía renovada, nada en mi cuerpo daba señas del desmayo que sufrí, sin embargo, me preocupaba desconocer las causas.  Los doctores no habían encontrado nada anormal, culparon al estrés y el cansancio de la semana, pero estaba segura que en el fondo sabían, tan bien como yo, que no era así.

Ese día no tenía control, pero aún así Eva agendó una visita para esa misma tarde, lo que no me hacía muy feliz. Había pasado los últimos días estudiando, sin reclamos, había evitado los problemas, y había hecho un esfuerzo por adaptarme.  Esperaba que al menos me dejaran la tarde para despejarme, pero al parecer no sería posible.

Asistí a clases, como cualquier otro día, pero rápidamente mi atención se desvió por otros lugares. Los alumnos no hacían más que cuchichear sobre el baile de aniversario, Aby se mantuvo a mi lado, perdí la cuenta de cuántas veces preguntó cómo me sentía, mi relajada sonrisa no parecía convencerla.  Hannah seguía igual de rara, se mostraba distante y en algún momento sentí que estaba evitándonos. 

—Está tarde iremos a la oficina del director —dijo Aby—. Vamos a decirle la "fecha".

—Tendré control esta tarde, y luego práctica —respondí de mala gana. 

No me agradaba la idea de no acompañarlos, pero mi horario era demasiado apretado.  A veces no entendía cómo podían acomodar tantas cosas en un mismo día, debía conceder que Eva tenía un buen sentido del orden, de alguna manera, siempre alcanzaba a hacer todo lo que predisponía, por más imposible que me pareciera.

—No te preocupes, te mantendré informada —aseguró.

El profesor Marshall entró al aula y todos los alumnos guardaron silencio, de modo que solo se escucharon sus pasos por el pasillo hasta quedar frente a la audiencia.  Esta sala en específico tenía dos entradas, una en cada extremo, por ser una de las más grandes y con mayor capacidad, y por algún motivo, a este profesor le gustaba entrar por atrás, de modo que pudiese recorrer las filas de asientos antes de comenzar su clase.

Por mi parte, si se le antojaba entrar por la ventana, pues  no me importaba, era mi última asignatura antes del descanso del almuerzo, así que solo me interesaba que partiera rápido para terminar más temprano.

Comenzó su tediosa cátedra y yo abrí mi cuaderno para fingir que tomaba notas, cuando en realidad, solo rayaba el margen de las hojas, con líneas al azar.

Tenía demasiadas preguntas golpeando mi cabeza como para prestar antención a otra cosa. De partida, no encontraba una explicación razonable a lo que había ocurrido después de la práctica, y me interesaba de sobremanera descubrir qué estaba pasándome.  No podía solo dejarlo pasar como un pequeño accidente, sabía que algo andaba mal y me preocupaba quedar a merced de extraños y desconocidos síntomas.

Shiomara debía tener una pista, ella no era la clase de persona que lanza teorías al aire sin un fundamento lógico.   Sin embargo, no iba a decirme lo que pensaba, no era mi amiga, era una maestra y le importaba cuidar  su trabajo, lo que no significaba que no se preocupara por mí.

Iba a tener que hacer mis propias conjeturas a partir de lo poco que Shiomara soltaba, y a juzgar por el diálogo del día anterior, cuando desperté en el hospital y me encontré con ella en la habitación, podía suponer que sospechaba de mi amuleto.  La Lágrima que mi padre me había obsequiado.

Aceptaba que fuese curioso que mi padre, Xavier Lovelace, un humano común y corriente, hubiese obtenido una piedra mágica, la que es tan codiciada por esta gente.  Pero tampoco me parecía absurdo, luego de haber destruido a las primeras que existieron, nadie podía estar seguro de dónde aparecerían nuevamente,  por lo que sí cabía la posibilidad de que fuese encontrada por un simple mortal.

La campana que anunciaba el término de la primera jornada de clases resonó por los pasillos y las salas.

El maestro detuvo su cátedra abruptamente, para esperar que el timbre dejara de sonar, incapaz de ocultar la molestia que le producía.

—Pueden irse —avisó.

Recogí mis pertenencias, las metí en mi mochila, y con la misma prisa,  corrí rumbo a la puerta.

—¡Señorita Lovelace! —Una voz me detuvo a pocos pasos de la salida.

Me giré para encontrarme con la severa mirada de mi profesor.

—¿Qué pasa? —pregunté, acercándome a su escritorio.  No era la estudiante más respetuosa, pero no tenía ganas de pelear.

El profesor Marshall buscó entre una pila de papeles hasta que encontró un par de hojas corcheteadas, que inmediatamente reconocí.  Me extendió las hojas y revisé mi calificación.  No era sobresaliente, pero sí era digna.

—Me sorprende, Lovelace —comentó el maestro—. Solo puedo recordar tu cara durmiendo en clases, pero no cuestionaré que fuiste tú quien completó la evaluación, sin hacer trampas.

—Estudié —respondí a secas.

—No veo otra manera —contestó,reclinándose en su asiento—. ¿Estudiaste las páginas sobre las Lágrimas de la Luna?

Levanté mi vista del papel y mis pupilas mostraron interés.

—No, pero sé lo que son —repuse, esperando escuchar más al respecto.

—El libro guía las trata desde la página ciento cincuenta y ocho hasta la ciento sesenta y seis.  Tu entrenadora quería que te enseñara al respecto, pero no están en el programa de este año y no creo que tengas problemas en adelantar tareas.

La mención de Shiomara fue inesperada, no pensé que pudiese llegar a entrometerse tanto, pero al parecer, le preocupaba más de lo que quería aparentar.

—Está bien, gracias —Finalicé la conversación.

Salí de la sala sintiéndome confundida, pero a la vez, animada, ya que estaba segura que iba cerca de una importante pista.

Aby me esperaba afuera, intentó preguntar, pero no sabía bien qué responder.  Solo tenía ideas vagas y teorías difusas, nada en concreto.

—Tendré que visitar la biblioteca esta noche —dije.

Ella no pareció muy conforme, pero acabó aceptando mi respuesta.

—Solo te recuerdo que puedes confiar en mí —señaló.

—Lo sé, y en cuanto tenga algo que valga la pena serás la primera en saber —aseguré.

Llegamos al comedor común, siguiendo la misma rutina de todos los días.  Retiramos nuestras bandejas, recibimos nuestros platos de comida, la ensalada y el jugo. Avanzamos hasta la misma mesa de siempre, donde Eddie y Daniel se encontraban conversando con naturalidad.  Era imposible levantar sospechas.

—Kenzie ya está al tanto —avisó Aby.

—Tengo práctica y control —lamenté.

Los chicos asintieron comprensivos y evitaron volver a hablar del tema.

Hannah llegó a nuestra mesa casi al mismo tiempo en que los estudiantes del sector contrario hicieron su entrada.   Se sentó junto a nosotros, como si esta mañana no hubiese estado evitando nuestra presencia.

—Pensar que recién es lunes —comentó.

Nadie dijo nada, sus palabras quedaron volando en el aire, como si solo se hubiese sentado en silencio.

Desvié mi mirada cuando mis sentidos dieron aviso que Angus había ingresado al comedor.  Prestar atención ya no era un simple acto instintivo, de alguna manera, cada día esperaba el momento en que pudiese verlo aunque solo fuese a la distancia.

En algún momento me cuestioné si lo que sentía era una extraña variante de Estocolmo, apenas podía conformarme sabiendo que estaba de mi parte y me resistía al remolino de emociones que se formaba cuando estaba cerca.  Prefería pensar que se debía al efecto que producían los lobos, aquella inexplicable atracción que todos los de mi lado sufríamos como una enfermedad o un efecto colateral de la transformación, aunque al final, todas mis teorías no eran más que tristes excusas para negar lo que realmente me estaba pasando.




SelenofobiaWhere stories live. Discover now