🌑 Capítulo 11 🌑

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No hay "buenos" días cuando te quitan tu libertad, sin embargo ese pudo haber sido un día a lo menos decente, pero Eva tuvo que venir a echarlo todo a perder desde el almuerzo

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No hay "buenos" días cuando te quitan tu libertad, sin embargo ese pudo haber sido un día a lo menos decente, pero Eva tuvo que venir a echarlo todo a perder desde el almuerzo.

La desesperante mujer me esperó a la entrada del comedor, sin siquiera darme la oportunidad de comer. Me despedí de mi grupo en la puerta, recibiendo algunas miradas que decían "buena suerte", y esperé lo que mi tutora tenía que contarme.

—Sophia está enferma —avisó.

—Pues qué bien, es la primera noticia buena que recibo en meses —respondí, sacando a relucir una falsa sonrisa.

Eva hizo una mueca, mostrando el desagrado que le producía mi sarcasmo.

—No ha podido asistir a clases normalmente, así que te solicitó para un trabajo personal para ti. Quiere que le lleves el almuerzo.

—Lo rechazo —Me apresuré en decir.

—¡No puedes rechazarla! Apenas sí has ganado algo de dinero, no puedo mantenerte por siempre y es la oportunidad para que arreglen las cosas entre ustedes. No es bueno que pelees con alguien de un Clan Superior y menos si es del mismo al cual perteneces.

Rodé los ojos a medida que escuchaba su sermón.

Intenté mirar el lado positivo, podía ser una manera fácil de ganar dinero, no había tenido mucha suerte y también, podía dejar caer la comida en su cara, accidentalmente.

—Bien, lo haré después de almuerzo —accedí.

Iba a pasar por su lado, pero Eva agarró mi brazo, deteniendo mi tranquila marcha.

—No, debes hacerlo ahora, no puedes hacerla esperar.

—¿Qué? Comer unas horas más tarde no le va a hacer daño, yo también estoy hambrienta.

Mi tutora puso su mejor cara de póquer, dándome a entender que no tenía opción.

Con algo de suerte, aún podría sentir el sabor de las sobras cuando volviera, si es que quedaba algo para mí.

Sophia cada vez me daba más motivos para odiarla, tan solo pensar en ella encendía una incontrolable furia dentro de mí, que fue atenuada al momento que abrí la puerta de su habitación.

Me resistí al estúpido efecto que los miembros del clan de los lobos me producían, quería conservar mis deseos de estrangular su fino cuello intactos.

Sin embargo, no me pude resistir al hecho de verla postrada en la cama, con el rostro pálido, la nariz roja y los ojos hundidos. Parecía el cadáver de Rodolfo el reno, lo que demostraba lo mal que debía sentirse.

Y otra pregunta se hiló en mi cabeza: ¿los lobos se enferman?

De haber sido ella, no habría permitido que nadie me viera en ese estado, lo que explicaba por qué había faltado a clases. Considerar que le trajera su almuerzo era una prueba de lo poca cosa que yo resultaba para ella, no le importaba, yo era una sirvienta más ante sus ojos.

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