🌑 Capítulo 24 🌑

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Estaba ansiosa, las manos me sudaban y mi corazón latía con fuerza, podía sentir incluso la sangre corriendo por mi cuerpo, a toda velocidad. Apreté mis puños, expectante a lo que estaba a punto de escuchar.

Angus tampoco lucía cómodo, en su rostro se leían las palabras que rápidamente pasaban por su cabeza, hasta encontrar las adecuadas.

Se había sentado en su cama, su postura era tensa, estaba por revelar un secreto que jamás deseó contarme.

Me ubiqué a su lado, cruzando mis piernas sobre el cobertor, sin despegar mi atención de él.

—Esa piedra que traías el día en que te encontré no es una gema cualquiera —habló finalmente, rompiendo el desesperante silencio.

Mis párpados se levantaron, sin entender.

—Cedric es un idiota —agregó, moviendo su cabeza de un lado a otro.

—Estamos de acuerdo —convine.

Angus se giró a verme, una leve sonrisa se asomó en sus labios, fue ese pequeño intercambio de miradas el que permitió que nos conectáramos, la pared que se había formado entre nosotros comenzó a desaparecer, la tensión empezó a disiparse y sentí que podíamos ser honestos el uno con el otro.

—Vamos a adelantar materia —propuso, antes de proceder con la explicación—. Hay algunas diferencias entre quienes nacen y quienes son infectados por los genes de la metamorfosis. La principal consiste en habilidades especiales, que solo podemos desarrollar nosotros, luego de mucha práctica. Cedric se aprovechó de su talento para hipnotizarte, por ejemplo.

»Sin embargo existe un truco, las llaman Lágrimas de Luna, se trata de un juego de cuatro gemas preciosas, capaces de aumentar, anular, reducir o crear estas habilidades, según el caso. Cada una genera un efecto diferente y la persona que las reúna todas será en extremo poderosa.

Instintivamente acerqué mi mano a mi cuello, al lugar donde solía descansar mi colgante cuando éste rodeaba mi cuello.

Costaba creer que el último obsequio de mi padre fuese tan poderoso y codiciado. Por primera vez logré comprender por qué Cedric estaba tan obsesionado con obtenerlo.

—¿Y qué hace? —pregunté.

—No lo sé —negó Angus—. No podremos saberlo hasta que la propia lágrima decida manifestar su poder o que alguien encuentre la manera de persuadirla. Aún me sorprende que se encontrara en manos de una humana.

Así que en resumidas palabras, todo este tiempo, un objeto mágico con mente propia rodeó mi cuello.

—Me lo regaló mi padre —confesé—. Es muy valioso para mí.

Angus recogió mis manos entre las suyas y me miró con sinceridad.

—Y lo voy a recuperar —aseguró.

Asentí sin palabras.

Quería que me mantuviera lejos de los problemas, dejando que él se encargara de todo lo demás, pero su petición era demasiado difícil de cumplir. Nunca me caractericé por ser una chica tranquila y pacífica, en mi escuela solía meterme en líos con mucha facilidad, por mi carácter chispeante y porque mis emociones guiaban gran parte de mis decisiones.

—¿Por qué haces esto? —inquirí.

Podía ver que estaba siendo honesto, sabía que le importaba, pero aún no era capaz de entender sus motivos. ¿Qué ganaba alguien como él cuidando de alguien como yo?

—Tú me lo pediste —explicó.

Sus palabras me hicieron sentir aún más confundida, no sabía en qué momento de mi vida pude haber solicitado su ayuda, puesto que antes de verlo en el comedor, no me había topado jamás con él.

Mi cabeza estableció rápidas conexiones, repasando cada una de mis vivencias, hasta que acabé por reconocer un episodio anterior a mi primer día como estudiante de esta Academia. El ataque que me cambió la vida.

—Debí estar muy desesperada para pedirle ayuda a un desconocido —Intenté tomármelo con calma, a pesar del nudo que acababa de formarse en mi garganta.

La mirada de Angus, usualmente fría e indiferente, esta vez era calma y comprensiva.

Continuamos repasando contenidos, aunque esta vez cometí más errores, ya que mis pensamientos se alejaban cada vez más de esta habitación. Podía sentirlo, como si me llamara nuevamente, igual que la primera vez que me escabullí dentro de este sector del edificio. Mi colgante, la piedra lunar que para Cedric no era más que un objeto que aumentaría su poder, mientras que para mí era el último recuerdo de mi padre.

No había punto de comparación. Me pertenecía y la quería de regreso.

Mis pensamientos continuaron transitando distintos senderos, hasta que solo respondía por inercia.

Tenía tantas preguntas, pero cada vez que resolvía una interrogante, descubría cientos de nuevos misterios sin resolver, incluso antes de poder asimilar la respuesta a lo primero.

No podía vivir así.

Angus es consciente de mi distracción, pero no dice nada en primer momento, hasta que en algún momento comienza a impacientarse.

—¿Qué sucede? —pregunta.

Me volteo confundida, me tardo unos minutos en entender a qué se refiere.

—¿Por qué quieres ayudarme en los estudios? —pregunto. No es exactamente la mayor de las incógnitas, pero sí es algo que me agradaría saber.

—He peleando suficientes veces con mi hermano —respondió—. Y probablemente vendrán muchas más. Necesito al menos demostrarle a mi padre que vale la pena antes que me descuere vivo.

Una ligera sonrisa se asomó en mi boca. Hasta este momento solo había respondido preguntas sobre Frederick Limerick, como si este fuese un personaje o una figura importante, esta era la primera vez que lo escuchaba hablar de su padre.

—¿Cómo es él? —inquirí.

No tenía ganas de conocerlo ni de intercambiar palabras con él. Sin embargos ya era inevitable, dentro de unos días iban a presentarme y me interesaba a saber con qué clase de persona me iba a topar.

Angus miró a la ventana, pensativo, dejándome entrever que la respuesta era más compleja de lo que había pensado.

—Ya es tarde —comentó—. Es contra las reglas retener una estudiante durante tanto tiempo. Atenta contra tu libertad.

—¿Es un chiste? —me burlé—. ¡Toda esta institución es un atentado en contra de mi libertad!

Se encogió de hombros, sin darme la razón ni negármela.

Se encogió de hombros, sin darme la razón ni negármela

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