PRÓLOGO

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Era una tarde de principios de verano. Alma notaba como el pelo mojado empapaba su camiseta, feliz después de un día de playa con sus amigos. Se alejaba de ellos con calma, consciente de que aún le quedaban al menos veinte minutos a ese ritmo para llegar a la casa de su abuela, donde estaba pasando las vacaciones. Pero el tiempo no le importaba lo más mínimo. Esa era una de las cosas que le gustaba del verano: tener tiempo de sobra. El paseo de vuelta a casa siempre le resultaba agradable, como un broche final tranquilo a un día perfecto.

Caminaba por un sendero de tierra bastante desigual, un atajo que le había enseñado su padre, procurando apoyar bien los pies para no mancharse las chanclas. Había probado a ir en bicicleta a la playa, pero al dejarla en ese sendero se la habían robado, así que ya no le quedaba más remedio que ir a pie.

Un seto inmenso cubría la parte izquierda del camino, como si se tratara de una muralla que impedía la vista del resto del pueblo. Sin embargo, ese tramo no solía resultarle seguro. 

"Siempre he odiado este camino" pensó Alma. Era demasiado tenebroso como para tratarse del mismo pueblo pequeño y acogedor en el que había pasado todos los veranos de su vida.

La chica suspiró mientras seguía avanzando. Se dedicó, como solía, a observar sus pies mientras aplanaban la hierba, a escuchar las chanclas golpeando contra sus talones, a mirar los juegos de sombras que realizaban los arbustos, árboles y construcciones sobre el sendero. 

De pronto y sobresaltándola, un estruendo de ramas rompiendo, un estallido de hojas por todas partes. Un grupo de personas atravesó el seto, yendo a parar justo enfrente de ella. Alma pegó un respingo y dio un salto hacia atrás, notando como se quedaba de golpe sin respiración. La polvareda que había levantado el movimiento brusco de aquellas personas desconocidas había limitado su visión, y tuvo que que apartarse de un manotazo varias hojas que se le habían quedado cerca de los ojos. Tosió, antes de lograr enfocar la vista.

Estaba presenciando una lucha. Alma tardó unos cuantos segundos, interminables, en observar la plenitud de la escena que se estaba desarrollando ante sus ojos. Chicos contra chicas, por lo que se veía, en dos bandos muy claros uno frente a otro. A pesar de las patadas y puñetazos que volaban sin cesar, ajustaban sus posturas automáticamente respecto a las de los demás como si estuvieran sincronizados de alguna manera. Sin embargo, eso no era lo más impresionante: luchaban de una forma extrañísima, lanzándose bolas de fuego, de energía... Alma tuvo que esforzarse para reprimir un grito de terror cuando observó como el seto cobraba vida para atacar a una de las chicas.

Consideró huir de allí, pero por mucho que lo intentaba, sus piernas no reaccionaban, no la obedecían. Se había quedado paralizada. Frente a ella, a unos pocos metros, la lucha era feroz. Quemaduras, rasguños, tajos... heridas de todo tipo se desperdigaban por sus cuerpos, pero a ellos no parecía importarles. Su destreza y agilidad era tal que costaba seguir sus movimientos. Pero Alma lo hacía, porque no le quedaba más remedio que observarles atentamente. Por lo que parecía, las chicas iban ganando, ya que ellos empezaban a reagruparse para defenderse mejor. Era como ser testigo de la grabación de una película, sólo que los efectos especiales estaban ya más que puestos. Alma se hubiera pellizcado para comprobar si era un sueño de no estar completamente inmóvil.

Se le escapó un sonido mezcla de gemido y sollozo. Los ojos se le empezaban a llenar de lágrimas.

En cuanto profirió aquello, los desconocidos se fueron girando paulatinamente para mirarla, interrumpiendo la batalla. Durante un segundo, el mundo se redujo a eso: todas aquellas extrañas personas mirándola con cara de asombro. Pero no duró más de ese segundo, puesto que comenzaron a correr hacia ella a un mismo tiempo.

En cuanto vio aquella estampida salvando la poca distancia que les separaba, pudo por fin recuperar el poder sobre su cuerpo. No obstante, al dar dos pasos temblorosos para intentar escapar, cayó estrepitosamente al suelo.

Cuando se quiso dar cuenta, notó una presión en el hombro y antes de poder reaccionar todo daba vueltas.

Los guardianes del AmuletoWhere stories live. Discover now