CAPÍTULO XXXIV

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Alma fue sacada de un profundo sueño a base de una rápida palmada en la frente. Se incorporó sobresaltada, con el pelo alborotado y los ojos muy abiertos. Los cerró hasta quedar con expresión somnolienta y se giró para ver a Sam partirse de risa.

- ¡Buenos días, dormilona! ¿Preparada para el primer entrenamiento?

- Tienes un tacto increíble, Sam- suspiró ella- Está bien, dame cinco minutos, me cambio y salgo- esperó a que el chico se moviera pero no pareció captarlo- ¡Fuera!

- Ah, vale- dijo comprendiendo- Vale, vale, perdón, la falta de costumbre...

Y se apresuró a cerrar la puerta tras de sí.

Alma sacudió la cabeza y en menos de diez minutos estaban en una gran sala desocupada. Se colocaron uno frente a la otra y la chica dejó caer los brazos, sintiendo el peso del brazalete de Toa en su muñeca.

- ¿Y ahora qué?

El chico enseñó sus manos vacías.

- Agua contra espada. Desenfunda.

- Eh, espera un momento- dijo ella con los ojos muy abiertos- ¿Tengo que intentar hacerte daño?

- Nos curamos rápido, es parte de nuestro poder.

- No puedo hacerlo- se apresuró a asegurar.

- Claro que puedes, te estoy diciendo que no pasa nada. Venga.

La determinación cruzó su mirada, pero Sam no se dio cuenta. Agarró el brazalete y la espada de Toa se desplegó. No obstante, cuando Sam avanzó hacia ella con las palmas de las manos extendidas y un torrente de agua la rodeó, se limitó a intentar huir de él. Se vio desplazada por la fuerza del Amuleto hacia la derecha, pero eso no fue suficiente y por poco acaba empapada.

- Prepárate, voy a atacar- le previno el chico con una sonrisa.

Ella vio como cambiaba de posición y extendía la pierna. Observó como se dirigía hacia ella e incluso pudo adivinar por la expresión de su cara que pretendía que ella levantara la espada para atacarle. Pero no hizo nada. Se limitó a quedarse mirando para él sin decir una palabra. No le daba tiempo a esquivarlo. El Amuleto brilló, ofreciéndole ayuda, pero no podía hacer nada en contra de su voluntad y eso fue algo que la chica comprendió sin necesidad de que nadie se lo explicara. Y si dejara actuar al Amuleto, Sam saldría herido, de eso podía estar segura. Recibió el golpe en el abdomen con resignación y cayó al suelo.

- ¿¡Pero qué haces!?- vociferó Sam mientras se ponía en pie, ya que al ver que la chica no reaccionaba había variado la posición lo máximo posible en el último segundo y eso había hecho que cayera mal.

Alma estaba en el suelo retorciéndose de dolor, la espada de Toa se había plegado automáticamente y sus manos estaban alrededor de su abdomen.

El chico se apresuró a llegar hasta ella.

- Dios mío, ¿estás bien?- dijo muy alterado.

- S- sí...- le costó hablar a ella- Sí, no te preocupes, sólo... necesito recuperar aire...

El torrente de agua había tenido más potencia de la que ella había previsto. Por un segundo se preguntó si no hubiera podido hacer otra cosa, no atacarle pero protegerse de alguna manera. Había veces que tomaba decisiones muy tontas, o simplemente tardaba demasiado en decidirse por lo correcto.

- ¿Por qué no me has atacado? Un golpe de espada y hubiese...

- No puedo atacarte, pero no te cabe en la cabeza- dijo ella aún con esfuerzo, mientras respiraba hondo- No puedo hacerle daño voluntariamente a una persona.

- ¿Y si te atacan, qué?

Mientras, Sam le había levantado la camiseta mostrando su abdomen, sin pensar demasiado en lo que hacía. Sus manos se apoyaban en el inmenso cardenal que comenzaba a formarse. De los poros de su piel salía agua helada destinada a aliviarle el dolor. Funcionaba.

- Si me atacan, huyo, como cualquier persona normal- su respiración comenzaba a normalizarse.

Los guardianes del AmuletoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora