CAPÍTULO XXV

341 77 2
                                    

—¿Por qué sólo van a los grupos cuatro y siete? —preguntó Alma de pronto, después de unos veinte minutos de silencio prolongado.

Neo frunció el ceño.

—Porque son los únicos que están incomunicados. Supongo que ya habrán mandado a los internos a avisar y recabar información del resto de los grupos, pero estos en particular están en una zona a la que los internos no pueden acceder. Así que siempre que queremos contactar con ellos tenemos que desplazarnos personalmente.

—¿Una zona a la que los internos no pueden acceder?

Neo asintió.

—La base del grupo cuatro está construida en un antiguo cementerio. Recuerda que los internos son espíritus de muertos que están aún aquí por algún motivo en particular. Les está vedada la entrada a cementerios. El grupo siete está en una casa subacuática al Este del Mar Mediterráneo, cerca de Grecia. El agua tampoco es compatible con los internos.

—Lo raro es que todo eso tenga sentido —suspiró Alma— ¿Y el grupo de Naira donde está?

—¿Te refieres al tres? Es el que tenemos más cerca, están en las montañas, por eso nos vemos de vez en cuando.

Alma asintió en silencio.

—Tanta información va a hacer que me estalle la cabeza —bromeó.

—No fuerces las pocas neuronas que tienes...

Alma le fulminó con la mirada y Neo no pudo evitar sonreír de medio lado. La chica había vuelto a ser la misma de siempre.

—¿Qué os enseñan del amor? —dijo ella de pronto, sobresaltando ligeramente a Neo.

—¿A qué te refieres? —dijo con un gruñido.

—¿Qué opinión tienes del amor? —reformuló la pregunta la chica, pensando que al oír su respuesta a esta última entendería la primera.

—Es una tontería —dijo automáticamente.

No era que Alma no se esperase esa respuesta.

—¿Y en qué te basas para decir eso?

—Fácil. No hay más que pruebas por todas partes —hizo un ademán de desdén con la mano—. Todas las historias de amor acaban mal.

—No todas.

—Las que hablan de amor verdadero, sí —insistió él—. Las que acaban bien son porque se conforman con una especie de pseudoamor con el que pueden vivir.

"¿Tantas historias de amor conoce?" pensó por un momento la chica.

—Así que... ¿no tienes pensado enamorarte nunca?

—Nunca.

Alma se rió ligeramente, lo cual hizo que el chico frunciera el ceño, enojado. ¿Se estaba burlando de él...?

—Ni que tuvieras elección. No es algo que escojas.

—¿Y tú cómo lo sabes? ¿Te has enamorado alguna vez, acaso? —espetó Neo, comenzando a enfadarse.

—No —dijo ella tras un instante de silencio— Pero espero hacerlo algún día.

Se quedó mirando al frente, con los ojos inexpresivos, como intentando mirar más allá de aquella pared blanca, sin adornos. Agarró con más fuerza la manta y se la colocó bien.

Neo la miraba a ella.

"Qué infantil. Seguro que está pensando en que su príncipe azul vendrá a rescatarla de su horrible vida" resopló en su mente.

—¡Ya estamos aquí! —anunció Sam en ese momento, irrumpiendo en la sala de forma repentina y brusca.

Detrás de él aparecieron los demás.

—¿Cómo ha sido tener que aguantar a ese idiota? —dijo Zareb, sonriendo, mientras se sentaba al lado de Alma y le pasaba el brazo por los hombros, de forma protectora.

—He sido yo el que la ha tenido que aguantar a ella... —protestó Neo, siseando.

Alma se limitó a sonreír.

—Es idiota, desde luego —dijo sencillamente.

El brazo de Zareb sobre los hombros le provocaba algo diferente a lo que se supone que debería sentir cuando la tocara un chico.

Era una sensación de protección familiar, como si fuese su primo, o incluso su hermano mayor, ese que nunca tuvo, el que estuviera abrazándola cariñosamente.

—Bueno, pues preparaos porque ahora nos toca hablar a nosotros —sonrió Evon desde el otro lado de la habitación.

Neo y Alma compartieron una última mirada de reprobación antes de prestarles atención.

"No tiene remedio" pensaron los dos al mismo tiempo.

Los guardianes del AmuletoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora