CAPÍTULO X

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Evon y Alma estaban sentados en uno de los bancos del porche de la casa. Desde allí, el jardín se veía hermoso, sacado de un cuento de hadas, y Alma no pudo evitar sonreír y entornar los ojos, con felicidad.

—Te estás tomando muy bien todo esto —comentó Evon, mirándola.

Se había dado cuenta de la alegría de la chica, y eso no le parecía demasiado normal.

Alma notaba los ojos del muchacho clavados en su cara, pero no giró la cabeza para devolverle la mirada.

—Realmente estoy como en una fantasía ahora. De todas formas, no me retendréis mucho aquí- dijo con convicción.

Evon se mordió la parte interna de la mejilla.

—Para serte sincero, puede que sí que se alargue bastante.

Alma sonrió, cansada.

—No, no lo entiendes. No me refería a eso. No conseguiréis retenerme aquí.

—¿Qué? —Evon no comprendía nada.

—Mi abuela no parará hasta encontrarme y, una vez lo haga, no me dejará quedarme a vivir en una casa con cinco chicos. Sólo decirlo ya suena a barbaridad.

En su cara se reflejó satisfacción.

—Bueno... no creo que eso sea un problema —dijo Evon con cautela, midiendo las palabras— Esta casa es imposible de encontrar.

—No para mi abuela —dijo ella.

Evon se pasó la mano por la cara en gesto de cansancio y sacudió la cabeza.

—Sin pretender ser grosero, Alma, pero no creo que una señora mayor pueda encontrar una casa de la que ni siquiera el gobierno tiene noticia.

—No la conoces —le miró a los ojos y sonrió, radiante.

—De todas formas, el Consejo se encargará de ella.

—¿Encargarse? —se alarmó— Eso suena fatal, ¿quieres decir...?

Evon alzó las manos.

—No, no —se apresuró a aclarar—. Me refiero a que la convencerán de alguna manera.

El chico se esperaba que Alma volviera a insistir, pero ella no lo hizo. Se quedó en silencio y volvió a mirar al frente, pensativa. La realidad comenzaba a golpearle la cabeza, y sólo tenía ganas de tumbarse y esperar que cuando despertara todo volviera a la normalidad. Se daba cuenta de que ya empezaba a quedarse sin cosas que decirse a sí misma para tranquilizarse.

—¿Pasa algo? —dijo Evon poniéndole una mano en la espalda.

Ella cogió aire, como a punto de llorar, las lágrimas acechando sus ojos.

—Supongo que hay cosas que ni mi abuela puede arreglar.

—Lo siento mucho.

Y no supo si lo decía por lo que había pasado, por haberle quitado las ilusiones o porque a ella le pareciera que todo aquello era algo que tenía que arreglarse.

***

Eiro, mientras tanto, era el encargado de parlamentar con el Consejo. Los demás se habían limitado a hacer acto de presencia y a retirarse después de una breve inclinación de cabeza, como dictaba el protocolo. A la chica se la había llevado Evon cogiéndola suavemente del brazo, mientras se sentía tremendamente juzgada por aquella gente.

Los enviados del Consejo eran dos, ancianos y con más arrugas de las que cualquiera pudiera haberse imaginado posibles. Su mirada era tan fiera y a la vez tan serena que uno llegaba a preguntarse cómo era posible que dos sentimientos así coexistieran de alguna manera en un mismo rostro.

Vestían sendas túnicas negras, más sencillas imposible, con el único detalle de un heptágono dorado en la parte central.

"Los siete amuletos de los Arcángeles" había pensado Alma para sí al verlos, y detuvo a Evon cuando se inclinó para explicárselo.

Al salir de la sala, Evon y Alma se dirigieron al porche, mientras que Sam, Neo y Zareb se dedicaban a hacer la ronda.

Así había sido decidido. Cuando dos miembros del Consejo, conocedores de una importante cantidad de información privilegiada y muy valiosa, visitaban cualquier base, la vigilancia debía ser estricta. No se quedarían mucho, así que tampoco resultaba ningún esfuerzo excesivo. Pero las consecuencias de un ataque inesperado a la base podrían ser tremendas.

Normalmente Evon hubiera ido con ellos, pero se había ofrecido voluntario para cuidar de Alma, al opinar el Consejo que alguien tendría que hacerlo ya que, según sus propias palabras "Se ha convertido en vuestra primera preocupación". A Alma no le había gustado nada eso, pero no se había atrevido a decir palabra.

Se limitó a mantenerse en silencio, aunque sin bajar la mirada.

No obstante, a la hora de decidir quién se quedaría con ella, parecía haber cierta reticencia entre los chicos. Evon se presentó voluntario ya que nadie más parecía querer hacerlo.

En el fondo, a la chica le dolió un poco aquello: ¿tan abominable era su compañía? ¿Era preferible hacer la guardia? Pero tampoco dijo nada. No tenía derecho.

Sin embargo, el verdadero motivo no era otro que el hecho de que ninguno de los chicos sabía qué hacer si se quedaba a solas con ella, ni de qué hablar, ni cómo reaccionar, ni nada.

Evon había sido el único lo suficientemente valiente como para "atreverse" a pasar un rato con la chica.

Mientras tanto, en la sala de Juntas (una sala enorme que constaba únicamente de una mesa de madera oscura, rectangular y alargada, y que no podía ser más siniestra, según Alma) Eiro mantenía una no muy agradable conversación con los enviados del Consejo.

—No sabemos cómo ha pasado ni somos capaz de arrebatárselo. Ni ella misma puede...

—Si es que realmente lo ha intentado —observó el más alto de ellos.

Eiro se sorprendió un poco.

—Por supuesto que lo ha intentado, ¿no estará insinuando...?

—¿Que su intención es robar el amuleto? Eso es precisamente lo que estoy insinuando.

Eiro negó con la cabeza.

—No, le puedo asegurar que esa no es su intención. Lo único que quiere es deshacerse de él cuanto antes y volver a su vida.

El más bajito comenzó a caminar de un lado para otro de la habitación, pensativo, la mano en el mentón.

—Debe de haber alguna manera de recuperarlo... de quitarlo de ella...

—Quizá sólo esté atado a ella mientras la chica viva —dijo en tono neutral el más alto.

Eiro tragó saliva, incapaz de creer lo que estaba oyendo.

—¿Pretenden matarla?

—Si eso es una solución...

—¿Y si no lo es? —interrumpió Eiro, sin darse cuenta apenas— ¿Y si seguimos sin poder quitárselo y tenemos que acabar protegiendo un cadáver?

—Tiene razón Sekou, no podemos arriesgarnos —intervino el más bajito, mirando a su compañero.

Eiro intentó disimular su alivio: había faltado poco. Si no se hubiese sacado de repente ese as de la manga quién sabe qué hubiera pasado.

Por supuesto, no le tenía ningún cariño especial a esa chica, pero se sentía en parte responsable por lo que le había ocurrido. Comprendía perfectamente lo que era que te impusieran algo que no deseabas en absoluto.

Y no se lo deseaba a nadie.

Los guardianes del AmuletoWhere stories live. Discover now