CAPÍTULO XXX

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Lamidala escuchaba con atención las palabras de Termea, porque sabía que la bruja no las repetiría una vez más, y que, muy a su pesar y obligada por el juramento, esas palabras esconderían la clave que ella necesitaba para conseguir el Amuleto. Y subiría al trono de las arpías... eso nunca debía olvidarlo.

- Estaban muy bien preparados, y llevábamos intentando arrebatárselo por lustros... siglos, diría yo. Pero un día, en medio de una batalla, pasó algo que hizo que uno de los guardianes se distrajera. Fue sólo un momento... pero los condenó a todos.

- ¿Qué fue ese algo?

Termea sonrió.

- Eso no te lo voy a decir. Quédate sólo con que tienes que encontrar una debilidad, algo que haga vulnerable a aunque sea uno solo de ellos. Y entonces... el Amuleto será tuyo.

El silencio las envolvió de nuevo. Se encontraban sentadas en el suelo. Sus posturas y sus expresiones denotaban sus diferencias: la arpía, con las piernas recogidas y altanera; la bruja, cruzada de piernas y con expresión maligna.

- Ahora quiero esa información- exigió Termea.

La arpía sonrió. Tenía planeado cómo decírsela para que le resultara tan "útil" como su información lo había sido para ella.

- Resulta que hay una manera de canalizar el poder de los Amuletos- dijo sencillamente.

En esencia, esa era toda la información, y vio en la expresión de sorpresa de la bruja que también había comprendido que no diría más. Sin embargo, no pudo evitar regodearse.

- Pero cómo... eso ya no puedo decírtelo- añadió, con malicia.

- Lo averiguaré- aseguró la bruja levantándose con furia.

Cuando Termea abandonó la sala, echa una furia, Lamidala no pudo evitar reír de dicha.

- Siempre es un placer hacer negocios contigo...- susurró antes de desaparecer de allí.

Los guardianes del AmuletoWhere stories live. Discover now