CAPÍTULO IX

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Alma se vistió con un vaquero y una camisa blanca holgada, dos de las nuevas prendas que había adquirido el día anterior. Desde que, hacía dos horas, había vuelto uno de los internos anunciando la llegada "inmediata" de varios miembros del Consejo, la casa se había vuelto una pista de carreras.

Los chicos corrían de un lado para otro intentando adecentar (inexplicablemente) todas las salas de la casa. Cosa que a Alma le hubiera parecido imposible.

Otro asunto que le hacía gracia era lo de la llegada "inmediata" cuando ya hacía dos horas de aquello. Estaba visto que el concepto del tiempo era muy diferente para ella que para los pertenecientes a aquel mundo.

Ella se había criado con su abuela, y para la anciana, "YA" significaba "YA", sin ninguna otra posible interpretación.

Se mordió el labio inferior, la echaba de menos. La de veces que había bromeado con irse de casa y ahora... Sacudió la cabeza y, tras abrocharse el último botón y calzarse los tenis, salió a toda prisa de la habitación.

Por el pasillo se encontró a Evon corriendo con un paño en la mano.

En el último momento se le puso delante, interceptándolo, y le quitó el paño en un rápido movimiento que no se hubiera creído capaz de realizar.

Evon se giró, aún corriendo, para mirarla anonadado.

—¡Búscate otro! —le chilló Alma, poniéndose a correr en dirección contraria— ¡Yo no sé dónde están!

Y se metió en la primera sala que encontró al doblar la esquina del pasillo.

Cuando se dio la vuelta tras cerrar la puerta, le pareció volver a estar en su habitación, sólo que el primer día y sin ella misma en la cama.

Sonrió y se acercó a la cómoda, que tenía sino uno, tres dedos de polvo al menos. Pasó el paño, que resultó estar mojado (ni se había dado cuenta) por encima, dejando un surco bien visible.

—Debe de haber pasado mucho tiempo desde la última visita del Consejo —murmuró para sí.

Hablar sola siempre le sentaba bien. Lo llevaba haciendo desde pequeña, cuando no tenía a nadie a quien contarle algo o pensaba que la mejor oyente sería ella misma. Simplemente eran frases cortas, sin importancia, pero que le quitaban un peso de encima casi siempre.

Limpió con esmero la cómoda y abrió el primer cajón. Descubrió con una sonrisa que estaba lleno de camisetas blancas de manga corta, de tamaño estándar para un chico.

— ¡Alma! —gritó una voz desde el pasillo— ¡Alma!

La chica abrió la puerta con calma y se asomó.

—Aquí —dijo simplemente.

Sam se dio la vuelta para mirarla, y sonrió al enfocar la vista en la muchacha. Llevaba algo en la mano que Alma pronto identificó como unas enaguas.

—¡Mira lo que he encontrado! —anuncio, en tono socarrón.

Extendió la prenda ante sí. A pesar de su obvia antigüedad, estaba como nueva, con una blancura que hasta daba grima.

—Estaba en una de las habitaciones. Obviamente, esta casa también estaba preparada para chicas.

—No pretenderás que me ponga eso... —sonrió Alma.

—Realmente sí. Sería divertido- se justificó- ¡Seguro que te quedan genial!

Alma le dio un leve golpe en el pecho, aún sonriente.

Los guardianes del AmuletoМесто, где живут истории. Откройте их для себя