CAPÍTULO IV

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—Vamos a ver si he entendido bien —dijo Eiro con calma— Tú no tenías ni idea de que existía el amuleto, ¿me equivoco?

Habían barajado varias veces la teoría de que Alma fuera una infiltrada de los muchos grupos que intentaban robarlo, pero la teoría no parecía factible de ninguna de las maneras. De todas formas, Eiro era mucho de asegurarse.

—No tenía ni idea de nada, lo juro —dijo Alma con serenidad.

Después del tremendo shock inicial, solamente le restaban unas tremendas ganas de dormir, despertarse y que todo fuera un sueño. Pero eso precisamente era lo que no podía ser. Porque en un sueño no se hacían tantas preguntas. Subió las piernas al sillón en el que llevaba media hora sentada.

Los chicos estaban despeinados, con atuendos de dormir bastante dispares. El único que estaba vestido, con un vaquero y una camiseta negra, era Eiro. Alma se preguntó por qué. Pero era plenamente consciente de que había preguntas mucho más importantes que esa en aquel momento.

—¿Y cómo es que has llegado precisamente a esa habitación?

—Yo lo llamaría más bien cueva del tesoro —intentó bromear, pero las miradas de todos eran severas. Carraspeó— No tengo ni idea. Me levanté porque tenía sed, luego intenté llegar a la cocina... esta casa es un laberinto.

Neo se levantó del sofá y se acuclilló justo al lado de donde Alma estaba sentada, mirándola fijamente a los ojos, desafiante.

—Hay en promedio dos caminos para llegar a cada una de las habitaciones de esta casa. A la cocina se puede llegar haciendo siete trayectorias diferentes desde tu cuarto. Sólo una, y bastante complicada, te llevaría a la "cueva del tesoro"... ¿no te parece mucha casualidad?

—Deja de acusarme —le ordenó— Simplemente... no lo sé, mi instinto me llevó allí, si eso lo veis más fácil de comprender.

Neo alargó la mano hacia el colgante.

—Simplemente te lo quitaremos, y ya está —concluyó— Al fin y al cabo, no tienes ningún derecho a tenerlo.

Nada más rozar el amuleto, apartó la mano con una mueca de dolor en el rostro.

—Teníamos que dejar que probaras tú, chaval —se mofó Zareb desde el otro sofá.

—¿Ya os lo imaginabais? —preguntó Sam, extrañado.

Zareb le dirigió una mirada de complicidad, alzando las cejas.

—Debería intentar quitárselo ella —sugirió Neo.

—Esa no es tan mala idea —concedió Zareb.

Todas las miradas se centraron de nuevo en Alma, quien suspiró y trató de quitarse el colgante. Tiró de él hacia arriba, pero en cuanto subió un poco, en un abrir y cerrar de ojos, el tamaño de la cadena se redujo de tal manera que le apretaba el cuello, aferrándose a él.

—No hay manera —suspiró, después de casi ahogarse.

—Lo imaginaba —susurró Eiro, algo abatido.

—Lo siento mucho —dijo Alma, siguiendo un impulso. La mirada de los chicos la hacía sentirse realmente mal por lo que había pasado.

—Tú no tienes la culpa... supongo. No sabíamos que esto podía pasar, nunca había ocurrido —Zareb miró a Eiro como buscando apoyo— Es decir, nosotros hemos tocado algunas veces el amuleto y no ha pasado nada, no sabíamos que si una humana...

Los guardianes del AmuletoWhere stories live. Discover now