CAPÍTULO XLII

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Yeónida acostumbraba a temblar ante la simple presencia de Lamidala, pero en aquella ocasión, orgullosa de sus logros, conseguía mantenerse firme ante ella. Por una vez se ganaría su confianza, que era lo que más deseaba en el mundo. La admiraba mucho: su fuerza, su entereza... tan propias de una arpía auténtica. No como ella, tan débil, tan raquítica y tan asustada.

Pero con su ayuda conseguiría cambiar, su influencia le estaba haciendo bien. Tan bien que había conseguido la misión que ella le había encomendado. Le había costado lo indecible, y la verdad era que había tenido muchísima suerte en muchos aspectos, pero lo había hecho.

Lo había conseguido.

- ¿Y bien?- Lamidala arqueaba una ceja verdosa, sucia, amenazante.

- Lo tengo- la emoción se escurría por sus palabras, sin poder evitarlo.

La expresión de sorpresa de Lamidala fue como un sueño para Yeónida. Y lo complacida que parecía era el mejor premio que podría desear.

- ¿Dónde?- dijo simplemente.

- Sígame...- saboreó el placer de esa palabra, y dándose la vuelta, comenzó lo que para ella fue un paseo de gloria, de éxito y de condecoración. Intentaba mantenerse recta, estirada, con la mirada al frente y expresión decidida. Las garras desplegadas para reforzar su apariencia de arpía, completadas con el verdor de su piel y los ojos de serpiente. Se sentía poderosa, pletórica y auténtica por una vez en su vida.

La llevó a otra cueva, bastante más pequeña y mucho más apartada que las demás. Una de esas que no usaban para nada porque eran demasiadas cuevas para pocas arpías. El refugio de Yeónida, pero eso no dejaría que nadie lo supiese. Aparentemente sería sólo el lugar que había elegido aleatoriamente para guardar su recién conseguido tesoro.

- ¿Y bien?- se impacientó Lamidala, cruzándose de brazos en medio de la estancia.

Yeónida sonrió sin poder evitarlo (y se arrepintió poco después, porque no era un gesto muy propio de las arpías) antes de aproximarse a la pared, meter la garra en un hueco que había en la piedra y sacar de ella, lentamente y con mucho cuidado, una sustancia azul oscuro, muy viscosa. Tenía forma de una especie de esfera deforme del tamaño de un puño.

A Lamidala se le encendió la expresión al ver aquello. Extendió las garras hacia aquella masa, pero en el último momento se detuvo y miró a Yeónida con escepticismo:

- ¿Estás completamente segura de que es esto?

La arpía asintió con energía.

- Sí, señora. No podría estar más segura. Yo misma la extraje.

- ¿Y cómo lo has localizado?- Lamidala necesitaba estar segura de que su discípula había hecho un buen trabajo antes de reconocérselo.

- Digamos que he tenido un poco de suerte- dijo Yeónida, pero luego se dio cuenta de su error y rectificó:- Aunque claro, casi todo ha sido gracias a mi gran habilidad de persuasión.

La aspirante a futura reina de las arpías cruzó los brazos de nuevo y consideró ligeramente la posibilidad de que todo aquello fuera una trampa planeada por algún tipo de enemigo que se hubiera podido ganar a su discípula. Pero al contemplar detenidamente la expresión ilusionada y embobada de Yeónida, la que ponía cada vez que la observaba directamente, se quitó esa idea de la cabeza de manera automática. Si podía estar segura de la lealtad de alguien, era de la de ella.

Así que se permitió sentir lo que llevaba reprimiendo un buen rato: júbilo. Podía tocar el éxito con la punta de las garras, sólo le faltaba asirlo con fuerza y no dejarlo escapar jamás. Con aquella masa conseguida por Yeónida (que honestamente Lamidala pensó que no conseguiría, pero le venía bien alguien que reconociera el terreno antes de ir ella misma) alcanzaría su objetivo.

El Amuleto. El liderazgo. La grandeza.

Los guardianes del AmuletoWhere stories live. Discover now