CAPÍTULO LI

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— ¿Haces esto para torturarme? — bromeó Alma— ¿O para torturarte a ti mismo? ¿Es alguna clase de penitencia que consideras que debes pagar?

— Deberías callarte cuando no tienes nada inteligente que decir— dijo Neo, aunque el asomo de una sonrisa quiso tirar de sus labios hacia arriba.

— Entonces, tú no abrirías la boca jamás— contraatacó Alma.

— Qué niña...— puso los ojos en blanco— ¿Quieres ver algo en la televisión?

Alma se sorprendió de nuevo porque en aquella casa, Eiro era casi el único que encendía aquel aparato. Si los demás miraban a la pantalla era porque estaba encendida, pero su principal pasatiempo era— cuando tenían tiempo libre— leer. De ahí la enorme biblioteca de la casa. Aún así, estaba lo suficientemente nerviosa como para no querer discutir sobre nada, así que asintió antes de echarse hacia delante, en busca del mando.

Un chispazo la advirtió de que su mano se había chocado contra la de Neo. Un chispazo seguido de una pequeña llama que le produjo una pequeña quemadura y que le hizo soltar un gritito de dolor.

— Pero, ¿qué?- protestó, frotándose la zona irritada por el calor.

Miró a Neo con expresión confusa, y se encontró con que el chico había palidecido notablemente.

— Yo... Perdona— y parecía sincero, y no saber dónde meterse— No me esperaba...-

— ¿No te esperabas quemarme? — su tono era ligeramente más tosco de lo normal.

Seguía frotándose la mano, mientras que Neo había recluido las suyas a su regazo, como si no confiara en sí mismo.

— No me esperaba tocarte. Perdona. No... no estoy acostumbrado al efecto de mi piel en otras personas.

Por primera vez desde que conoció a Neo, Alma creyó ver a través de su expresión. El chico estaba avergonzado, lo cual si bien había creído entrever en alguna ocasión, nunca había estado tan segura de ello. En cierto modo, se enterneció. En la relación que tenían entre ellos, y por lo que le habían contado sobre su infancia y adolescencia, ninguno de los chicos estaba acostumbrado al contacto. Y si su elemento era el fuego, no debía haber tenido muchas ocasiones de comprobar el efecto que tenía este hecho con otras personas. Y parecía sinceramente triste por haberle causado daño.

Sin embargo, algo pasó en esa ocasión. De pronto, empezó a notar un cosquilleo en la quemadura y una luz leve comenzó a emerger del Amuleto, a su cuello. Con los ojos como platos, extendió la mano ante sus ojos para poder observar bien lo que estaba ocurriendo. La luz del Amuleto se proyectaba directamente sobre la herida y, poco a poco, ésta iba desapareciendo. Casi podía notar la mirada anonadada de Neo sumándose a la suya.

Se quedaron unos segundos en silencio, aunque ya no estaba sucediendo nada. Al menos, nada sucedía en la superficie, aunque dentro de ellos era el más absoluto caos.

— Vaya...— fue lo único que acertó a susurrar Alma.

— Parece que el Amuleto va a resultar tener más funcionalidades de las que pensábamos— frunció el ceño Neo.

Intercambiaron una mirada y podrían haber jurado estar mirándose por primera vez. Neo alzó la mano para acercarla a la de Alma y la chica, a pesar de haber sufrido hacía apenas unos minutos el calor del chico, no la apartó. De alguna manera, sabía que esta vez, conscientemente, no le haría daño. Neo acarició la piel tersa donde antes había estado la quemadura, y Alma sintió un escalofrío recorriendo todo su cuerpo.

— Eres un chico extraño— no pudo evitar comentar, y sus ojos volvieron a encontrarse.

Neo esbozó una media sonrisa, apartando la mano y devolviéndola a su regazo.

— Soy un chico de fuego, por supuesto que soy extraño.

— Eres de fuego, pero estás frío por dentro.

Alma pudo ver cómo Neo tragaba saliva, y parpadeaba varias veces, pero sin despegar sus ojos de los suyos. Pudo observar el fuego que titilaba en sus pupilas, completamente parte de él. Hubo una parte de ella que se permitió el sentirse fascinada por aquel chico. Siempre le habían gustado los misterios, y sobre todo si parecían tener un buen fondo.

— Quizás nunca he conocido a nadie por el que mereciera la pena calentarse.

El comentario de Neo quedó en el aire justo en el momento en el que Eiro entraba en la sala, como una exhalación.

— Tenemos que irnos de aquí— sentenció.

Y a raíz de ahí, todo sucedió muy deprisa.

Los guardianes del AmuletoWhere stories live. Discover now