CAPÍTULO III

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—Creo que no sospecha nada.

—Claro que no sospecha nada, Evon, piensa un poco con la cabeza... ¿qué va a pensar? Ni siquiera si estuviera realmente loca se le pasaría por la mente la verdad.

Sam asintió, aunque normalmente era reacio a coincidir en cualquier cosa con Neo.

—No acertaría ni de casualidad —corroboró.

Evon suspiró aliviado.

—Bien. Entonces sólo tenemos que llevarla mañana a su casa... ¿alguno recuerda dónde la encontramos?

—Todos los que no tenemos tu memoria de pez —se burló Neo.

Evon lo dejó pasar. Eiro tomó la palabra, ya que al ser el mayor y más experimentado todos le tenían respeto y aceptaban su liderazgo como algo natural.

—Zareb y Sam la acompañarán en el azul hasta el lugar donde la encontramos, luego ella les indicará el camino a su casa. Neo y Evon se adelantarán con el negro para asegurarnos de que las arpías no se han quedado rondando por allí...

—Lo cual sería más que posible —murmuró Zareb.

—¿Ella cuánto sabrá de todo esto? —preguntó Neo ignorando a Zareb.

—Sólo que la acompañan Zareb y Sam. No tiene que sospechar nada de los demás. Yo me quedaré guardando la casa hasta que todo acabe y podamos traer de vuelta a los internos.

Todos asintieron, conformes. Alma no podía tener noticia de los internos, por eso los habían mandado a un lugar bastante lejano hasta que la devolvieran a su vida.

Demasiadas precauciones, pero era todo por el bien de la chica y de la causa. Todo se acabaría en unas horas. O eso creían ellos.

***

Alma se despertó en medio de la noche. No podría decir con exactitud qué hora era, puesto que el móvil no lo llevaba encima y era lo que normalmente usaba para darse cuenta de en qué momento vivía. Si lo pensaba bien, no había visto su móvil desde la tarde anterior. Probablemente se le habría caído y ahora estaría medio enterrado en la tierra del camino aquel y a reventar de llamadas de su abuela. No sabría qué decirle en cuanto la viera, pero confiaba en que aquellos chicos le echasen una mano. De otra forma nunca la creería.

Trató de volver a dormirse pero de pronto no tenía ni una pizca de sueño. Frunció el entrecejo y se revolvió en aquella cama tan enorme, ni siquiera conseguía una postura cómoda. Suspirando se irguió, desembarazándose de las sábanas. Miró a su derecha donde yacían las mantas que había tirado por tener excesivo calor.

"¿A quién se le ocurre poner tanta manta en pleno verano?" se preguntó con fastidio.

En la semioscuridad de la habitación, tanteó con las manos en la pared en dirección a la puerta. Fue en el pasillo cuando decidió que se había levantado porque tenía mucha sed, así que palpó a oscuras las paredes para no tropezarse con nada ni nadie mientras avanzaba.

La idea de encender las luces se le pasó por la cabeza, pero fue descartada rápidamente: lo que menos quería era despertar a los chicos. No los conocía y no sabía cómo reaccionarían, ni deseaba descubrirlo.

Por instinto bajó por unas escaleras y se encontró con una bifurcación.

"Esta casa es un laberinto" refunfuñó para sí.

Dio dos pasos hacia delante y al hacerlo tropezó un poco hacia la izquierda, así que decidió seguir por allí. Al cabo de unos cuantos metros, se dio cuenta de que la oscuridad iba aumentando. Pero ni siquiera consideró la posibilidad de volver sobre sus pasos, ya había llegado demasiado lejos y era de las que acababan lo que empezaban.

Casi tropezó con el inicio de otras escaleras, por suerte se agarró a tiempo a una barandilla de madera antigua, o eso notaba al tacto.

Se encogió de hombros antes de bajar por ella, con mucho cuidado ya que la oscuridad era casi completa.

—Una linterna o algo, la próxima vez —se reprochó a si misma en un murmullo apenas audible, aunque pensando al mismo tiempo que ojalá no hubiese próxima vez.

Tanteó con el pie para darse cuenta de que las escaleras habían acabado. Lo único que podía afirmar con claridad era que se trataba de una sala muy fría, de piedra. Al fondo se veía un resplandor azul muy intenso, aunque no podía discernir qué era lo que lo producía.

"Bueno, llegados a este punto... investiguemos".

A medida que se iba acercando el foco de luz azul se iba aclarando, y tuvo que frotarse algo los ojos (ya que aún estaba en estado "me acabo de levantar") para distinguir un pedestal de piedra engarzado con un montón de lo que parecían piedras preciosas, que destellaban por la luz de algo que había en una vitrina. Cuando estuvo a varios pasos pudo ver, a través del cristal, un cojín blanco muy acolchado y, en su centro... una piedra azul pulida en forma de lágrima. La causante de aquel destello azul que parecía disiparse por momentos.

Apoyó las manos sobre la vitrina, maravillada. Era la joya más preciosa que había visto en su vida... no sabría calificar de qué tipo era, ni siquiera si era realmente valiosa aunque, desde luego, lo parecía.

Al mirar la misteriosa gema azul, se dio cuenta de que tenía una especie de efecto hipnótico en ella. No podía despegar sus ojos, no podía dejar de contemplarla.

Y, de pronto, el cristal de la vitrina pareció desvanecerse de golpe y sus manos cayeron sobre el cojín blanco. Después del sobresalto inicial, no pudo menos que sentirse aliviada por no haber aplastado aquella joya, aunque luego se extrañase de que aquella fuera su única prioridad y de que apenas le diera importancia al hecho de que el cristal... acababa de desaparecer. Sin embargo, notó un cosquilleo en el dedo índice, y se dio cuenta de que estaba rozando la piedra con él.

Apartó las manos inmediatamente, por instinto. De alguna manera sabía que no debería haberla tocado, que algo en el mundo acababa de cambiar con ese simple gesto. Se le encogió el corazón. No obstante, ya era demasiado tarde: la joya se elevó en el aire, emitió un brillo cegador... y se aproximó a ella lentamente.

Alma dio un paso atrás, pero eso no pareció marcar diferencia alguna. Dio otro, y otro, y otro más, pero seguía persiguiéndola.

Topó con la pared a sus espaldas y, antes de que pudiera pensar en otra estrategia de escape, la piedra rozó la piel de su pecho, en la parte superior del torso. Notó como si el mundo hubiese dado tres vueltas antes de volver a ponerse en su sitio. Algo la recorrió por dentro y tuvo que estirar los dedos una y otra vez preguntándose si eso que sentía fluir a través de ellos era real o producto de una mente cansada. Miró su torso y emitió un chillido, sin poder contenerse.

La lágrima reposaba en su pecho, una cadena de oro blanco haciendo de ella un colgante.

Del shock, apenas oyó los pasos apresurados que se acercaban a una velocidad pasmosa.

—¿Qué...? —oyó una voz masculina a su derecha.

Giró la cabeza, el terror aún deformando sus facciones, para ver a Neo con la misma expresión que ella. Bajó la mirada hacia el colgante, y pronto la furia sustituyó al terror en su cara. Dio un paso hacia ella.

Alma se asustó, ya que nunca había visto a nadie tan enfadado en su vida, y se cubrió la cara con ambos brazos, en un mero acto reflejo que, era consciente, no le serviría de nada.

Una estampida retumbó en la estancia.

—¿Qué pasa, Neo? —preguntó la voz de Evon, preocupada.

—¡Ha robado el Amuleto! —gritó éste.

La chica se dejó caer al suelo y se hizo un ovillo. Cinco pares de ojos se posaron sobre ella.

Los guardianes del AmuletoWhere stories live. Discover now