CAPÍTULO XII

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—¿Cómo ha ido? —preguntó Zareb.

Eiro acababa de entrar en el salón, donde se encontraban todos. En cuanto se había ido el Consejo, había salido pitando a darse una ducha y ni siquiera les había dado tiempo a preguntarle por lo sucedido.

Eiro suspiró y Alma se puso tensa. No conocía a ese chico lo suficiente como para reconocer si ese gesto era bueno o malo. Y tiraba por lo negativo siempre.

"Me van a matar. O peor, van a arrancarme el Amuleto y me voy a quedar sin cuello y voy a tener que llevar bufanda a todas partes y..." se desesperó mentalmente la chica.

—Mejor de lo esperado —dijo Eiro en ese momento, sacándola de sus pensamientos.

—¿En serio? ¿Qué decisión han tomado?

—Me ha costado un poco, pero he logrado hacer que entren en razón y no la maten...

—¿Pretendían matarla? —saltó Sam abriendo mucho los ojos y componiendo una cara de incredulidad que nadie le solía ver.

Eiro se limitó a asentir.

—Les hice darse cuenta de que, si no funcionaba, tendríamos que proteger un cadáver.

—Con lo mal que huele eso con los años... —murmuró Alma, con la mirada perdida y voz neutra.

Aquella noticia la había dejado en shock. La primera razón para no matarla no era moral, sino utilidad. Es decir, no era que no la mataran por lo mal que está matar a alguien o que no se deba hacer, sino por si acaso aquello les podía acarrear más problemas que soluciones.

—¿Qué van a hacer con mi abuela? —inquirió la chica de pronto, como volviendo a la realidad.

—Creo que comentaron algo de hacerle creer que tienes una beca de estudios lejos, o algo así. Al menos, hasta que o solucionemos el problema —hizo un leve gesto hacia el amuleto— o demos con una forma de adecuarnos a todo esto.

—Una solución temporal —resumió Alma.

Eiro asintió con ganas.

—Exactamente.

Alma levantó la cabeza de pronto.

—¿Y si yo me niego a quedarme aquí? —dijo muy seria.

—¿Qué? —medio gritó Neo, interviniendo en la conversación. Su pelo rojo parecía llamear— ¿Por qué ibas a hacer eso?

—Quiero volver a mi casa —dijo esas palabras muy lentamente, como si estuviera muy cansada.

Y lo estaba.

—Esta es tu casa ahora —dijo Zareb, intentando apaciguar las cosas.

Alma intentó no dejarse llevar por el sentimiento familiar que sentía hacia aquel muchacho enorme, y continuó impertérrita. Cruzó los brazos a la altura del pecho.

—Me escaparé —decidió.

—No, no lo harás —afirmó Eiro, quien en seriedad le ganaba por goleada—. No lo harás porque iremos a por ti, te traeremos de vuelta aquí y lo conseguiremos cada vez que lo intentes. Además de que probablemente no llegues muy lejos antes de que nos demos cuenta de que no estás. Preferiría que pudiésemos hacer esto de forma amistosa, que comprendieses que sólo queremos protegerte, pero si hace falta pondremos medidas estrictas de vigilancia.

—¿Medidas estrictas como cuáles? —intervino Sam, en voz algo baja.

Eiro no se giró para mirarle. Seguía con su mirada clavada en Alma, y la chica se sentía cada vez más y más pequeña, y la seguridad que la había dominado segundos atrás desaparecía poco a poco.

—Como que siempre tenga a uno de nosotros al lado, no dejarla salir de la casa... cosas así. ¿Qué me dices, Alma? ¿Es eso lo que quieres?

Alma sacudió la cabeza, mirando al suelo. Al cabo de unos instantes de tenso silencio suspiró, consciente de que se había comportado mal. Miró a Eiro a regañadientes, porque no le gustaba nada su expresión.

—Lo siento —murmuró, pero tuvo que desviar la mirada antes de proseguir— Todo esto me supera. Sólo quiero volver a mi vida.

Para asombro de todos, Eiro se acercó a la chica y le puso una mano en el hombro.

—Lo siento mucho, de veras —dijo, con sinceridad— Ojalá todo esto no hubiese pasado, ojalá pudieras tener esa vida. Pero ya que no es posible, intenta aprovechar ésta, ¿de acuerdo?

Alma cerró los ojos y asintió.

—Y ahora, ¿quién quiere pizza? —finalizó Eiro levantándose.

Alma puso los ojos en blanco mientras los demás mostraban su entusiasmo por la idea.

"Ni que fuera algo nuevo para ellos" pensó Alma de sus reacciones.

—Está bien, pase por hoy, pero a partir de mañana empiezo mi aprendizaje de cocina para que comáis bien de una vez.

—Sí, señorita —dijo Sam con una media sonrisa plantada en la cara.

Alma le sonrió.

Procuraba no pensar demasiado en todo el tiempo que le quedaba por pasar en esa casa, con esa gente desconocida. Con cinco chicos desconocidos. Seguía sin asumirlo del todo, como si estuviera en una nube, pero de alguna manera todo parecía sumamente claro en su mente. Era como estar leyendo un libro en el que ella misma era la protagonista.

"Esperemos que al final de este libro seamos felices y comamos perdices" pensó para sí, y justo después le asaltó la dificultad de que eso fuera posible.

Retuvo las lágrimas y empezó a ayudar a los chicos a poner la mesa.

Los guardianes del AmuletoWhere stories live. Discover now