CAPÍTULO XLIII

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"Lo mejor será que alguno de los dos se mueva" pensó Naira, preocupada, con todos los músculos de su cuerpo en tensión. Llevaban agazapados tras un gran matorral algo así como dos horas. O lo que habían parecido dos horas.

"Demasiado tiempo" concluyó Naira mentalmente, negando un poco con la cabeza sin poder evitarlo.

Pox se dio cuenta de este ligero movimiento y giró la cabeza para clavar su mirada en la suya, inquiriéndole sin decir nada qué era lo que estaba pensando.

- Deberíamos hacer algo ya...- susurró Naira, intentando que no se la oyera demasiado.

Pox volvió la mirada al frente, a las brujas, que habían apagado la hoguera hacía ya un buen rato y se dedicaban ahora a charlar las unas con las otras. De vez en cuando saltaba alguna chispa o alguna de ella se transformaba en rata o en murciélago, pero era algo normal en su especie. Se gastaban ese tipo de bromas y dedicaban su tiempo libre a intentar devolvérselas de la peor manera imaginable.

"Es posible que estemos nerviosos" reflexionó Naira, y esta posibilidad la preocupó bastante. Nunca se ponían nerviosos. Sabían lo que había y lo que tenían que hacer desde hacía mucho tiempo, habían pasado casi toda su vida preparándose para ese tipo de situaciones y nunca hasta el momento habían sentido nada parecido al nerviosismo.

Pero cada uno de ellos tenía aquella vez un motivo especial para que le temblasen ligeramente las piernas, de manera casi imperceptible.

Naira, por su parte y aunque se odiara por ello, temía por la vida de Pox. La suya le daba más igual, le habían enseñado a no preocuparse demasiado por su propia integridad pero... nadie te avisaba lo que te podía llegar a importar otra persona, hasta el punto de ponerla por encima de tus propias necesidades.

Recordó un momento en la Academia: dos niñas se peleaban porque una había insultado a la otra. Se daban puñetazos y patadas, muy débiles y muy poco precisos ya que su entrenamiento apenas acababa de empezar. Se metió una tercera para intentar pararlas y las otras dos, fuera por equivocación o por colmar su furia de alguna manera, acabaron asestándole varios golpes que la dejaron tirada en el suelo. Justo en ese momento, una de las profesoras de la Academia se acercó, con parsimonia y mucha calma (nunca mostraban otras emociones, para no perturbar a las alumnas, para no acabar con su concentración y dar ejemplo de serenidad), le brindó la mano a la niña que yacía en el suelo para ayudarla a levantar y le dijo: "Ahora ya sabes por qué no merece la pena arriesgar nada para ayudar a quien ya está perdido". A la niña la echaron de la Academia y las demás alumnas aprendieron bien la lección: no merece la pena preocuparte por nadie más de lo estrictamente necesario.

Naira recordaba esa escena como si acabara de suceder, aunque de ella hacían más de diez años. Desde entonces, ninguna de sus compañeras había mostrado la más mínima compasión por nadie, todo se había vuelto solitario y las pocas amigas que había podido hacer... sabía perfectamente que no eran realmente amigas. Les enseñaban a priorizar la misión antes que sus vidas, pero también les enseñaban a priorizar sus vidas antes que las de los demás.

La lección era muy clara: el equipo debe protegerse mutuamente, debe funcionar armonizado y deben sus miembros ayudarse los unos a los otros, pero cada guardián debía ser consciente de los límites de dicha sentencia. Cada uno de ellos debía ser consciente de por qué merecía la pena arriesgar su vida.

Y Naira no sabía si merecía la pena, llegado el hipotético momento, arriesgar la suya para salvar la de Pox. De lo único que estaba claro era de que lo haría. Que lo haría sin dudarlo siquiera y odiándose a sí misma por hacerlo. Y eso era precisamente lo que más nerviosa le ponía.

No podía reconocer esa debilidad porque significaría reconocer sus sentimientos, y no estaba preparada para eso ni para sus consecuencias. Pero tenía miedo de cometer un error, un estúpido error que lo arruinara todo.

Y en cuanto a Pox, él tenía sus propios motivos también para estar nervioso: nunca había sido un buen actor. La gente no solía saber qué pensaba o sentía, de eso era plenamente consciente, pero era porque su expresión natural era tan neutral que no traslucía nada de lo que había en su corazón o en su mente. Era como una barrera que le protegía del exterior y dentro de la cual estaba más que cómodo. Sin embargo, y como habían estado planeando las últimas horas, debía actuar asustado, como atemorizado por haber perdido la misión y la capacidad de proteger su Amuleto. Naira le ataría lo máximo posible y le taparía los ojos, de manera que pudiese resultar creíble que el supuesto prisionero no emplease sus poderes. Pero él debía actuar. Y eso le ponía nervioso. No podía fallar al equipo, era lo único que tenía y lo único que quería en la vida. Su máximo deseo era obtener el respeto y la admiración de los demás. Lo que perdería si no conseguía hacer su papel.

"Ya está bien" pensaron los dos guardianes al mismo tiempo. Sus ceños se fruncieron y asintieron a la vez, sabiendo sin necesidad de comprobarlo que el otro había hecho lo mismo.

Ya estaba bien de tonterías, ya estaba bien de inseguridades y ya estaba bien de temblar. Eran guerreros, su vida les había preparado para aquello y el destino era el que los había colocado allí. No hay razón por la que estar nervioso cuando estás entrenado para que las cosas te salgan bien.

Los guardianes del AmuletoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora