CAPÍTULO XXII

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Alma pataleaba para librarse del abrazo de Zareb. Ya llevaba en su regazo al menos veinte minutos, y por mucho que insistía no la dejaban moverse de allí. Al principio no le había importado demasiado pero ya le parecía el colmo de lo ridículo.

—¡Dejad que me levante! —chilló al final.

Un destello inundó la habitación por un segundo y antes de que se diera cuenta, había podido escapar del agarre de Zareb.

Sospechaba que había sido el Amuleto.

—Esta cosa —dijo jadeando por el esfuerzo—, hace lo que le da la gana.

Los chicos la miraban anonadados.

—Claro... —susurró Eiro, con el ceño fruncido y sin mirar a ninguna parte en concreto— El Amuleto te protege...

—Haz el favor de hablar para todos, Eiro —le espetó Neo— ¿A qué conclusión llegas?

—El don del Arcángel Miguel era la protección —sentenció, muy seriamente.

Sobrevino un silencio sobrecogedor que llenó la estancia de tal manera que se podía sentir, incluso respirar. Alma miró a todos los chicos alternativamente, sin saber qué expresión le preocupaba más.

—¿No lo entendéis? —dijo Eiro al cabo de un rato.

—Joder, claro que lo entendemos —espetó Neo.

—Es sólo que estamos intentando pensar en las consecuencias que este descubrimiento puede acarrear —murmuró Sam, mirando directamente a la pared.

—¿A qué te refieres? —le preguntó Alma, un poco angustiada.

La chica tenía las manos en torno al estómago, y en cuanto Zareb la vio hizo ademán de acercarse para ver qué le pasaba. Ésta le fulminó con la mirada antes de volver a dirigir su atención hacia Sam.

—Nadie, absolutamente nadie, ha sabido nunca exactamente qué es lo que hacen los Amuletos —respondió el chico.

—Y ahora descubrimos que tienen algún tipo de poder que, de alguna forma, está ligado a su portador, y que tiene que ver con el don del Arcángel en cuestión —completó Evon, con calma.

De pronto, Eiro salió de la habitación con bastante prisa, seguido de Sam y Zareb. Alma abrió mucho los ojos debido a aquella inesperada acción.

—¿A... adónde van? —preguntó, anonadada.

—Supongo que a consultar con los otros grupos comportamientos extraños en los Amuletos que custodian —dijo Evon, dando palmaditas en el sofá a su lado para indicarle a la chica que se sentara— El nuestro nunca ha dado señales de poder, en ningún momento, pero no sabemos nada de los demás.

—Y... sólo por ver a Eiro salir... ¿ya adivináis lo que va a hacer y algunos deciden acompañarle? ¿Tenéis telepatía o algo? —musitó la chica sentándose al lado de Evon.

—Estamos muy bien entrenados —sonrió el chico.

Alma le devolvió la sonrisa tímidamente. Su cabeza daba vueltas y no sabía qué hacer ni qué decir. Se llevó las manos a la frente en un típico gesto para aclarar las ideas.

—¿Estás bien? —dijo automáticamente Evon, extendiendo las manos hacia ella.

Alma frunció el ceño y apartó a Evon de un manotazo suave.

—No soy de cristal—refunfuñó—, así que no tenéis que tratarme como si lo fuera.

—Pero tú... —balbuceó.

—¿Soy una chica? No me vengas con machismos ahora, por favor —espetó—. Cuando me encuentre mal de verdad os lo diré, pero este exceso de atenciones es degradante para mí.

Evon recuperó su postura y cerró los ojos un momento antes de asentir.

—Tienes razón. Nos hemos pasado, y pido perdón en nombre de todos.

Alma se sintió mal al instante por haber sido tan brusca y trató de arreglarlo como pudo:

—No te preocupes, sé que lo hacéis con la mejor intención...

Iba a añadir algo más, pero en ese momento se abrió la puerta y reapareció Sam.  

Los guardianes del AmuletoWhere stories live. Discover now