CAPÍTULO XIII

427 100 4
                                    

Naira se erguía, en toda su estatura, delante de sus compañeros. Sabía que la respetaban lo suficiente como para prestarle atención, pero conseguir que aceptaran aquel plan sería una de las cosas más difíciles que había hecho en mucho tiempo. Ya llevaba más de una hora insistiendo, más de una hora refutando excusas ridículas que le daban simplemente por el mero hecho de que la idea no les daba buena espina.

No obstante, no pensaba darse por vencida.

—¿Infiltrarnos entre las brujas? ¿Estás loca? —le dijo uno de sus compañeros— Vale que suene bien, muy fácil y todo eso, pero en la práctica es casi imposible.

—Además, está el problema de que somos todo hombres, y las brujas todo mujeres... —añadió otro— ¿A quién infiltraríamos?

Naira resopló.

—Yo soy una mujer —dijo resueltamente, señalándose a sí misma y apoyando después las manos sobre la mesa alrededor de la cual estaban discutiendo aquel tema.

Sus compañeros siempre olvidaban aquel detalle. La habían visto luchar muchas veces y no era precisamente la cosa más femenina del mundo, pero ella pensaba que, por lo menos, deberían ver más allá de ese escudo que se habían impuesto.

No era nada fácil ser la única chica: nadie la comprendía, tenía que hacer muchas cosas sola y pasar por otras tantas de la misma manera. Por eso, la primera vez que oyó hablar de Alma, supo exactamente por lo que iba a pasar. Se sentía bastante identificada con aquella joven, y, ahora que le había dado aquella magnífica idea, estaría en deuda con ella de por vida.

Vio como sus compañeros se miraban entre ellos, hubo uno que incluso se ruborizó.

Pox, sin embargo, la miraba impertérrito. Naira era consciente de ello, pero mantenía su mirada al frente.

Pox, aquel chico de pelo castaño, ojos negros y piel clara cargada de pecas, era una de las razones por las que odiaba no ser considerada una chica. Más bien era la razón más importante.

Cuando la habían elegido para formar parte de aquel grupo, tres años atrás, lo de saber que todos sus compañeros iban a ser chicos la había asustado bastante. Básicamente por el hecho de que, al haber convivido casi quince años exclusivamente con chicas, no tenía ni idea de cómo comportarse delante de ellos. Enamorarse... ni siquiera lo había contemplado, porque, aunque le habían hablado vagamente del tema, no se había planteado que eso fuera posible para ella.

Lo trataban como un mito, sabía que se habían dado casos de amor entre dos compañeros de grupo, pero no había conseguido más información sobre ello, por mucho que, últimamente, se había esforzado en buscarla.

Ni siquiera notó cuándo empezó a importarle la opinión de Pox en algunos asuntos, o cuándo empezó a intentar arreglarse el pelo para que él la viera mejor. Lo hizo casi sin pensar, como si lo hiciera para ella misma, y cuando se dio cuenta, se enfadó con su subconsciente.

No soportaba el hecho de que otra persona se hubiera vuelto tan imprescindible.

Lo primero que hizo al asumir que se estaba enamorando del chico fue intentar romper todo contacto con él. Sabía (no era tonta) que era prácticamente imposible, dado que vivían y trabajaban juntos, pero restringió todo inicio de conversación con él y se prohibió mirarle más de lo necesario.

No obstante, y debió haberlo previsto, no fue capaz. Un día estaba distraída mirando hacia la ventana cuando, sin que ella pudiera evitarlo, Pox pasó por delante de su vista y sus ojos se encontraron. En cuanto él le sonrió, ella supo que estaba perdida.

Todo eso había pasado año y medio atrás. Y ahora una parte de Naira se odiaba a sí misma por ser tan patética, porque le habían enseñado desde pequeña que tenía que controlarlo todo, en todo momento, y aquello se le escapaba de las manos.

Sacudió levemente la cabeza mientras intentaba no mirar a Pox.

— ¿Y bien? ¿Algo más que decir? —insistió.

—¿Te estás ofreciendo voluntaria para infiltrarte entre las brujas?

Asintió con solemnidad.

—Exactamente. A no ser que decidas que quieras hacerlo tú, Hasan. Estaría encantada de verte con peluca —clavó sus ojos en los de su compañero con expresión amenazante.

—Será duro —intervino Pox en ese momento, y Naira no tuvo más remedio que mirarle—. Tendrás que parecer una de ellas, tanto física como psicológicamente.

—Puedo hacerlo —dijo con seriedad la chica, impertérrita.

Algo de lo que podía estar orgullosa era de que, en los asuntos que de verdad importaban, podía mantenerse seria, sin que sus sentimientos interfiriesen en su camino lo más mínimo.

Defendía hasta la muerte sus ideales, en lo que creía.

—¿Y cómo vamos a hacer con lo de los poderes? Las brujas hacen conjuros y esas cosas... —intervino Hasan de nuevo.

Naira consiguió, no sin esfuerzo, no sonreír. Estaban hablando del tema como un plan futuro, como algo que se iba a realizar. Ya habían accedido a hacerlo, pero tenían demasiado orgullo como para admitirlo abiertamente.

—Yo soy el Aire, ¿recuerdas? Es fácil actuar como si supieras hacer ciertas cosas. Me limitaré a evitar esas situaciones y, si no, a intentar salir de ellas como pueda.

—Entonces informaremos al Consejo y, si está de acuerdo, empezaremos a informarnos sobre las brujas. Más de lo que ya estamos, por supuesto —concluyó Hasan.

Con estas palabras dio por terminada la reunión, puesto que se levantó sin añadir nada más y salió por la puerta. El resto de los chicos no tardó en hacer lo mismo, y Naira se quedó sola en la habitación.

Una parte muy tonta de ella hubiese querido que Pox se quedara con ella, pero sabía que eso era imposible.

El chico ni siquiera sabía lo que era el amor. Y no cabía la posibilidad, ni mucho menos, de que se enamorara de ella.

No obstante, darse por vencida no era propio de Naira. Y si había esperado un año y medio, podría seguir esperando.

De todas formas no podría conocer a otra persona para enamorarse de ella y pasar página, y siempre cabía la posibilidad de que en algún momento él se diera cuenta de que era una chica.

Y de lo que eso podía conllevar.

"La esperanza es lo último que se pierde" pensó Naira, mientras sonreía con resignación y se dejaba caer en una silla, con un estrépito.

Los guardianes del AmuletoWhere stories live. Discover now