CAPÍTULO XXVIII

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Habían elegido aquel apartado bosque de la costa de Galicia para empezar a buscar porque era donde habían tenido por última vez noticias de avistamientos de brujas.

Sus informadores les habían transmitido la información hacía dos días, por lo que no era del todo fiable y lo más probable era que no encontraran nada. Pero mientras hubiera una posibilidad, ahí estarían ellos. Naira y Pox habían sido conscientes desde el principio de que una de las cosas más difíciles que tenía aquella misión era el mero hecho de encontrar a las brujas. Dejando de lado, claro, el peligro de muerte y derivados.

Las brujas se movían en grupos pequeños, parte de diferentes clanes, y había tantos por todo el mundo que la mayoría no se conocían entre ellos. Además, aparte de su poca afección por la limpieza, no compartían ni siquiera rasgos comunes. Y ese precisamente era el dato al que se habían aferrado para poner en marcha aquella locura. Naira se haría pasar por una bruja de un clan inventado que supuestamente les traía un prisionero custodio del Amuleto como ofrenda para crear una alianza.

Si lo pensaban lo más positivamente posible, incluso habían tenido "suerte" de que fueran precisamente las brujas las que les arrebataran el Amuleto. Les dejaba al menos un resquicio de posibilidad para recuperarlo. Si es que todo salía bien, por supuesto.

En cuanto llegaron al bosque, decidieron que lo mejor sería hacer un pequeño y rudimentario campamento. Buscándolas no iban a conseguir nada. Sólo si todo estaba en calma, si nadie intentaba encontrarlas, aparecían. Era algo que habían aprendido a lo largo de los años.

El mayor problema que habían tenido siempre era que no conseguían descifrar por qué. Se quitaron las mochilas y las dejaron en el suelo. De la de Pox sacó el chico una manta bastante amplia que extendió sobre la hierba, mientras Naira amontonaba ramitas secas que se desperdigaban por el suelo.

Sólo siendo verano podían conseguir encontrar algo seco en Galicia.

Dos minutos más tarde y un chasquido de dedos de Pox después, se sentaban en silencio alrededor de la pequeña e improvisada hoguera.

A ninguno de los dos le molestaba el silencio. Estaban acostumbrados, vivían rodeados de él. Desde siempre. En la sala común de su base, casi nunca hablaban. Cada uno se concentraba en sus cosas, y procuraban estorbarse lo menos posible.

Por eso, cuando Pox abrió la boca, lo último que Naira esperaba era que fuese para hablar.

—¿Estás nerviosa?

Su expresión era indescifrable, como siempre. Ladeaba la cabeza.

—¿Tengo razones para estarlo?

Pox sonrió levemente.

—Bueno, estamos a punto de empezar la misión de nuestras vidas.

—La misión de nuestras vidas... —repitió Naira con la mirada perdida- No lo creo.

Pox le dirigió una mirada inquisitiva, exigiendo explicaciones. Naira chasqueó la lengua mientras echaba otra ramita al fuego; no porque lo necesitase, sino para mantener la concentración.

—Quiero decir que la misión de nuestras vidas será algo que no nos esperemos, para lo que no estemos preparados. Esto es trabajo, rutinario —se encogió de hombros— Solo estamos cumpliendo con nuestro deber.

Le miró a los ojos severamente. Pox asintió.

—Puede que tengas razón —admitió— De todas formas tendremos que ir con cuidado. Sobre todo tú, ya que mi trabajo es quedarme en silencio y fingir estar asustado.

—¿No lo estarás?

—No.

—¿No tienes miedo a que yo meta la pata y nos maten por mi culpa?

—No.

Naira desvió la mirada y frunció los labios.

—Confío en ti —añadió Pox al cabo de unos segundos.

—Espero acabar siendo digna de esa confianza.

—Si hubiera brujos, te libraría de esa carga —sonrió Pox.

Ella no vio cómo sonreía.

—Pero no los hay, y por lo menos es una excusa para que vosotros os deis cuenta de que soy una mujer —bromeó.

—¿A qué te refieres? —se extrañó Pox.

El chico se tumbó de lado en la manta, mirando fijamente a Naira. Ésta seguía ocupada con sus ramitas y procuraba mantener sus ojos en el fuego. Empezaba a refrescar.

—Lo sabes perfectamente. Me consideráis un compañero más. Si hasta tardasteis en daros cuenta de que yo podría hacerme pasar por una bruja.

—¿Y qué más da? —preguntó despreocupadamente Pox, sin verle el quid a la cuestión.

—A mí me importa... —murmuró Naira, sin evitar un deje de dolor que traspasó su voz.

El viento silbó entre los árboles, y ninguno de los dos supo si era por el estado de ánimo de la chica o el propio curso de la naturaleza. Empezaba a anochecer.

—Si te sirve de consuelo, yo te considero una chica —sonrió Pox, con amabilidad.

"Eso es mentira" pensó Naira para sí, pero se atrevió a expresar sus pensamientos. Se limitó a sonreír cansadamente, y no dijo nada más mientras su mirada se perdía entre el hipnótico titilar de las llamas de la hoguera.

Los guardianes del AmuletoWhere stories live. Discover now