CAPÍTULO LVI

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Lamidala no había estado tan enfadada en su vida. Como arpía, la paciencia no era algo que la caracterizara especialmente, pero aquel día su furia sobrepasaba todos los límites. Yeónida ya se había llevado un par de zarpazos al intentar tranquilizarla, y al final había acabado por aceptar que lo mejor era dejarla sola, aunque sintiera una necesidad imperante de estar con ella.

No se podía creer que el plan le hubiera salido tan mal. Que los estúpidos Guardianes no hubieran caído en la trampa y no solo eso, que se hubieran llevado a la Chica Amuleto.

Pensó que lo tenía. Que a eso era a lo que se refería Termea cuando le dijo que tenía que buscar algo que les hiciera vulnerables. Que se refería a la casa. A conocer todos sus secretos, sus escondrijos. Siempre que les atacaban, terminaban por esconderse en alguna de las múltiples salas de esa mansión laberíntica.

Pensó que arriesgando todo, incluso a algunas de sus mejores arpías, por conseguir vislumbrar dónde esconderían el Amuleto, lo conseguiría.

Cómo había podido ser tan estúpida.

«Con razón llevas a la sombra tanto tiempo. Te falta estrategia, inteligencia» se dijo a sí misma, y solo tendía a criticarse de esa manera en situaciones muy puntuales de su vida. Ya se lo habían hecho pasar bastante mal en su juventud, así que tenía por norma solo alzarse, nunca agachar la cabeza ni ante sí misma. Harta de que la pisotearan, decidió estampar sus garras en la cara del mundo. Y normalmente le resultaba algo bastante sencillo, ya hasta natural, pero en días como aquel solo podía replanteárselo todo.

Esconderse y reflexionar no servía de nada. Eso lo tenía más que claro, y aún más después de lo que había pasado. Desde que Yeónida, a la que había mandado a patrullar junto a dos de sus más leales arpías, le había dado las malas noticias, un plan arriesgado y loco había empezado a pulular por su putrefacta cabecita. Tenía la Masa Pútrida, la tenía. El único elemento en la faz de la Tierra capaz de neutralizar los poderes de un Amuleto y permitirle así llevárselo consigo. Nunca una arpía había conseguido tocar uno de estos talismanes, así que ninguna estaba dispuesta a arriesgar el pellejo por si éste contaba con un mecanismo de defensa mágica. Habían estado en situaciones similares en su vida y ninguna había salido bien.

Ahora solo necesitaba poder acercarse a la chica. El hecho de que ahora el Amuleto fuera parte de un ser vivo debería facilitar las cosas, porque los seres vivos en general —y los seres humanos en particular— eran débiles y estúpidos. Mucho más que esos Guardianes, a los que al fin y al cabo los habían entrenado muy bien para anticipar sus movimientos.

La chica era vulnerable. La chica...

«La chica es su punto flaco». Esa convicción se le asentó en la mente de una manera que se cuestionó por qué había tardado tanto en llegar a ella.

«Se acabó el reflexionar, el planear, el estudiar» sentenció mentalmente, y frunció el ceño, calvo en casi su totalidad, mientras esbozaba una sonrisa de satisfacción. «Esta vez, vamos a por todas».

Los guardianes del AmuletoWhere stories live. Discover now