CAPÍTULO XXVII

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Termea alzó una ceja, no se fiaba nada de Lamidala.

—¿Qué tipo de información?

La arpía sonrió de medio lado, satisfecha por haber despertado la curiosidad de la bruja.

—Útil. Sobre el Amuleto.

—¿Y qué quieres a cambio? —preguntó la bruja.

La arpía se carcajeó, poniendo sus garras en el estómago. "Cómo me conoce" pensó para sí, más que feliz.

—Otro tipo de información. Quiero saber cómo te hiciste con el Amuleto que tienes en tu poder, con todo lujo de detalles.

Termea cruzó los brazos, despertando una ola de mal olor con el movimiento. Lamidala la observó bien: no había cambiado ni un poco. El pelo mal cortado de siempre, que sospechaba se encargaba ella misma de mutilar, y negro (aunque nunca sabría si ese era su color natural). Una túnica morada desgastada a más no poder caía sobre su cuerpo robusto. Los ojos estaban perfilados por profundas ojeras y una sonrisa de suficiencia colgaba siempre de su rostro.

La soberana de las brujas.

—No puedo proporcionarte todos los detalles, porque son secreto de brujas. Pero sí puedo decirte qué estrategia seguimos. ¿Hay trato?

La arpía ni siquiera se había planteado la posibilidad de conseguir la más ínfima información por parte de Termea, así que tuvo que disimular su cara de sorpresa al escuchar aquello.

—Hay trato —dijo después de una pausa, como si se lo hubiera tenido que pensar.

Entonces Termea sacó un cuchillo que había tenido hasta entonces escondido en su cinturón, en la parte derecha, y Lamidala sacó las garras. Se hicieron sendos cortes en la palma de la mano derecha.

Y, sin decir nada, se miraron a los ojos y se estrecharon las manos.

Un remolino de luz lo inundó todo por unos instantes mientras ellas sentían una succión en la palma de la mano casi insoportable.

Las dos mujeres sonrieron.

Los guardianes del AmuletoМесто, где живут истории. Откройте их для себя