CAPÍTULO XXIII

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—Evon, ¿puedes venir un momento?

—¿Pasa algo? —preguntó el aludido.

—Vamos a organizarnos para ir a los grupos cuatro y siete... necesitamos que alguien se quede con Alma... ¿Neo?

—¿Por qué yo? —se escandalizó el pelirrojo.

—Porque nunca te haces cargo de ella y va siendo hora—replicó Sam, y pareció una madre completamente.

"No quiero ser una carga" pensó la chica, mirando para abajo.

Oyó, no obstante, el gruñido de Neo.

—Está bien —aceptó, entre dientes. Luego se dirigió a la chica— Procura no dar muchos problemas.

Alma no dijo nada, cosa que sorprendió mucho a Neo. Desde que habían llegado, la chica no había dejado pasar ni una sola oportunidad de replicarle. Algo se le retorció por dentro. Ni siquiera se había dignado a mirarle.

"No importa" pensó "Mejor así, ya iba siendo hora de que mostrara un poco de respeto".

No obstante cuando los otros chicos se fueron y se quedaron solos sobrevino un silencio que no le gustó ni a él. Un aire helado recorrió el ambiente, haciendo a Alma tiritar.

—¿Por qué...? —preguntó la chica, anonadada por aquel frío en pleno verano.

—A veces el movimiento de los internos desencadena viento frío —le cortó Neo, quitándole importancia con un ademán.

Hubo otro silencio bastante incómodo, y Neo empezaba a irritarse sólo estando en la misma habitación que la chica.

—Voy a por unas mantas, si es verdad que vamos a pasar aquí un buen rato al menos me niego a pasar frío-dijo secamente mientras se levantaba- No te dejes matar en los tres segundos que voy a tardar en volver.

Imprimió el mayor desagrado que pudo en esas últimas palabras y salió de la habitación.

"Pequeña cosa molesta" refunfuñó mentalmente mientras se dirigía al cuarto contiguo en busca de unas mantas. Encontró sólo una, así que entró en la siguiente estancia "Desde que ha llegado sólo ha traído problemas. Todo estaría mucho mejor sin ella".

No obstante, cuando abrió la gran puerta de la sala común para entregarle las mantas y alzó la cabeza para mirarla, ella se giró bruscamente para que no le pudiera ver la cara.

Eso hizo que Neo frunciera el ceño. Cambió las mantas de brazo mientras se acercaba y le agarró el hombro con la mano que le quedaba libre.

—Eh, no sabes que es de mala educación no mirar a la gen... —dijo con brusquedad, pero se interrumpió al notar que la chica se estremecía en un sollozo.

Se apartó instintivamente y se alejó, quedando a unos pasos de ella.

La sensación fue de impotencia: hacía mucho que no veía a nadie llorar. Algunos chicos lo hacían cuando eran pequeños en los primeros años de entrenamiento, pero al cabo de un tiempo eran lo suficientemente disciplinados como para no llorar por nada.

Sin embargo, después de escucharla un rato y verla con la cara enterrada entre las manos, se dio cuenta de que aquello no se parecía a ningún llanto que hubiera oído antes.

Era delicado, pero desgarrador a la vez. Se veía que la chica se estaba esforzando por parar, pero que le era imposible. Era un llanto que le salía directamente del corazón y que traspasaba el suyo. Dolía oírla.

Y, por un único instante, el primero de su vida, Neo se sintió conmovido. Deseó abrazarla para que dejase de llorar, para que se calmara. Pero él no hacía esas cosas, él no daba ni necesitaba cariño.

"Es una estupidez" se dijo sacudiendo la cabeza "Sólo es una cría tonta".

—¿Qué haces? —inquirió secamente.

Alma tardó un poco en contestar. Empezó a respirar más acompasadamente y de forma algo más artificial, y sorbió por la nariz un par de veces antes de secarse las lágrimas con el dorso de la mano y responder:

—N-nada. M-me ha dado la vena tonta... —se rio un poquito al final, aunque fue una risa demasiado forzada como para que se la creyera nadie.

—¿Se puede saber por qué demonios lloras? Te has dado cuenta de que los príncipes azules no existen, te has roto una uña... —farfulló.

Para su absoluta sorpresa, Alma se rió de aquel comentario que iba dirigido a ofenderla.

—Sí, algo así... —murmuró, más para ella que para él.

Neo se sentó en el sofá a su lado y puso los codos sobre las piernas.

—¿Algo así?

Alma le miró, y el chico pensó que era la primera vez que lo hacía de verdad.

—Me ha venido todo de golpe. Echo de menos mi casa —suspiró, pasándose la mano por la nariz— Echo de menos a mi abuela, mis cosas, el estúpido instituto y a la falsa de Ana, que es la persona más imbécil que te puedas echar a la cara. Echo de menos a mis amigos. Echo de menos tener que pasar la aspiradora cada mañana aunque piense que no hay nada que aspirar, sólo porque la abuela me obliga a hacerlo. Echo de menos quejarme porque no me deja en paz. Echo de menos la estúpida planta que tenemos en la ventana del salón y que ni siquiera es bonita. Lo echo de menos todo.

Se quedaron un rato en silencio, en el cual Alma se calmó bastante. Ya casi no sollozaba y respiraba con más normalidad. De pronto, sintió la mano de Neo en la espalda. Cálida.

Le dio vergüenza girarse para mirarle, así que no lo hizo. Se quedó esperando a que él dijera algo.

—Todo saldrá bien —dijo suavemente el pelirrojo.

Y lo dijo de una manera tan seria y tan segura, que Alma se lo creyó por un momento. Necesitaba escucharlo, porque repetírselo a sí misma no servía de nada. Y que viniera de boca de Neo, quien no sentía ninguna simpatía por ella, acentuaba más el valor reconfortante de esas tres palabras.

Asintió sin decir nada más.

Segundos más tarde sintió cómo Neo le pasaba una manta por los hombros, rápidamente. La agarró.

—Gracias —dijo, y se giró para mirarle a los ojos.

"Un agradecimiento nunca significa nada si no se mira a la persona en cuestión" pensó para sí, algo que le había enseñado su abuela desde que era muy pequeña.

Neo la miró a su vez, y contempló esos ojos color miel que tan poco se parecían a los suyos, o a los de cualquiera que hubiera visto nunca. Unos ojos que, a partir de entonces, le causarían muchos problemas, pero que en aquel momento, algo enrojecidos por haber llorado, le estaban causando un sentimiento que nunca hubiera pensado que iba a experimentar.

Los guardianes del AmuletoWhere stories live. Discover now