CAPÍTULO LIV

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Naira despertó con un dolor de cabeza que jamás había experimentado. Como un acto reflejo, convocó al viento para que le refrescara un poco la frente, aunque tardó apenas dos segundos en ordenarle que parara. No tenía ni idea de dónde se encontraba, y era mejor seguir guardando las apariencias.

Abrió los ojos para encontrarse a sí misma en el suelo de lo que parecía a simple vista una celda muy extraña. Las paredes eran de roca desigual y burda y tenían un algo de irrealidad que no acababa de cuadrarle. Levantó la cabeza para encontrarse, enfrente de ella, una suerte de barrotes, aunque muy juntos y unidos por una especie de energía negra, que no paraba de palpitar.

— Por fin— oyó una voz a su espalda— Empezaba a pensar que tenía que lamentarme yo solo por el tremendo fracaso de nuestro muy meditado plan.

La voz la reconocería en cualquier parte, pero aún así se irguió apoyándose en las palmas de las manos y se giró para enfocar su mirada en Pox. El chico tenía bastante mala pinta. El cabello revuelto enmarcaba una magulladura bastante fea en la base de la mandíbula. Su ropa estaba también en mal estado, denotando que se debía haber metido en una pelea en cuanto a ella la dejaron inconsciente. Y, desde luego, no dudaba de que las brujas también habían salido mal paradas de ella. Estaba colgado en la pared por unos agarres metálicos que parecen parpadear y perder consistencia por segundos, que lo colocan con los brazos en alto y las piernas en cruz. Naira tragó saliva al verlo así de derrotado.

— ¿Los grilletes...? — preguntó, en voz baja.

— Lo he intentado. Ignífugos— masculló Pox cuando siguió su mirada— Las malditas me pillaron en cuanto les chamusqué hasta las pestañas.

Naira pensó que nunca había visto a Pox de tan mal humor. Parecía honestamente enfadado, como si esa derrota fuera la peor humillación que pudieran imaginar. Y la verdad es que era bastante probable que estuviera en lo cierto. No hay mayor vergüenza para un Guardián que ser derrotado. Cuando has dedicado tu vida a vencer, a proteger... no debías acabar dentro de una especie de calabozo, lamiendo tus heridas.

— Lo lamento mucho— musitó, sin poder evitarlo— Me despisté, yo... sabía que algo estaba pasando, pero confiaba tanto en el plan que decidí darle una oportunidad en lugar de abortarlo.

— No te culpes. Yo hubiera hecho lo mismo. Estamos sujetos a mucha presión, recuperar el Amuleto nos cegó a ambos.

El silencio que cayó sobre ellos apestaba a fracaso, casi más que esa estancia obviamente creada de manera artificial en la que les habían metido. Observó a Pox, y más que sus heridas (que parecían más bien leves) le preocupó su expresión. Esa derrota, esa resignación. Desde luego, no pensaba dejar que los absorbiera a ambos.

Con un gran esfuerzo, apoyó la planta del pie sobre la superficie rocosa y se incorporó. Después, intentó convocar el aire, pero éste no acudió a su llamada. Una angustia terrible se le instaló en el corazón: era la primera vez que no podía hacerlo, que no podía usar sus poderes. Se sintió vacía e indefensa, pero solo se permitió esos sentimientos durante un segundo, porque si algo era por encima de todas las cosas, era una Guardiana. Una guerrera entrenada, la mejor de su promoción.

Se acercó a aquellos barrotes que parecían algo irreales y, con decisión, les asestó una patada. Los barrotes titilaron ahí donde habían recibido el impacto, pero nada más sucedió.

Volvió a repetir la patada.

— ¿Se puede saber qué haces? — preguntó Pox, con voz irritada.

— Llamar su atención— replicó ella, con calma y sin mirarle.

Otra patada.

— ¿Con qué fin? ¿Que nos maten?

— ¿Qué sabemos de las brujas?

Patada.

— ¿Qué sabemos? ¿A qué viene eso? — Pox sonaba visiblemente molesto, y a ella no podía importarle menos en ese momento.

— En la formación nos enseñan a usar las debilidades de nuestros enemigos en su contra. Que es nuestra mayor arma. ¿Qué sabemos de las brujas?

— Si supiéramos sus debilidades, ya las habríamos derrotado hace tiempo y yo no estaría aquí clavado a la pared— refunfuñó.

— Las debilidades a menudo están disfrazadas de datos sin importancia— afirmó Naira, con otra patada que hizo que empezara a dolerle el gemelo, pero sin hacer caso al dolor— Por eso son debilidades. Están escondidas. Según lo que sabemos de las brujas, ¿qué pasará cuando se harten de que haga ruido?

— Probablemente se enfaden bastante... no son muy tranquilas.

— ¿Y qué pasa cuando un enemigo se enfada?

— Que se vuelve...— pareció darse cuenta— descuidado.

Fue entonces cuando Naira se permitió girarse para clavar su mirada, mortalmente seria, en la de Pox. Los dos se observaron durante un segundo que se les hizo eterno.

— Y entonces, tendremos nuestra oportunidad.

Los guardianes del AmuletoWhere stories live. Discover now