CAPÍTULO XIX

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Ya estaban puestos en posición de combate cuando las arpías entraron todas a una en el claro al que habían ido a parar. No habían previsto aquello. Su plan inicial era asaltarles en la casa, como solían.

Pero, de camino, habían escuchado las voces. Y la habían visto.

Todas la habían visto con sus propios ojos. La chica Amuleto. Tras el estupor inicial, Lamidala, la arpía líder, había tenido que apaciguar las cosas y cambiar de planes, así que se habían congregado alrededor del primer claro por el que, según la dirección que el grupo estaba tomando, iban a pasar, y adelantaron la emboscada. Sería mucho más fácil en terreno abierto.

Lamidala no se podía creer la suerte que habían tenido. El principal problema que encontraban a la hora de sustraerles el Amuleto era precisamente que se encontraba en una sala con una única puerta, y los cinco se apostaban enfrente de ella haciendo que fuera imposible para ellas acceder a él.

Sin embargo, al parecer algo había cambiado. La chica era ahora el Amuleto, y claramente su objetivo principal. En el fondo, Lamidala sentía una especie de gratitud hacia aquella patética humana. Había hecho que sacaran al Amuleto de su escondite. Sus posibilidades aumentaban.

Y era la hora de atacar. Se lanzaron todas a una hacia ellos, sin ningún tipo de grito de guerra, ni siquiera un mínimo sonido. No era el estilo de las arpías. Las brujas solían gritar mucho, pero ellas consideraban los gritos como algo desprestigioso y, más que nada, molesto.

Lo primero que hicieron fue atacar a la humana, con la intención de hacerse con ella. Zareb se interpuso entre la primera arpía y Alma, quien se había quedado en shock, presa del pánico. Tenía los puños cerrados y los ojos muy abiertos, observando atentamente todo lo que pasaba a su alrededor.

Cuando otra arpía intentó agarrarla, por la izquierda, Sam se interpuso en su camino y alzó ambas manos. Al instante un torrente de agua a una presión inimaginable se propulsó hacia la cara de la arpía, quien salió disparada hacia atrás y cayó unos metros más allá, en el suelo. No tardaría en levantarse, a pesar del dolor. Las arpías siempre se levantaban.

Mientras tanto, el aire bullía a su alrededor con furia. El silbido que producía no podía ser otra cosa que un grito de guerra, que se confundía con el que salía de la boca de Evon mientras mantenía las manos a ambos lados de su cuerpo con los dedos estirados y controlaba aquel viento para desequilibrar y zarandear a las arpías.

Desde fuera, parecía que el chico era el que más esfuerzo hacía. Su frente se empezaba a perlar de sudor y su cara era de quien está pasando un mal rato. No obstante, la determinación en su mirada no flaqueaba ni un segundo, y ese viento, que hacía ondular su pelo, y esos zarandeos que el mismo provocaba eran la base que seguían sus compañeros para atacar. Se aprovechaban de los efectos del viento en las arpías para derribarlas.

En cuanto una caía, muerta, desaparecía en una polvareda. No había cadáveres, sólo polvo.

Alma vio como una arpía se escondía tras un árbol cercano, el más próximo al claro. Sólo se veía el resplandor de sus ojos, pero fue suficiente como para que la chica supiera que se estaba preparando para atacar. Alma reaccionó en el momento en el que Neo pasaba, luchando contra otra arpía, extremadamente cerca de la que estaba oculta.

- ¡Neo, detrás de ti!- gritó con toda la fuerza de sus pulmones justo a tiempo para que el chico se diera la vuelta y lanzara un ramalazo de fuego directamente sobre su atacante.

Alma no tuvo tiempo de sentir alivio alguno, puesto que sintió una presencia tras de ella. Se giró justo a tiempo para ver cómo una arpía, con una seguridad sobrenatural, se acercaba a ella a la velocidad del rayo, mientras sus compañeras mantenían ocupados a sus protectores.

Eiro destruyó a su contrincante y empezó a correr hacia Alma, pero ya no llegaría a tiempo...

La chica cayó presa del más absoluto terror. El tiempo se ralentizó. Todo eran sombras, ya no oía nada, sólo veía claramente a la arpía dirigiéndose hacia ella. No fue capaz de moverse hasta el último instante, cuando la arpía dirigía su garra hacia su cuello. Se llevó las manos al Amuleto, como queriendo protegerlo pasara lo que pasase. Sabía que no serviría de nada correr, su velocidad humana no era comparable a la de ellas. Sólo esperaba que los chicos se dieran cuenta de aquel gesto, que esperaba decirles que, a pesar de todas las malas respuestas que recibían por su parte, lo hubiese dado todo para proteger aquello que era tan importante para ellos.

Sin embargo, cuando la garra de la arpía estaba a veinte centímetros de la chica, se topó con algo que le impidió seguir avanzando.

Estupefacta, Lamidala observó cómo un campo de fuerza se creaba alrededor de la muchacha, que lo miraba con igual estupor. El campo, transparente pero con corrientes de poder mágico traspasándolo a cada segundo, recubría a la chica por completo. No obstante, en cuanto Alma separó las manos del Amuleto por instinto, el campo protector desapareció.

La arpía vio de nuevo su oportunidad, pero no fue capaz de aprovecharla puesto que una bola de energía impactó de lleno contra su nuca.

Lamidala, negándose a perder la vida y con ello la oportunidad de alzarse con el poder, frunció el ceño y huyó nada más verse en desventaja. Esquivó al chico alto y después a sus compañeros y, usando la velocidad inhumana de las arpías, desapareció en la espesura. Sus compañeras, al verse vencidas, siguieron a Lamidala.

Alma y los chicos se quedaron solos en el bosque, y ésta pronto se vio rodeada de brazos que la levantaban e intentaban ver si había sufrido algún tipo de daño o si estaba bien.

Los guardianes del AmuletoWhere stories live. Discover now