CAPÍTULO XLVI

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La primera vez que Alma vivió la alarma provocada por los internos le causó una impresión que no se le iría tan fácilmente de la cabeza. Las arpías habían intentado burlar su vigilancia y de hecho, casi lo consiguen. Se había despertado de golpe para encontrarse con Sam zarandeándola con la cara crispada en una mueca de urgencia.

— ¿Qué sucede? — pero nadie le había contestado.

Sam la había cogido en brazos (debió suponer que era la forma más rápida de sacarla de allí) para llevarla corriendo escaleras abajo, hacia la sala donde en un principio había empezado todo, donde había tocado el Amuleto.

— Las arpías están en la puerta de la mansión— explicó una vez estuvo seguro de que todo estaba en calma— Los demás están reduciéndolas, pero en caso de que lleguen hasta aquí... escúchame bien, esta sala tiene un mecanismo de emergencia que llamará a los grupos tres y cuatro, los que están en mayor proximidad. El mecanismo se activa en la base del altar del Amuleto, ¿me has entendido?

Alma asintió, profundamente asustada. Nunca había visto a Sam ni tan serio ni tan alterado a un mismo tiempo y eso le trastocaba el corazón.

— ¿Y tú? — preguntó, mirándole a los ojos.

Sam la cogió de ambos brazos y deslizó sus manos hacia abajo, hasta encontrarse con las suyas.

— Yo estoy aquí, contigo. Si llegan hasta aquí, lucharé para protegerte con todo lo que tengo. Eres el Amuleto y la misión de mi vida es que estés a salvo.

Alma pensó, por un momento, que no se trataba de ella. Que era el Amuleto, como siempre, lo que movía los sentimientos de esos chicos y que igual se estaba equivocando pensando que en algún sentido les importaba ella, como persona. Pero no le dio tiempo a recrearse mucho en ese pensamiento, porque el ruido de una pelea en el piso superior hizo que los dos levantaran la cabeza.

— ¿Qué pasa? — preguntó de nuevo, con el miedo impregnándole la voz.

No era capaz de defenderse, y de eso era muy consciente. Las apenas dos lecciones de lucha que había tenido habían acabado en un auténtico desastre y en una frustración para todos. Desde luego, porque no podía compensar años de ser un desastre en apenas unas semanas. Pero eso no era lo que más le preocupaba en ese momento: le preocupaban los chicos. Evon, Eiro, Zareb... incluso Neo. No quería que les pasara nada. Y menos por su culpa. Porque si ella era el Amuleto y esas arpías estaban ahí porque habían visto en ella una oportunidad para llevárselo... indirectamente se sentía responsable.

Los golpes se sucedieron y parecieron empeorar por momentos hasta que de golpe, todo se volvió silencio. Un silencio sepulcral que lo envolvió todo y que se les clavó en los corazones. Y después, los pasos bajando las escaleras. Sam salió disparado hacia delante y se colocó en la puerta, con las manos en alto y dispuesto a defender a Alma costara lo que costara.

Los segundos se alargaron hasta parecer siglos, y entonces Sam bajó los hombros y Alma supo, por este gesto, que podía respirar tranquila. Y de hecho, se le escapó un suspiro al ver a Evon aparecer por la puerta de aquella extraña estancia. Siguiendo un impulso, saltó hacia delante para abrazarse al chico, quien la recibió sin saber muy bien qué hacer. Al cabo de un segundo de duda, notó sus brazos aferrarse tímidamente a su espalda, recibiendo el abrazo.

— Pensaba que os había pasado algo— musitó Alma, con los ojos ligeramente empañados por la emoción— ¿Estáis todos bien?

— Estamos todos bien— confirmó Evon— No eran más que arpías... no son las mejores luchadoras. Aunque nos preocupa bastante algo que hemos visto...

— ¿El qué? — intervino Sam, con el ceño fruncido.

Evon cabeceó, dubitativo y mirando a Alma de reojo, como si se estuviera debatiendo entre decirlo con ella delante o esperar a que no esté presente. Pero finalmente dijo:

— Eran demasiado pocas para estar pretendiendo ser una verdadera amenaza, y en cuanto se han visto superadas han huído sin poner el mayor problema.

— ¿Y qué pasa con eso? ¿No es bueno? — preguntó Alma, llevándose la mano al pecho.

Evon clavó los ojos en ella, con expresión muy seria.

— No es bueno, Alma, porque creemos que esto no era un ataque, sino una misión de reconocimiento.

— ¿Una misión de reconocimiento? ¿Qué quiere decir eso?

La voz de Zareb se alzó por detrás de ellos, antes mismo de que el chico, en toda su altura y tamaño, entrara también en la sala:

— Quiere decir que están preparando algo más grande. Que su intención no era hacerse con el Amuleto... todavía, si no analizar la mansión, su estructura, para algo que están planeando para más adelante. Estaban todas muy ocupadas en mirarlo todo, analizando cada esquina de la casa.

— Madre mía...— musitó Alma, y notó el brazo de Zareb aferrarse a su cintura, intentando reconfortarla.

Ese tacto cálido la ayudó en cierta manera, y notó cómo el Amuleto incrementaba también su temperatura, como si notara que uno de sus Guardianes estaba en contacto con ella.

— ¿Y qué vais a hacer ahora? — preguntó, mirando a Zareb dirigiendo su cabeza hacia él.

— ¿Ahora? Llamamos al Consejo. Otra vez— resopló él— Ellos sabrán qué hacer.

Los guardianes del AmuletoWhere stories live. Discover now