CAPÍTULO XXXV

262 49 6
                                    

Sam echó el aire con resignación y de repente se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Su primer impulso fue apartarse, pero se contuvo al pensar que sería demasiado sospechoso y poco amigable. El tacto de su piel era suave, aunque procuraba no aplicar demasiada fuerza para no hacerle daño. Y le estaba poniendo nervioso.

- Así que el agua, ¿eh?- le sonrió la chica desde el suelo- Te pega.

- Claro que me pega, es mi vida- se limitó a decir- ¿Mejor?

- Mejor- asintió ella- Esto alivia mucho.

Su corazón latió por un segundo con más fuerza. Una parte de Sam le pedía a gritos que dijera alguna obscenidad, pero otra más grande, a la que se podría llamar sentido común, le impedía hacerlo. Era algo que no quería estropear.

- Lo mejor será que descanses- dijo mientras retiraba las manos y le bajaba la camiseta, gesto que no gustó a ninguno de los dos- Hablaré con los demás y les convenceré de que nos centremos en el cuerpo a cuerpo. La espada la dejaremos como último recurso, ¿qué te parece?

- Perfecto- admitió. Intentó levantarse pero al doblar el abdomen soltó un chillido de dolor- Voy a necesitar ayuda, ¿podrías...?

Sam tardó un segundo en reaccionar.

- ¿Qué...? ¡Ah, claro! Sí, por supuesto- murmuró.

La cogió en brazos con la mayor delicadeza de la que fue capaz, ya que esa no era una de sus virtudes. Alma se sorprendió, porque simplemente le había pedido que la ayudara a levantar, pero tampoco se quejó mucho. Y se sintió un poco culpable por no hacerlo.

- ¿Te hago daño?- preguntó con inseguridad.

Ella negó con la cabeza. Se dirigieron hacia el salón común en silencio, los dos con una mezcla de incomodidad y comodidad que no sabrían definir.

Cuando llegaron al salón, Evon les recibió levantándose de golpe del sofá y dirigiéndose a ellos gritando:

- ¿¡Pero qué le has hecho!?

Alma levantó las manos ya que Sam no podía.

- No me ha hecho nada, tranquilízate- le dijo rápidamente- Ha sido culpa mía, daños colaterales del entrenamiento.

Pero Evon no le hacía caso, seguía gritándole a Sam.

- ¡Quedamos en que serían entrenamientos suaves! ¡Dijiste que te podrías encargar del primero! ¿Se puede saber qué...?

Impulsivamente, Alma le puso la mano en la boca para que se callara. Se quedó quieto de golpe y miró a la chica, anonadado. Cuando ella le dejó la boca libre, tragó saliva.

- Lo siento, pero no me gusta que discutáis y no veía otra manera de hacer que pararas de gritarle- se excusó Alma- Ahora, ¿puedo llegar al sofá?

Evon se apartó para que Sam pudiera pasar y recostarla en él.

- ¿Mejor?- preguntó.

- Si, gracias- respondió ella, mientras se acomodaba de manera que el sofá no le rozase el cardenal.

- ¿Qué ha pasado exactamente?- exigió saber Evon.

Mientras Sam le relataba lo ocurrido, Alma se dedicó a mirarles. Ambos eran como sus elementos, impredecibles y con cambios de humor drásticos. Sin embargo, no podía verlos más diferentes. Veía a Evon más tierno, más amable y preocupado, y a Sam más chulo, alegre y bromista.

Si le preguntasen cuál escogería...

- ¿Se puede saber qué diablos habéis hecho?- se oyó la voz enfadada de Zareb desde la puerta, interrumpiendo sus pensamientos.

La chica resopló y cuando se quiso dar cuenta tenía al chico al lado.

- ¿Estás bien?

- Perfectamente- aseguró- No es lo que parece y no tenéis que preocuparos tanto.

Zareb le pasó instintivamente la mano por la frente, apartándole el cabello con dulzura. La chica le sonrió.

- En serio, estoy bien. Es sólo que estoy demasiado blandita.

Zareb se rió entre dientes, le dio un apretón en la mano y fue a exigir que le explicaran qué había pasado. Sam tuvo que relatarlo todo de nuevo.

Se sorprendió a sí misma mirándolos con cariño.

"Se están empezando a convertir en mi familia" pensó para sí, mientras iba cerrando los ojos. "Una familia un tanto peculiar".

Los guardianes del AmuletoWhere stories live. Discover now