CAPÍTULO LV

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La montaron en el coche al que llamaban "el azul" y salieron a toda velocidad del garaje de la mansión. Hubo algo dentro de Alma que se rompió al abandonar aquella casa, como si esas últimas semanas viviendo ahí dentro hubieran dejado huella en su corazón. Se preguntó si ese sería su destino a partir de ese momento: ir dejando atrás sitios a los que echar de menos.

El grupo cuatro estaba a unas horas de camino. Evon conducía, Sam ocupaba el asiento del copiloto y Zareb se sentaba a su lado detrás, ocupando gran parte del asiento del medio debido a su gran tamaño. El chico de Tierra la miraba con preocupación, y a Alma empezaba a hacerle cierta gracia que pareciera tan centrado en sus emociones, casi más que en las suyas propias. Entonces, urgó en la mochila que tenía reposando a sus pies para sacar un libro, que tendió a Alma con cuidado.

— ¿Qué...? — es lo único que pudo articular la chica.

— Es el libro que estabas leyendo. Cuando nos fuimos, me di cuenta de que te lo habías dejado en el salón. Te he cogido dos más que creo que te gustarán, porque no sé si en el grupo cuatro tendrán demasiados... me consta que somos el que tiene la biblioteca más grande.

A Alma se le llenaron los ojos de lágrimas, porque aquel era con total probabilidad el gesto más bonito que habían hecho por ella. En su interior también se empezaba a gestar un afecto muy profundo por ese chico enorme de sonrisa aún más grande, y el hecho de darse cuenta que esa amistad era tan recíproca, que él velaba tanto por su bienestar, la emocionó mucho. Además, después de todas las emociones de ese día, le resultaba difícil no llorar.

— Jo, Zareb...— se le quebró la voz.

Él sonrió ampliamente antes de alzar la mano para darle dos palmaditas en la rodilla. Después, sacó su propio libro y se puso a leer. Alma se dio cuenta en ese momento de que Sam los miraba, de reojo, y cuando alzó la vista para encontrarse con la suya, el chico se puso nervioso y miró al frente de golpe. Alma sonrió, conteniendo las lágrimas. Evon parecía ajeno a todo, o demasiado concentrado en la carretera.

— ¿Y vosotros cómo estáis? — preguntó la chica.

— ¿A qué te refieres? — intervino entonces Evon, sin mostrar el más mínimo cambio en su expresión.

— No sé, lleváis viviendo en esa casa ya un tiempo. Es vuestro hogar. ¿Cómo os sienta tener que abandonarlo?

— No es algo que pensemos demasiado— Sam se encogió de hombros.

— ¿Por qué? ¿Tampoco os dejan sentir nada en vuestros entrenamientos?

No hubiera querido sonar tan brusca como finalmente acabó sonando, pero tampoco se le ocurría una manera de remendar sus palabras, así que calló, esperando no haberlos ofendido. Sobrevinieron dos segundos de silencio que fue Sam el que rompió.

— Fraternidad, lealtad, decisión— enumeró— Esas son las emociones que están permitidas. Cualquiera que incremente nuestra fuerza en la batalla. Los sentimientos que hacen que fallemos, que seamos más débiles, no.

— ¿Y cuáles serían esos? ¿El amor, tal vez?

— El amor con total seguridad— esta vez fue Evon el que sentenció aquello.

— Pero, ¿no habéis aprendido nada? El amor no es algo negativo. Es la fuerza más poderosa del mundo.

— Alma, ¿no te hemos contado aún cómo el grupo tres perdió su Amuleto? — Evon parecía muy serio de pronto.

La chica calló, y agarró con más fuerza el libro que sostenía entre las manos. El sonido del coche lo inundó todo, y por un momento le dio la impresión de que el paisaje que se desplazaba a ambos laterales pasaba a formar parte del propio vehículo. Simplemente esperó a que Evon prosiguiera su historia.

— Hubo dos guardianes. No los conociste porque después de este incidente, los expulsaron — había algo peligroso en su voz— Seiro y Maneo. Se enamoraron. Ignoraron todo lo que habían aprendido, lo dejaron a un lado para vivir su amor. Ese sentimiento que tú describes como la fuerza más poderosa del mundo. Un día, las brujas atacaron. No era algo fuera de lo normal, recibían ataques constantemente. Las brujas son bastante más insistentes que las arpías. Y por lo general, rechazarlas era tarea fácil. Pero las brujas son listas, Alma. En general, todas las criaturas que pretenden hacerse con los Amuletos son listas, y por eso los quieren. Porque saben que con su poder pueden llegar muy lejos. Se fijaron. Se dieron cuenta del lazo que unía a Seiro y a Maneo. E hicieron lo único que podía conseguir que Maneo bajara la guardia: amenazaron a Seiro. Amenazaron su vida. Y cuando llegó el momento de elegir entre el Amuleto y su amado, él eligió lo que nunca ningún Guardián debería.

— Y perdieron el Amuleto— completó Sam, en un susurro.

Zareb lo observaba todo, con el libro abierto entre las piernas y expresión preocupada.

— Nuestras vidas se dedican a proteger los Amuletos, Alma— finalizó Evon, frunciendo los labios— ¿Qué crees que le pasa a un Guardián cuando se permite una derrota semejante? ¿Crees que se queda igual por dentro? ¿Crees que la historia de amor de esos dos siguió adelante?

Alma calló, porque no era capaz de pronunciar una sola palabra, porque sabía que dijera lo que dijera, iba a errar. Un nudo se le había creado en la boca del estómago. No le gustaba nada darse cuenta de eso, de que esos cinco chicos que empezaban a ocupar un espacio tan importante en su corazón — sí, incluido Neo— nunca iban a poder amar. O, al menos, mientras fueran Guardianes del Amuleto.

Los guardianes del AmuletoWhere stories live. Discover now