CAPÍTULO V

395 64 3
                                    

Cuando abrió la puerta de la sala de nuevo, intuyó que se había perdido parte de una conversación importante. Neo había regresado, y discutía con Sam, aunque no tan acaloradamente como cabría esperar de aquellos dos chicos.

—¡...imposible! ¿Cómo va a vivir aquí? ¿Estás loco? ¿Y qué dirán los del Consejo? —vociferaba Neo.

—¿Y qué pretendes que hagamos? ¡Tiene el amuleto, y nosotros tenemos que protegerlo! ¡Así de simple!- le respondía Sam en el mismo tono.

Se miraban a la cara con furia latente en sus expresiones. Mientras tanto, Evon, tirado en el sofá con la cabeza apoyada en una mano y Eiro, sentado en la encimera, se limitaban a observar la escena con aparente resignación.

—¿Me he perdido algo? —interrumpió intencionadamente Zareb.

Evon y Eiro levantaron la vista al percatarse de su presencia, mientras que los otros dos proseguían su discusión como si ni una catástrofe nuclear pudiera conseguir que pararan.

Zareb se sentó en el sofá contiguo al de Evon.

—Básicamente hemos cometido el error de comenzar el tema de la discusión —suspiró Evon.

—¿El destino de la chica?

Asintió.

—Exactamente. Igual no era el mejor momento para hablar de ello.

—No creo que exista un "mejor momento" —intervino Eiro, sentándose al lado de Zareb y apoyando las piernas en la mesita que había enfrente a los sofás.

Se quedaron en silencio, pero al cabo de un rato los gritos de Sam y Neo se volvieron tan insoportables que a punto estuvieron de causarles dolor de cabeza. En ese momento Zareb se levantó de un salto, se colocó entre ambos y los agarró del cuello de la camiseta que usaban de pijama. Tenía uno colgado de cada mano, suspendidos en el aire.

Ellos pataleaban, molestos, pero era innato en el don de la Tierra poseer una fuerza descomunal, así que por mucho que lo intentaran sabían perfectamente que no podrían con él. Dejaron de resistirse al cabo de unos segundos; no era la primera vez que les pasaba.

Zareb los arrastró a los sofás. Evon cambió de postura y se sentó para poder dejarles espacio, así que Zareb colocó a Sam al lado de Evon y a Neo a su lado, para evitar así que se siguieran peleando.

Luego miró a Eiro, cediéndole la palabra.

—Si algo podemos sacar en claro de esa discusión vuestra —dijo éste— Es que, como bien ha dicho Sam, ahora Alma tiene el amuleto, por el momento no vemos manera de quitárselo y por tanto, hasta que no descubramos algo más, nuestra prioridad ahora mismo será protegerla a ella.

Neo farfulló algo, pero Zareb lo calló con una fuerte palmada en la espalda. El pelirrojo le fulminó con la mirada.

—¿No me digas que ves otra solución, Neo? —se burló Evon, con los brazos cruzados a la altura del pecho.

El aludido se limitó a mirar para otro lado.

—Típico, quejarse sin aportar una alternativa —esta vez fue Evon el que farfulló.

—¿Cuándo llegan los internos? —exigió saber Eiro, adelantando el cuerpo para mirar a Neo, quien estaba parcialmente tapado por la gran mole que era el cuerpo de Zareb.

—Dentro de tres horas estarán aquí —dijo Neo aún malhumorado.

—Perfecto, porque necesitamos que vayan a avisar al tercer grupo.

—¿Avisarles? —se escandalizó Sam— ¿Para qué?

—¿Cómo que "para qué"? —replicó Eiro— ¡Alguien nos tendrá que ayudar! ¿Y quién mejor que ellos? ¿Prefieres que avisemos al grupo cuatro?

—No, al cuatro no —se apresuró a decir.

—Necesitamos apoyo y opiniones. Y siempre nos han tratado muy bien, lo sabéis. Después decidiremos si debemos llamar al Consejo o no.

—No me parece una buena idea —dijo Neo.

—Ninguna idea que no sea tuya te parece buena —replicó Sam.

Neo hizo un gesto ladeando la cabeza y encogiendo los hombros como dando a entender algo obvio.

—¿Alguna objeción más? —alzó el tono Eiro— ¿No? Pues decidido, entonces. Sam, te dejo encargado de ordenar a los internos cuando vengan que llamen al tercer grupo.

Éste asintió, sin cuestionarse siquiera el por qué había sido escogido él. Eiro tenía una gran capacidad para repartir las tareas por igual, de manera que si esta vez le tocaba a él, podía estar seguro de que de la próxima se libraría.

Le miró con atención, cosa que hacía tiempo que no hacía. Se preguntó cómo podía ser que alguien tan joven pudiera tener esa mentalidad y esas expresiones... que hacían que pareciera alguien mucho mayor.

Era como un padre para todos, y eso que no les sacaba más de tres años a ninguno de ellos.

Sonrió cuando todos hubieron salido de la habitación. Se ató con un nudo doble la tira del viejo pantalón de chándal que usaba de pijama y se puso a ver la televisión. No era la primera vez que hacía una guardia de madrugada, ni sería la última, pero podría asegurar que, después de lo ocurrido aquella noche, algo extraño flotaba en el ambiente.


Los guardianes del AmuletoWhere stories live. Discover now