Capítulo 24

29.3K 3.1K 498
                                    

La cena era simplemente alucinante. No había otra palabra para expresarlo. No comía así de bien desde que dejé de vivir con mi madre, e incluso sin ella. Había preparado unos entrantes de tomate al horno con queso, sushi de verduras, y de plato principal salchichas de tofu caseras. Sabían mucho mejor que las mías. Me asombraba que se hubiese tomado el tiempo en hacerlas. Mi abuela a veces ni las compraba porque decía que eran muy caras.

Estuvimos hablando durante toda la cena acerca de cómo nos conocimos Evan y yo. Dejé que él hablara, porque conocía mejor su versión inventada que yo. Me limitaba a asentir, dándole la razón, aunque no pude evitar lanzarle una mirada envenenada cuando hizo mención a lo locamente enamorados que estábamos. Su madre no se dio cuenta, pero él sí y me guiñó un ojo. Empezaba a pensar que tenía un tic nervioso, porque guiñaba el ojo demasiado a menudo. También me preguntó sobre mi familia, y se interesó mucho sobre el taller de pilates de mi abuela.

Cuando trajo el postre apenas me entraba una miga más de comida. Me acordaba de mi primera cita con Taylor. Apenas probé bocado, entre los nervios y el restaurante que él eligió. No sabía que era vegetariana y el menú había sido bastante reducido.

—¿Y qué te llevó a ser vegetariana? —Me preguntó con curiosidad Susan, sirviéndome un bol con macedonia de frutas.

Decidí hacer un esfuerzo con el postre cuando me percaté de que había fresas en la macedonia.

—Siempre lo he sido, porque mi madre lo era —contesté, tomando el bol de sus manos—. No me imagino a mí misma comiéndome un animalito si tengo otra opción para alimentarme.

Evan rechazó la macedonia. Había ido a la nevera a por una copa de chocolate. Me percaté de que tampoco había parecido muy animado por el resto de la comida. No debía de ser el mayor fan de las verduras. Me miró con un brillo característico de picardía en sus ojos.

—Entonces, pongámonos en una situación en la que estás muerta de hambre, perdida en una isla desierta, o en la nieve. Imagina que no hay fruta ni verduras, ni nada que comer. Solo animales. ¿Entonces si los comerías?

—¡Evan! —Le riñó su madre.

Agudicé mi mirada sobre él. No iba a dejar que aguara aquella cena tan rica con sus comentarios.

—Muy difícilmente me vería en una situación donde no hay nada que comer.

—Oye, ¡puede pasar! ¿No se quedaron perdidos una vez un grupo de excursionistas en una montaña nevada entera, y tuvieron que comer carne humana de sus compañeros muertos para sobrevivir?

Me sonaba aquella historia, y solo de pensarlo la comida en mi interior amenazaba por salir. Su madre debía de pensar lo mismo, porque le pegó en la muñeca con la servilleta en forma de reprimenda.

—Si te tuviese que comer a ti no me importaría —dije finalmente, con aire victorioso—. Tú no me darías pena.

Sus ojos se abrieron con fingido espanto y se llevó una mano al pecho, negando con la cabeza cual dramaturgo.

—Eso duele, Emmy.

Tomé un bocado de un trozo de fresa, triunfante. Entonces me percaté de que ahí no había actuado como una buena novia. Miré por el rabillo del ojo a Susan, pero la vi sonreír disimuladamente, como si estuviera complacida por la escena.

—Bueno, Emmy —continuó ella con la conversación, aprovechando el momento—. ¿Cómo se porta Evan en clase?

Pasamos el resto de la cena comentando lo malo que era Evan a la hora de organizarse, su forma extraña de correr en gimnasia y cómo Susan tenía que despertarle tirándole agua a la cara todas las mañanas porque era incapaz de madrugar para ir al instituto.

Besos desde la LunaWhere stories live. Discover now