Capítulo 35

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Las clases de gimnasia eran mucho más entretenidas desde que habíamos terminado con el baile y comenzando natación. Una vez superado el miedo inicial por mostrar mi cuerpo apenas cubierto por un bañador, me sentí como pez en el agua, y nunca mejor dicho. Era una actividad deportiva, que si bien no me entusiasmaba tanto como el atletismo, dominaba bastante mejor que el baile, y eso me hacía sentir segura. Me había dado cuenta de que no me gustaba salir de mi zona de confort. Últimamente, o más bien desde que conocí a Evan, me veía forzada a hacerlo constantemente.

A pesar de que su pequeño, por no decir inventado esguince, ya se había curado, Evan no regresó a la piscina. Me alegró comprobar que al menos usaba el tiempo para estudiar otras materias. Corrían rumores de estudiantes que le habían visto en la biblioteca rodeado de libros y apuntes.

Fue justo después de una de esas clases de gimnasia, cuando me dirigía a las duchas para quitarme el cloro de la piel y ponerme ropa seca, que sucedió aquel primer incidente. No había hecho más que abrir la puerta y entrar en el blanco vestuario, segundos después mi espalda estaba pegada contra la fría y húmeda pared de azulejos mientras tres chicas me rodeaban. Había un pequeño pasillo, escondido por dos columnas, que lograba una pequeña separación del resto de la sala. Suponía que era para que, si alguien habría la puerta con o sin intención de ver algo, le fuera imposible. En aquellos momentos las columnas sirvieron para ocultarnos a mí y a las chicas del resto del vestuario.

Mi primer pensamiento fue que el empujón que me dio una de ellas dolió. Dolió mucho. El segundo fue el temor de las miles de bacterias que podrían estar criándose entre el calor y la humedad del vestuario y que en esos momentos pasarían a mi piel a través del contacto con la pared. Supongo que mis prioridades en cuanto a supervivencia no estaban del todo claras: las bacterias me asustaban un poco más que tres chicas con actitudes claramente agresivas hacia mi persona.

—No me gustas —fue lo primer que dijo una de ella, la que me había empujado.

Las observé aturdida. Sabía que el bullying existía, incluso había sido espectadora de ello, pero jamás me había pasado a mí. Mirándolo en retrospectiva, no sé cómo pude reaccionar tan pobremente en aquel momento. Hubiese bastado un pequeño grito que atrajera la atención de algún profesor u otra compañera de las que estaban en las duchas y aquellas tres chicas hubiesen ido directamente a detención. Sin embargo, estaba tan consternada por lo que estaba sucediendo que no podía reaccionar. Ni siquiera hablar.

Por otro lado, las tres chicas se encargaron de seguir con la charla.

—Te lo diré claro, chica: aléjate de Evan.

Así que esa era la razón: Evan. Había hablado la que estaba a mi derecha. Mis ojos se movieron veloces hacia ella mientras continuaba con la espalda clavada contra la pared. A pesar de los virus y de que ellas no me estaban tocando, me sentía bastante intimidada.

—No entiendo que ha visto Evan en ti —volvió a hablar la que tenía en frente, y en sus ojos noté un claro desprecio—. Eres fea.

Supuse que su comentario estaba buscando hacerme daño. Un poco lo consiguió, lo admito. Sin embargo era consciente de mi belleza, que a pesar de ser un concepto bastante subjetivo, se ajustaba a ciertos cánones. En mi caso yo era realista: no era la más guapa, pero tampoco era fea. Por eso, y porque consideraba bastante más trascendental ser una persona importante que ser bella, no me dolió demasiado.

Una vez mi madre me hizo una sencilla pregunta. Si tuvieras que escoger, ¿qué serías? Guapa y tonta, o fea e inteligente. En su momento no me planteé por qué una persona tenía que escoger entre ambas opciones. Me limité a contestar que prefería ser inteligente. Recuerdo que su respuesta fue que entonces sufriría más a lo largo de mi vida, porque las personas guapas viven mejor. Estaba de acuerdo con ella, pero no en su veredicto. Para mí, las personas inteligentes sufren porque se dan más cuenta de las cosas que suceden a su alrededor, de las injusticias incontrolables del mundo, independientemente del nivel de tu belleza.

Besos desde la LunaWhere stories live. Discover now