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La espalda desnuda de Amelia, cubierta por los primeros rayos de sol, despertó enseguida mi interés. La acaricié lentamente, desplazando mis dedos para realizar un pequeño recorrido ascendente que le producía algún que otro suspiro y, rápidamente comencé a sentir su piel con mis labios hasta llegar al hueco escondido de su cuello y empezar a lamer también la zona.

La morena ronroneó al ver cómo empezaba a incrementar mis besos y, sin darme tiempo a reaccionar, nos giró y terminó encima de mí tirando de mi labio inferior con intensidad y comenzando a repartir besos por toda mi cara

- Estás incansable – soltó con mi cara apresurada entre sus manos

- Es que yo contigo siempre quiero más – incliné un poco mi cabeza para poder hacerme con sus labios, pero Amelia enseguida tiró de su rostro hacia atrás con una sonrisa traviesa hasta volver a ser ella la que me besaba, queriendo, así, jugar con ventaja.

Fue descendiendo poco a poco por mi cuerpo, que temblaba con cada uno de sus contactos. Se entretuvo en mi pecho, sonriendo cada vez que no podía aguantarme los gemidos, hasta terminar por fin en mi zona más íntima, dedicándome una mirada pícara justo antes de dedicarse por completo a provocarme mi primer orgasmo del día.

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- ¿Por qué no nos podemos quedar aquí para siempre? – le pregunté a Amelia, mientras afianzaba aún más el agarre que tenía sobre su cintura

- Porque tenemos que volver a la vida real – respondió ella acariciando mi pelo con sus dedos, provocándome algún que otro escalofrío

- Pero, ahora... - susurré levantando mi mano y sonriendo automáticamente al ver el anillo en mi dedo meñique y que tenía el nombre de la morena inscrito en el interior.

- Todavía no me lo creo – levanté mi cabeza y la besé brevemente - ¿Cuándo se lo vamos a contar a tu familia? – preguntó con el gesto un poco cambiado por ver cómo se lo iban a tomar al saber que lo habíamos hecho completamente solas

- No sé – dudé - ¿podría ser nuestro regalo de Reyes, no? – intenté bromear – vamos a ver cómo están hoy cuando volvamos de la cabalgata con los enanos, allanamos un poco el camino y si vemos que va todo bien, lo soltamos

- Bueno..., confío en tu criterio, pero te encargas tú, que la idea fue tuya

- Yo me encargo – asentí – y, ahora, por mucho que me pese, creo que deberíamos irnos a duchar y empezar a recoger las cosas si queremos llegar a tiempo y que Ciriaco y Catalina no nos terminen matando por no tener un buen sitio desde el que hacerse con todos los caramelos

Amelia asintió a mis palabras y fue la primera en levantarse dándome un plano completo de su desnudez. Me mordí el labio con mi cabeza debatiendo si sería una buena opción acompañarla hasta la ducha o mejor esperar a que saliera ella y quedarme recogiendo las cosas que nos teníamos que llevar. Sin embargo, ella fue la que finalmente terminó decidiendo por mí, asomó la cabeza desde el baño y me preguntó si iba a ir ya o me tenía que llevar a rastras. Yo me quedé dos segundos en mi mundo, eclipsada por lo guapa que era mi ya mujer y terminé corriendo para abrir la mampara, enredar mis manos en su estómago y empezar a llenar de besos su hombro.

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A pesar de estar en enero, el sol acompañaba aquella mañana de invierno permitiendo a la gente salir a dar un paseo, hacer las últimas compras antes de la visita de los Reyes Magos o, como nos tocaba a nosotras, disfrutar de la cabalgata sin morirnos de frío en el intento.

La morena aparcó el coche justo debajo de nuestro piso y nos dio el tiempo justo para subirlo todo, colocar la ropa que habíamos llevado, comer algo y caminar hacia la casa de mis padres donde mis hermanos pequeños ya estaban esperándonos, sentados cada uno en una esquina del sofá, para ir hasta el centro, ver cada una de las carrozas que desfilarían aquel año y hacerse con todos los caramelos que les fuera posible.

Por tus ramasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora